En el camino que nos lleva a Dios, a quien ansiamos y a quien buscamos en nuestra vida ordinaria, tiene una notable importancia esa relación directa que establecemos con Jesucristo, hermano nuestro, con María, Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, con el Espíritu Santo, aliento de Dios y, por último, con el Ángel Custodio que Dios destinó para que nos guardase. Es por esto que en esta relación tan especial que supone, más que nada, el hecho de orar o de rezar, cabe indicar un, a modo, de “itinerario de oración” como posibilidad de establecer un contacto vivificador con aquellas personas que son, para nosotros, un hilo conductor de impagable valor espiritual.
Así, y por esto podríamos establecer un “camino de interioridad”, podríamos decir, mediante el cual, invoquemos, en cada ocasión, a quien creamos indispensable para nuestra vida, en solicitud de intercesión, ayuda, auxilio.
Por otra parte, de las oraciones que en la serie “Itinerarios de oración” van a ir apareciendo, una de ellas, en cada número de la serie, corresponde a una que lo es de uso común entre los creyentes católicos y el resto han sido creadas por el autor de la serie. Lo son, por lo tanto, de uso privado y no han tenido aprobación de organismo eclesiástico alguno.
ESPIRITU SANTO
Ya desde la creación, el Espíritu de Dios sobrevolaba las aguas mientras el Creador creaba, así lo cuenta el Génesis. Desde entonces, este aliento, representado de muchas formas, fuego o paloma, viento o brisa, no ha dejado de acompañarnos. Por eso, la invocación al Espíritu Santo ha de hacerse en la seguridad de que es parte, es la misma, luz de Dios, y que, por eso, acudir ante su persona a pedir auxilio y ayuda sólo puede tener resultados favorecedores, agradosos, justos.
Llamar al Espíritu Santo (ven Espíritu, ese gran desconocido como se le dado en llamar), ha de hacerse con fe profunda en la Santísima Trinidad, misterio indescifrable para el hombre mortal pero accesible para el corazón sumiso a la voluntad de Dios, lejos esta sumisión de esclavitudes y de entregas ciegas.
Invocar al Espíritu Santo es llamar con confianza, es reclamar sus dones que ya identificara Isaías, profeta. Invocar al Espíritu Santo es estar cómodo con la presencia de Dios que ilumina nuestra alma con el toque suave de su Palabra.
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