Naturaleza de la liturgia (Notas de espiritualidad litúrgica - IV)
La liturgia ante todo tiene un fin latréutico: realiza el deber individual y social de glorificar a Dios. Y por Cristo, Sumo Sacerdote, Mediador, la liturgia santifica las almas.
La santa Misa es sacrificio: glorifica y alaba a Dios, santifica, pide perdón por los pecados expiando, impetra la gracia. ¡Qué lejos de considerarla “fiesta”!
La liturgia de las horas posee un carácter predominantemente latréutico: su base son los himnos, salmos y cánticos. Todo es expresión, primeramente, de alabanza: los diversos Gloria, antífonas, responsorios, etc…
Hay que dejarse envolver de este espíritu de la liturgia, que eleva el alma a Dios, dedicando tiempo, dejándose llenar por la liturgia misma, bien y solemnemente celebrada, con unción, con devoción, con recogimiento, con amor de Dios:
“Esta solemnidad cultual y este perder tiempo para dedicarlo a Dios en su alabanza litúrgica tiene tanto más sentido y valor latréutico cuanto más se echan de menos en el mundo los medios de subsistencia, y cuanto más precioso parece el tiempo para emplearlo en obras de apostolado activo” (Brasó, Liturgia y espiritualidad, Barcelona 1956, p. 148).
La liturgia hace presente a Jesucristo en sus misterios comunicándonos la gracia. Es contacto de fe, pero real: ¡la liturgia es Jesucristo!, comunicándose, dándose, santificándonos, agraciándonos: