Tras la muerte de Leovigildo en abril de 586, su hijo Recaredo (Reikareiks), asociado al trono varios años antes, regresó desde Septimania a Toledo para ser proclamado rey por los nobles en una innovadora ceremonia al estilo bizantino. Se trataba de la segunda sucesión pacífica dentro de la misma familia, un hito de estabilidad no visto en 100 años entre los godos. Heredó de su padre un reino unido, fuerte, con el tesoro público saneado, y con una sociedad dividida en godos dominadores e hispanorromanos dominados en vías de fusionarse, tras la abolición hecha por Leovigildo de la ley que prohibía los matrimonios mixtos. Únicamente persistía la separación religiosa, que ya afectaba a los propios godos, divididos entre los tradicionalistas arrianos y los cada vez más numerosos conversos al catolicismo.
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