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16.11.17

¡Qué menos que cantar el sacerdote los textos propios!

  El canto no es un añadido de la liturgia, sino que pertenece a su misma naturaleza. Es expresión de solemnidad, de oración ferviente, de amor al Señor. Así se potencia la vida y la espiritualidad litúrgicas.

 Sería una gran reducción pensar que el canto es algo que atañe sólo al coro parroquial y que hay canto en la Misa si hay coro, y si no, no se canta. Porque antes que los cantos que debe entonar el coro, hay otros elementos que de por sí se pueden cantar y que pertenecen al sacerdote, haya coro parroquial o no lo haya.

 Dice la Ordenación General del Misal Romano:

 40. Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración de la Misa,atendiendo a la índole de cada pueblo y a las posibilidades de cada asamblea litúrgica. Aunque no sea siempre necesario, como por ejemplo en las Misas feriales, cantar todos los textos que de por sí se destinan a ser cantados, hay que cuidar absolutamente que no falte el canto de los ministros y del pueblo en las celebraciones que se llevan a cabo los domingos y fiestas de precepto.

Sin embargo, al determinar las partes que en efecto se van a cantar, prefiéranse aquellas que son más importantes, y en especial, aquellas en las cuales el pueblo responde al canto del sacerdote, del diácono o del lector, y aquellas en las que el sacerdote y el pueblo cantan al unísono.

 El primer nivel de canto, la mayor importancia, son aquellas partes en que el pueblo responde al canto del sacerdote y aquellas en que sacerdote y fieles cantan juntos. Hasta aquí todo clarísimo.

 Es lo que ya decía la Instrucción Musicam sacram cuando establecía diversos niveles en el canto. En el primer grado, Musicam sacram señalaba, en el n. 29:

a)      En los ritos de entrada: el saludo del sacerdote con la respuesta del pueblo. La oración [colecta].

b)      En la liturgia de la Palabra: las aclamaciones al Evangelio.

c)      En la liturgia eucarística: La oración sobre las ofrendas. El prefacio con su diálogo y el Sanctus. La doxología final del canon. La oración del Señor –Padrenuestro- con su monición y embolismo. El Pax Domini. La oración después de la comunión. Las fórmulas de despedida.

   Estos son los primeros y principales elementos, lo menos que se podría cantar en una solemnidad. No dependen del coro, sino del ejercicio ministerial: es el sacerdote, y el diácono, que cantan y reciben la respuesta de los fieles. Y esto se puede hacer en cualquier Misa dominical. Lo que no es comprensible es que siempre, absolutamente, el sacerdote abdique de la posibilidad del canto y todo se reduzca a lo que haga el coro.

  Es extraño, desde el punto de vista litúrgico, celebrar una Misa solemne, con coro y órgano, y que el obispo o el sacerdote no canten los saludos, ni las oraciones, ni el prefacio, ni la doxología… Es realmente algo anómalo.

  Lo mismo que, si no hay coro parroquial, ya por ello no haya canto alguno durante la Misa dominical. ¿Es que los textos propios que corresponden al sacerdote no se pueden cantar? ¿Acaso el canto del ofertorio o de la comunión es más importante e imprescindible que cantar el prefacio un domingo?

   Sugiero que, al menos, en los domingos del Tiempo Ordinario, el sacerdote cante –repito, haya coro o no- algunas de las partes que le corresponden:

-El Prefacio y el Santo

-Las palabras de la consagración (con la notación musical en el Apéndice del Misal)

-La aclamación: “Este es el Sacramento de nuestra fe”.

-La doxología: “Por Cristo…”

 ¡Qué menos que eso!

 Los domingos de tiempos fuertes, sumarle, al menos, las tres oraciones de la Misa: colecta, ofrendas y postcomunión.

En las solemnidades, ir añadiendo más elementos: el canto del saludo inicial de la Misa, las aclamaciones del Evangelio…

 Mejoraría, sin duda, la calidad de nuestras celebraciones litúrgicas, lograría que todos cantasen respondiendo (y eso es participar) y no vincularíamos el canto sólo a la posibilidad de que haya o no un coro parroquial.

2.11.17

El ambón

El ambón: La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles” (Catecismo de la Iglesia, nº 1184).

En la iglesia ha de haber, de conformidad con su estructura y en proporción y armonía con el altar un lugar elevado y fijo (no un simple atril), dotado de la adecuada disposición y nobleza, que corresponda a la dignidad de la palabra de Dios… El ambón debe tener amplitud suficiente, ha de estar bien iluminado… Después de la celebración, puede permanecer el leccionario abierto sobre el ambón como un recordatorio de la palabra proclamada (SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, 1987, nº 15).

