Desde la perplejidad
Sería un hipócrita si dijese que la controversia que acompaña a las palabras del Papa, sobre el recurso a los profilácticos para prevenir el SIDA, me ha dejado indiferente. No me ha dejado indiferente en absoluto. Eso sí, la prudencia aconseja esperar: Hay que leer el texto completo, hay que intentar saber exactamente qué ha dicho el Papa, hay que intentar ver cómo encaja todo dentro del edificio de la moral católica.
No hace falta que yo reitere mi adhesión al Papa, que es plena. Tampoco es preciso que resalte la estima que me merece Joseph Ratzinger – ahora Benedicto XVI – como pensador y como teólogo. Tal vez esta condición de hombre de pensamiento, una característica intrínseca del actual Papa, resulte “peligrosa”. Me explico: Da la sensación de que el Papa cree que todos los demás estamos a su altura, que sabemos tanto como él, que comprendemos, como si fuésemos teólogos que participan en un seminario científico, los porqués últimos de cada cosa.
No es así. El Papa expone, muchas veces, razonamientos complejos. Hace falta seguirlos desde la “a” a la “z”. Pero los medios de comunicación no entran en sutilezas. Para los medios – para la percepción común, en realidad – lo sutil ha de reducirse a lo simple: “O cero o diez”, “o verdadero o falso”, “o a favor o en contra”. Y esto, el Papa, debe saberlo. Y, si no él personalmente, sí quienes lo aconsejan y asesoran.
Ya sé que un libro de entrevistas no es un acto de magisterio. Es obvio que si el Papa cree que es oportuno desarrollar tal o cual aspecto de la doctrina ha de emplear un medio proporcionado: una constitución apostólica, una encíclica, un “motu proprio”, por ejemplo. Una entrevista es algo vivo y no despreciable a la hora de hacer llegar, a muchos destinatarios, el contenido del mensaje cristiano.