Un amigo de Lolo - “Lolo, libro a libro” - Lolo ha dado en el clavo
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.
Lolo ha dado en el clavo
“A una Cruz no se la puede medir por su intensidad, sino por su familiaridad y su destino alcanzados.” (El sillón de ruedas, p. 110)
Reconocemos, antes de empezar, que las palabras que hemos traído, salidas del corazón del Beato Manuel Lozano Garrido no son fáciles. Y no lo son porque determinan, digamos, el grado de intensidad que podamos tener de la fe que decimos acoger en nuestro corazón. Y sí, eso no siempre es fácil, como bien sabemos.
EXCURSUS
Gracias a Dios, un problema informático hizo que lo que había escrito sobre estas palabras del Beato Lolo desapareciera y no pudiera recuperarlo. Y es que, según veo ahora, estaba equivocado al escribir de nuestras cruces y no de Su Cruz, o sea, la de Cristo. Y eso es lo que voy a hacer ahora.
FIN DEL EXCURSUS
Cuando el Beato de Linares (Jaén, España) escribe acerca de la Cruz de Cristo lo hace porque, en algo de eso, la ha compartido en su vida ordinaria que, como sabemos, fue dura si hablamos de lo físico aunque muy gozosa si nos referimos a lo espiritual.
Es bien cierto que nosotros, los simples seres humanos, no podemos ser capaces de comprender lo que supuso la Cruz para Quien la llevó desde Jerusalén hasta el monte llamado Calvario. Y, como mucho, podemos teorizar sobre tal cosa sin, en fin, llegar a comprender, como decimos, qué fue aquello.
Sabemos, de todas formas, según lo escrito en los Santos Evangelios, que no fue nada agradable lo que sucedió entre aquellos dos maderos y Quien allí estaba colgado. Y sabemos eso y, por lo mismo, nos hacemos cruces (en el sentido que le damos a eso ahora) al apreciar lo que tuvo que soportar Jesucristo.
Sin embargo, es cierto y verdad que aquí no importa aquello, es decir, la “intensidad” de la Cruz porque, como decimos, está muy lejos de nuestro alcance espiritual (y no digamos físico…). Y no importa porque Cristo la soportó con gozo aunque eso pueda parecer extraño e, incluso, preocupante. Pero, el caso es que sí, Jesucristo sabía a lo que iba cuando se dejó prender, se dejó abofetear, se dejó escupir y, al fin, se dejó juzgar injusta e ilegítimamente y, al final, se dejó matar. Y es de suponer, sí, que sufrió mucho en aquel auténtico calvario y Calvario (por lo que pasó y en aquel montículo) pero que conocía más que bien que aquello debía pasar… y pasó.