La identidad de nuestras iglesias cristianas tiene, además del altar y de la sede, un tercer elemento, cuya importancia significativa puede parangonarse con los dos ya mencionados: el ambón o lugar de la Palabra.

El uso postconciliar que ha aumentado el número de lecturas bíblicas y el mayor uso de las Escrituras ha influido en la mentalidad bíblica de las asambleas litúrgicas. Pero esta adquisición de lo que representa la Palabra en la liturgia debe manifestarse también, no sólo en la forma de proclamar las lecturas, sino incluso en la materialidad del lugar desde donde éstas se leen en asamblea litúrgica.

Características del ambón

1. El ambón es un lugar, no un mueble. No son tolerables un facistol, o un pequeño atril que se mueve y se cambia de lugar. Establece más bien la actual liturgia que sea un lugar, amplio para estar incluso dos lectores, cuyo caso típico sería la lectura de la Pasión (cronista y sinagoga):

Ha de haber un lugar elevado, fijo… que corresponda a la dignidad de la palabra de Dios[1].

De la misma manera que a través de la visión constante de la mesa del Señor se ha de ir captando cómo todo el anuncio evangélico tiende al festín pascual, profecía de la fiesta eterna, así la presencia destacada y permanente de un lugar elevado ante la asamblea debe ir recordando al pueblo que cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es el mismo Señor el que está hablando a su pueblo (SC 7). Con ello irá calando en la comunidad que la liturgia cristiana tiene dos partes imprescindibles: la palabra y el sacramento; a estas dos partes corresponden el lugar de la palabra y la mesa del Señor.

2. No es un mueble que se quita y se pone. No se traslada a un rincón cuando acaba la celebración. Queda en su sitio igual que el altar, destacando los dos polos de la celebración, los dos polos de la vida cristiana.

3. Con suficiente separación de la sede y del altar. Pegado a la sede pierde relieve. Los espacios en el presbiterio deben ser amplios y cómodos, que se distingan visualmente.

4. Debe ser fijo. Pegado al suelo, de material noble. Si no hay más remedio que tener un atril, que sea digno, encima de una tarima, con una alfombra, paños, flores… es un lugar privilegiado de la presencia del Señor.

5. Visibilidad. Durante la liturgia de la Palabra la asamblea no sólo debe oír bien al lector, sino también verlo con facilidad. Debe tener, al menos, un escalón propio, que sea un lugar elevado, que se domine a la asamblea bien, y que el lector no quede oculto tras la atrilera con el leccionario.

6. Adornado. El ambón merece cariño y cuidado: paños según los colores litúrgicos, flores… El adorno más expresivo del ambón, cuando éste es una construcción fija, lo constituye el candelabro del cirio pascual. Éste, en efecto, debe colocarse siempre junto al ambón, nunca cerca del altar. Evidentemente, que, si seguimos esta opción, aunque el candelabro permanezca habitualmente junto al ambón, el cirio, en cambio, sólo estará allí durante la Pascua. Este aparecer sólo durante los días de Pascua la columna con su cirio puede ser una manera muy expresiva de significar que la Iglesia tiene su centro en Pascua y que en ningún otro tiempo se siente plenamente realizada como durante la cincuentena pascual.

Para un uso expresivo del ambón

Lo más propio para el ambón es

a) proclamar los textos bíblicos: las lecturas bíblicas, el canto del salmo responsorial.

b) El canto del Pregón Pascual es el único texto no bíblico que, desde la más remota antigüedad se canta desde el ambón.

Menos propio, aunque permitido:

a) Hacer la homilía. Lo más expresivo es desde la sede, pero se puede hacer desde el ambón, aunque se corre el riesgo de equiparar la homilía con la misma Palabra de Dios.

b) Las preces: es preferible “otro lugar", tal vez un atril auxiliar. Pero también el diácono las puede hacer desde el ambón.

Nunca en el ambón (pero sí desde un atril auxiliar, discreto y pequeño):

a) Las moniciones: son palabras de la asamblea a la misma asamblea. Su lugar no es el sitio de la única Palabra.

b) Dirección de cantos

c) Avisos al pueblo.

d) Oraciones presidenciales

e) Rosario, viacrucis, devociones, ejercicios del triduo, etc…

 



[1] En esta misma óptica, el reciente documento “Conciertos en las iglesias” insiste en que el ambón no debe retirarse de su lugar cuando el Ordinario permite usar excepcionalmente una iglesia para un concierto. (cf. ORACIÓN DE LAS HORAS, febrero, 1988, pág. 49.).

12.10.17

El altar

   El altar de la Nueva Alianza es la cruz del Señor, de la que manan los sacramentos del Misterio Pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado. En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente) (Catecismo de la Iglesia, nº 1182).

  La mesa no debe ser alargada, sino más bien cuadrada o ligeramente rectangular, digna y elegante, de acuerdo con la forma tradicional… Conviene que la base del altar descanse sobre una grada, que ha de ser de tal extensión que rodee por igual todos los lados del altar y permite circular cómodamente sobre ella (SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, 1987, nº 12).

       El altar es la mesa, la mesa del Señor en la casa de Dios. Ver el altar exclusivamente como “ara del sacrificio” es propio de todas las religiones; verlo también como “Mesa del Señor” es propio del cristianismo (el mantel es propio de la mesa donde se come, no del ara de sacrificios…). “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía” (IGMR, n. 296).

            Características del altar.-

            a) El altar debe ser y aparecer como una mesa santa.

            b) El altar debe estar separado de la pared para celebrar de cara al pueblo y poder circundarlo, especialmente en la incensación.

            c) El altar debe ser el centro de atención de toda la asamblea. Su lugar más querido, está en el centro del presbiterio; más importante que cualquier imagen o cuadro…

            d) El altar debe ser único y dedicado sólo a Dios. Un solo altar (o, como mucho, uno para celebrar los días feriales).

            e) Sobre el altar no debe haber imágenes ni reliquias. Sí las reliquias al pie del altar, bajo el altar.

            f) El altar, consagrado, o al menos bendecido.

            g) El altar debe ser de piedra natural o de otra materia noble, porque significa a Cristo, piedra angular de la Iglesia.

            Disposición del altar.-

      Para que el altar aparezca sobre todo como mesa no es conveniente que presente la forma de un rectángulo exageradamente alargado; más bien, cuadrado, sin ser exageradamente grande.

      El altar debe tener su realce. Un escalón o una tarima propia, su alfombra festiva, etc… El altar se debe cubrir para la Eucaristía, banquete pascual, con un mantel, grande, proporcionado al estilo del altar y grandes manteles de las grandes fiestas: ¡el convite pascual de Jesucristo!, siempre con elegancia, estilo y discreción. El mantel siempre ha de ser blanco (distinto del antipendio o paño con el que se reviste en días solemnes y encima el mantel).

  La cruz de la celebración sobre o junto al altar, al igual que los candeleros. Todo también en proporción con las dimensiones del altar. Una cruz bien visible, significativa, que atraiga las miradas de todos y manifiesten cómo la cruz y el altar están unidos en la identidad del mismo sacrificio, difiriendo sólo en la modalidad de su realización: cruento en el Calvario, incruento y sacramental en el altar. Atendíamos así a IGMR, 3º ed.: “También se ha de cuidar con todo esmero cuanto se relaciona directamente con el altar y con la celebración eucarística, como son, por ejemplo, la cruz del altar y la cruz procesional” (n. 350).

    El altar jamás ha estado en las distintas tradiciones y familias litúrgicas en el centro de la nave rodeado de bancos de los fieles. Eso destaca el nivel únicamente de la “comensalidad” y es una disposición del lugar nueva y no excesivamente acertada.

     El altar, que nunca ha tenido grandes dimensiones, estaba situado en el ámbito del “santuario", en el “ábside". Posee mucho simbolismo. El santuario presidido por una gran cruz y bóveda, lo circular, es el ámbito de Dios, perfecto. La nave, el lugar de todos los fieles, es cuadrado, limitado y desemboca en lo divino (lo circular). Es además la línea de la peregrinación: se camina hacia el altar y la cruz, término de la peregrinación terrena.

       El altar situado en el santuario (presbiterio) con su bóveda-cúpula es signo del altar del cielo, del que habla el Apocalipsis, por eso se rodea de las grandes pinturas de la Gloria, o de los iconos de los santos. Todos los fieles en la misma dirección miran al altar terreno esperando participar del Altar del cielo.

    Esta sí sería la disposición correcta si nos atenemos a nuestra Tradición.

    Uso del altar.-

    El altar se besa al principio y al final de la Santa Misa así como en la Liturgia de las Horas.

    Durante la Misa, el sacerdote sólo estará en el altar desde el ofertorio hasta terminar la purificación de los vasos sagrados, si bien puede en el altar recitar la oración de postcomunión e impartir la bendición. Los ritos iniciales nunca se hacen desde el altar, sino desde la sede (saludo, acto penitencial, Gloria, oración colecta). La homilía tampoco se hace en la mesa de altar, sino en su lugar propio (en la sede de pie o sentado, o en el ambón).

