28.09.17

Para el canto litúrgico, unas Jornadas Nacionales de Liturgia en octubre

 

Cada año, en el mes de octubre, una convocatoria nacional concurre para todos: las Jornadas Nacionales de Liturgia. En torno a un tema, diversas ponencias y comunicaciones permiten profundizar y marcar líneas y pautas de acción en las diócesis y concretarlas luego en las delegaciones de liturgia, en los equipos de liturgia, etc.

 Este año las Jornadas se van a centrar en el canto y la música en la celebración al conmemorarse los cincuenta años de la Instrucción Musicam sacram. Debe ser, a mi entender, un punto de inflexión, dado la pésima calidad musical de nuestras liturgias en general, habiendo admitido cualquier instrumento, cualquier ritmo, cualquier canto, sin corresponder a la belleza, santidad y arte que se requiere en el canto para la liturgia.

 Nos hemos conformado con poco: cantar lo que sea con tal de cantar; cantar cualquier cosa para entretener a niños o jóvenes y que se distraigan, en vez de iniciarlos y educarlos en las formas propiamente litúrgicas. Hemos ido rebajando el listón y el nivel, poco a poco, cada vez más, y se impone una revisión y un cuidado por la música y el canto en la liturgia.

 El programa es amplio: http://www.conferenciaepiscopal.es/xlvi-jornadas-nacionales-liturgia/

 Me gustaría destacar dos elementos de estas Jornadas. En ellas, se van a dar a conocer los resultados de la Encuesta que durante varios meses se activó para sondear el estado y la opinión sobre el canto y la música, como ya comentara, aquí en Infocatólica, en su blog, Raúl del Toro.

 El segundo elemento será la presentación, o más bien, el anuncio, de un Enchiridion sobre la Música litúrgica, con toda la documentación pontificia desde S. Pío X, que se está preparando por parte del Departamento de Música de la Comisión episcopal de liturgia, coordinado por su responsable, D. Óscar Valado, sacerdote, organista, compositor (¡y buen amigo mío!).

 Este Enchiridion bien podrá ser, en su momento, elemento de reflexión y formación para coros, scholae, compositores, etc., así como responsables de música, sacerdotes, grupos de liturgia.

 No estaría mal, y sería mi deseo personal, que fruto de estas Jornadas Nacionales de Liturgia, se pensase y se diesen pasos concretos para una segunda edición revisada del Directorio “Canto y música en la celebración”… y también, ¡quién sabe!, una actualización del Cantoral Litúrgico Nacional, que necesita ajustes y enriquecimientos, para que sea el Cantoral de referencia para todas las parroquias, para todos los coros, también de niños de catequesis y de jóvenes.

 Quien pueda, que asista a estas Jornadas en Santander. Y quien no pueda, tendrá en unos meses los textos de las ponencias en la revista “Pastoral Litúrgica”.

21.09.17

Y cantando se participa (VI)

Cantando en misa

Participar es cantar. He aquí otra afirmación muy sencilla de lo que es la participación en la liturgia por parte de los fieles. Se participa cantando y eso es lo mismo que decir que se participa rezando mediante el canto, sin necesidad de intervenir realizando algún servicio litúrgico. Todos pueden llegar a este grado de participación uniendo la voz y el corazón a los cantos de la liturgia. Basta cantar con todos los fieles aquello que es propio de todos, o responder cantando al sacerdote en las partes cantadas (saludos, aclamaciones) o unirse con silencio y recogimiento al coro en los cantos que sólo éste ejecuta.

Potenciar la solemnidad, la oración y el canto en la liturgia, es cultivar un gran medio de participación activa de todos para unirse al Misterio. Todo buen coro es un servicio grande para que todos participen, porque participan todos cantando, no sólo el coro. Es un ejercicio de servicio que el coro apoye y lleve adelante el canto para que todos se unan, aunque algunos cantos los realice solamente el coro en ciertos momentos de la liturgia:

“Entre los fieles, los cantores o el coro ejercen un ministerio litúrgico propio, al cual corresponde cuidar de la debida ejecución de las partes que le corresponden, según los diversos géneros de cantos, y promover la activa participación de los fieles en el canto” (IGMR 103).

Así el coro está al servicio y en función de todos los fieles, del canto de todos los fieles, favoreciendo la participación orante, y no entendiendo o viviendo la liturgia como un concierto donde todos callan para escuchar a los intérpretes (como tantas Misas-concierto, bellísimas musicalmente[1] o, por el contrario, tantos cantos sentimentales más propios de veladas de campamento que sólo el coro juvenil conoce) o eligiendo los cantos al margen de la liturgia (como las paráfrasis, por ejemplo, del Sanctus o del Padrenuestro que alteran la letra), o simplemente con cantos que únicamente conoce el coro reduciendo al silencio a todos.

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15.09.17

Sacrificio de Cristo y nuestro también

Que la Eucaristía sea el sacrificio de Cristo, la actualización del mismo sacrificio de la cruz bajo el velo de los signos sacramentales, implica consecuencias litúrgicas y espirituales para vivir y participar en la celebración de la Santa Misa e incide en nuestra vida cristiana.

  No basta con destacar que la Misa es el sacrificio de Cristo, hay que destacar igualmente que ese sacrificio es nuestro, sacrificio de la Iglesia, en el cual nos ofrecemos nosotros también, nos unimos a Cristo en su sacrificio para alabanza del Padre. Al sacrificio de Cristo-Cabeza se le suman los sacrificios de los miembros de su Cuerpo. El sacrificio del Señor recoge, incluye también, el sacrificio de sus hermanos.

