¿Qué se pone encima del altar? ¿Es una repisa para todo?
Cuando en la iglesia vemos el honor que merece el altar, debemos elevar los pensamientos.
El altar es revestido de manteles, con flores y cirios; se venera con una inclinación profunda cada vez que se pasa delante de él; el sacerdote lo besa.
Es una Mesa santa, el ara del sacrificio, el signo de Cristo, roca de la Iglesia, piedra angular. Es el símbolo de la Mesa celestial, allá donde Cristo invita a todos los que quieran acudir, con el traje de bodas, a las nupcias del Cordero y la Iglesia.
Al ver en la iglesia el altar, hemos de pensar también en aquel altar interior, el propio corazón, que debe ofrecer sacrificios y holocaustos de alabanza al Señor.
La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma. Incluso cuando la oración se vive “en lo secreto” (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf Institución general de la Liturgia de las Horas, 9) (CAT 2655).