   Sobre el altar sólo se colocan las ofrendas de pan y de vino; las ofrendas de otro tipo (económicas, de alimentos, etc.) se colocan al pie del altar. Es indigno ver -cuando las ofrendas son ya cualquier cosa- ver el altar convertido en un expositor de libros, programas pastorales, carteles, etc. ¡El altar es santo!

  Nunca puede estar la materia del sacrificio sobre el altar antes del ofertorio, desde antes de la Misa (ni patena, ni cáliz, ni lavabo…) sino que estarán en la mesa auxiliar llamada credencia.

28.09.17

Para el canto litúrgico, unas Jornadas Nacionales de Liturgia en octubre

 

Cada año, en el mes de octubre, una convocatoria nacional concurre para todos: las Jornadas Nacionales de Liturgia. En torno a un tema, diversas ponencias y comunicaciones permiten profundizar y marcar líneas y pautas de acción en las diócesis y concretarlas luego en las delegaciones de liturgia, en los equipos de liturgia, etc.

 Este año las Jornadas se van a centrar en el canto y la música en la celebración al conmemorarse los cincuenta años de la Instrucción Musicam sacram. Debe ser, a mi entender, un punto de inflexión, dado la pésima calidad musical de nuestras liturgias en general, habiendo admitido cualquier instrumento, cualquier ritmo, cualquier canto, sin corresponder a la belleza, santidad y arte que se requiere en el canto para la liturgia.

 Nos hemos conformado con poco: cantar lo que sea con tal de cantar; cantar cualquier cosa para entretener a niños o jóvenes y que se distraigan, en vez de iniciarlos y educarlos en las formas propiamente litúrgicas. Hemos ido rebajando el listón y el nivel, poco a poco, cada vez más, y se impone una revisión y un cuidado por la música y el canto en la liturgia.

 El programa es amplio: http://www.conferenciaepiscopal.es/xlvi-jornadas-nacionales-liturgia/

 Me gustaría destacar dos elementos de estas Jornadas. En ellas, se van a dar a conocer los resultados de la Encuesta que durante varios meses se activó para sondear el estado y la opinión sobre el canto y la música, como ya comentara, aquí en Infocatólica, en su blog, Raúl del Toro.

 El segundo elemento será la presentación, o más bien, el anuncio, de un Enchiridion sobre la Música litúrgica, con toda la documentación pontificia desde S. Pío X, que se está preparando por parte del Departamento de Música de la Comisión episcopal de liturgia, coordinado por su responsable, D. Óscar Valado, sacerdote, organista, compositor (¡y buen amigo mío!).

 Este Enchiridion bien podrá ser, en su momento, elemento de reflexión y formación para coros, scholae, compositores, etc., así como responsables de música, sacerdotes, grupos de liturgia.

 No estaría mal, y sería mi deseo personal, que fruto de estas Jornadas Nacionales de Liturgia, se pensase y se diesen pasos concretos para una segunda edición revisada del Directorio “Canto y música en la celebración”… y también, ¡quién sabe!, una actualización del Cantoral Litúrgico Nacional, que necesita ajustes y enriquecimientos, para que sea el Cantoral de referencia para todas las parroquias, para todos los coros, también de niños de catequesis y de jóvenes.

 Quien pueda, que asista a estas Jornadas en Santander. Y quien no pueda, tendrá en unos meses los textos de las ponencias en la revista “Pastoral Litúrgica”.

15.09.17

Sacrificio de Cristo y nuestro también

Que la Eucaristía sea el sacrificio de Cristo, la actualización del mismo sacrificio de la cruz bajo el velo de los signos sacramentales, implica consecuencias litúrgicas y espirituales para vivir y participar en la celebración de la Santa Misa e incide en nuestra vida cristiana.

  No basta con destacar que la Misa es el sacrificio de Cristo, hay que destacar igualmente que ese sacrificio es nuestro, sacrificio de la Iglesia, en el cual nos ofrecemos nosotros también, nos unimos a Cristo en su sacrificio para alabanza del Padre. Al sacrificio de Cristo-Cabeza se le suman los sacrificios de los miembros de su Cuerpo. El sacrificio del Señor recoge, incluye también, el sacrificio de sus hermanos.

   El culto cristiano es profundamente existencial; es la liturgia viva de la existencia cristiana, no algo exterior y ceremonial a nosotros mismos. Es lo que el Señor calificó de culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23) y san Pablo recomendaba en sus cartas: “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva, santa… éste es vuestro culto razonable” (Rm 12,1); la vida del cristiano es una ofrenda continua a Dios: “cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 10,31); “todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,17); “lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres” (Col 3,23).

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