   El culto cristiano es profundamente existencial; es la liturgia viva de la existencia cristiana, no algo exterior y ceremonial a nosotros mismos. Es lo que el Señor calificó de culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23) y san Pablo recomendaba en sus cartas: “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva, santa… éste es vuestro culto razonable” (Rm 12,1); la vida del cristiano es una ofrenda continua a Dios: “cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 10,31); “todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,17); “lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres” (Col 3,23).

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7.09.17

Escuchando, se participa en la liturgia (V)

Escuchar requiere un acto interior de la inteligencia y del corazón, para captar e integrar, asimilando. Es un acto consciente. Oír es algo reflejo, donde captamos muchos sonidos, pero no todos son pensados ni acogidos. Escuchar sí requiere una inteligencia amorosa, una capacidad de recepción, atención, disponibilidad, desterrando cuanto nos pueda distraer o apartar para no desperdiciar ninguna palabra.

 He aquí, entonces, un modo más de participación litúrgica, fructuosa e interior.

 La escucha, en primer lugar, se refiere a las lecturas de la Palabra de Dios en la liturgia, que merecen ser bien proclamadas, con lectores aptos para leer en público y en alta voz (y no por un falso concepto de participación, aceptar que cualquiera lea, aunque luego no sepa ni entonar): “pido que la liturgia de la Palabra se prepare y se viva siempre de manera adecuada. Por tanto, recomiendo vivamente que en la liturgia se ponga gran atención a la proclamación de la Palabra de Dios por parte de lectores bien instruidos” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 45). Y también: “Es necesario que los lectores encargados de este servicio, aunque no hayan sido instituidos, sean realmente idóneos y estén seriamente preparados. Dicha preparación ha de ser tanto bíblica y litúrgica, como técnica” (Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 58).

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31.08.17

¿Monición de "acción de gracias"? ¡No, por favor!

   Parece que en aras de la participación, habría que multiplicar elementos en la Misa, una y otra y otra intervención más. En ese caos, nadie se paró a mirar qué dice el Misal, o se lo miró, lo reinterpretó a su gusto. Todos estos añadidos –en contra de lo que decía el mismo Concilio Vaticano II en SC 22- se fueron haciendo corrientes, difundidos, extendidos y casi hasta obligatorios. La liturgia se convirtió en algo antropocéntrico, sólo “nosotros”, y cada vez con menos sentido sagrado. Nos convertíamos en protagonistas, olvidando que el protagonista de la liturgia es Jesucristo y su Misterio pascual.

   Entre esos elementos, se ha introducido un larguísimo discurso, una monición de “acción de gracias” después de la comunión, con tal de que haya una persona más que intervenga en la liturgia. Es un discurso normalmente largo y que parece de obligado cumplimiento en ciertas Misas: Misas con niños, Primeras comuniones, Novenas de la Patrona, etc.

  ¿Lo permite el Misal? ¿Deja esa monición de acción de gracias como posible, como opcional, como facultativa? ¡En absoluto! Vayamos al Misal y encontraremos lo siguiente:

   “Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno” (IGMR 88).

  “Después [de la comunión] el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede, además, observar un intervalo de sagrado silencio o cantar un salmo, o un cántico de alabanza, o un himno” (IGMR 164).

   Éstas son las opciones posibles: silencio, o cantar un salmo o cántico de alabanza o un himno. No figura entre esas opciones que alguien lea un discurso o monición de “acción de gracias”. Tan simple como eso.

   Hay que entender, además, que “acción de gracias” como tal es el sacrificio eucarístico entero, la Misa celebrada, y no simplemente un discurso o monición leída por alguien. Terminada la distribución de la sagrada comunión, o se ora en silencio, o se entona un canto de alabanza o salmo y, finalmente, la acción de gracias de todos es verbalizada por la oración de postcomunión que el sacerdote, en nombre de todos, eleva a Dios dando gracias por el sacramento que hemos recibido. Esa oración de postcomunión es auténtica acción de gracias, recitada por el sacerdote, y parece una repetición absurda anteponerle una “acción de gracias” leída por alguien.

  Además esa monición de acción de gracias rompe con una norma de la Tradición litúrgica de la Iglesia. Los fieles no se dirigen individualmente a Dios en la Misa, sino en común y formando una sola voz; ni siquiera el diácono en la Misa: las moniciones siempre se dirigen a los demás (“Daos la paz”, “inclinaos para recibir la bendición”). Sólo el sacerdote se dirige a Dios en nombre de todos: “Oh Dios, que has realizado…” ¿Cómo es posible que un lector, sin más, lea algo dirigido a Dios como discurso de acción de gracias?

  A lo que hay que añadir otra costumbre más que se ha ido introduciendo: la acción de gracias del nuevo sacerdote en su ordenación o primera Misa, o la del religioso o religiosa en su profesión; un discurso largo, emotivo, sentimental, que convierte la liturgia en un homenaje a esa persona y que suele ser lo único que se recuerda porque resultó impactante, porque todos se emocionaron, etc., y, claro, ¡todos aplaudieron! Se perdió el espíritu sagrado de la liturgia y el nuevo sacerdote o el nuevo religioso o religiosa se convirtieron en los protagonistas absolutos. En vez del sacramento celebrado, en lugar de la profesión religiosa bendecida, parece que lo importante son estas palabras de “acción de gracias” que encontrarían su lugar adecuado fuera de la Misa, tal vez como palabras iniciales en el ágape, antes de bendecir la mesa.

  Que algo esté extendido y sea muy común, no quiere decir ni mucho menos que esté bien, aunque todos lo hagan. En el caso de esta monición de “acción de gracias” tras la comunión, hay que procurar ajustarnos en todos los casos al Misal y evitar estos elementos que son una distorsión de la liturgia, la introducción de lo emotivo y sentimental en forma de discurso.