Cuando se reza el Oficio divino, hay que descubrir el valor, la importancia y, sobre todo, el sentido que poseen los salmos.
No son simples lecturas, oraciones antiguas o cantos que se van semitonando con sencillez. Hay algo más, profundamente interior, incluso se podría calificar como “místico” cuando se cantan o se rezan los salmos.
La Iglesia ha estimado muchísimo siempre los salmos y por eso son la parte fundamental en la Liturgia de las Horas, pero lo ha hecho con una conciencia humilde. Uniéndose a Cristo Esposo, es la voz de Cristo la que resuena en cada salmo, es Cristo quien entona cada salmo, es Cristo quien alaba a Dios con cada salmo. Y el orante le presta su voz, sus labios y su corazón a Cristo que canta los salmos.
Por eso, rezar los salmos, sólo se puede hacer bien si se es capaz de unirse a Cristo tanto como para reconocer su voz en nosotros. Es una unión de afecto, espiritual, con Cristo. Ya no se trata de que el salmo sea más agradable a la persona que reza o más árido o más dificultoso, sino rezarlo o cantarlo sabiendo que es Cristo quien canta por nuestro medio.
Sí, los salmos los reza Cristo por nuestra voz, sea en comunidad o sea en particular, cada cual en su hogar o ante el Sagrario. Los Padres de la Iglesia enseñaron así a orar e interpretar los salmos: vox Christi ad Patrem, la voz de Cristo al Padre.
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