Augusto Monterroso, escritor guatemalteco, escribió un cuento corto, muy corto, diminuto. Decía lo siguiente:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”
Si se refería, o así me lo parece a mí, a algún dictador americano o a alguien por estilo no importa demasiado. Lo que, con tal expresión, quería dar a entender, es que, a pesar de haber pasado un tiempo (de sueño quizá soñador y no sólo reparador) lo malo aún permanecía donde había estado. Nada había cambiado.
En el tema del aborto venimos soportando, las personas que creemos que la vida humana, independientemente del estado de desarrollo en el que se encuentre, es importante, una campaña excesivamente agresiva por parte del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero.
Para justificar el asesinato de una persona no nacida, se pueden llegar a, por ejemplo, elaborar leyes que atribuyan tal derecho a la mujer o, también, a decir auténticas sandeces muy propias de alguien desnortado o, simplemente, borracho de poder que cree posible decir cualquier simpleza sin que eso tenga más repercusión que lo que tarde en olvidarse la idiotez dicha.
El caso de hoy, más que comentado a día de la fecha, corresponde a la segunda de las posibilidades apuntadas.
La ministra de igualdad (¿?) debe sentirse en el mejor de los mundos: aupada a un cargo público para el que, seguro, está preparada (para hacer barrabasadas hay que estar preparado) sabe, a ciencia cierta, que cuenta con el apoyo de su jefe de filas, el Presidente por accidente Rodríguez Zapatero.
Además, le han concedido el extraño papel, en la nueva ley del aborto, de aparecer como una de las personas que más la apoya y, siendo la acompañante de la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, dárselas de parte decisiva.
¡Nunca ella pudo llegar más alto ni el Gobierno más bajo!
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