Anunciamos tu muerte (I - Respuestas XXVII)
1.Con el paso de los siglos, y sin tardar mucho, la gran plegaria eucarística o anáfora, recitada por el obispo o el sacerdote, recibió distintas aclamaciones o intervenciones de los fieles que se vinculaban así, más estrechamente a la gran y solemne oración de consagración.
Las más antiguas intervenciones, según nos consta, fueron las palabras del diálogo inicial (“y con tu espíritu”, “lo tenemos levantado hacia el Señor”, “es justo y necesario”) y el gran y solemne “Amén” final. Éstas son comunes a todos los ritos y familias litúrgicas. Pronto se incorporó, como vimos ya, el “Santo” cantado, el Trisagion.
Pero muchas familias litúrgicas, especialmente orientales o influidas por el estilo de la liturgia oriental, añadieron más y constantes intervenciones.
2. La divina liturgia de san Juan Crisóstomo, en el ámbito bizantino, es una buena muestra de ello.
El inicio de la plegaria es, ¡cómo no!, el diálogo inicial: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”, “-Y con tu espíritu”. “Levantemos el corazón” “-Lo tenemos levantado hacia el Señor”. “Demos gracias al Señor”, “-Es justo y necesario (adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, la Trinidad Una en esencia e inseparable)”.
Tras la alabanza que pronuncia el sacerdote, se canta el “Santo”. A las palabras de la consagración, tanto sobre el pan como sobre el cáliz, se responde “Amén”. Así dice el sacerdote: “Tomad, comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros para el perdón de los pecados”, y todos dicen: “Amén”.
Concluida la consagración, dirá el sacerdote la fórmula memorial: “Así pues, conmemorando el mandamiento del Salvador, y todo lo que sucedió por nosotros, la cruz, el sepulcro, la resurrección al tercer día, la ascensión al cielo, la entronización a la derecha del Padre y la segunda y gloriosa venida, te ofrecemos estos dones de Tus propios dones, en nombre de todos y por todos”. Los fieles responden glorificando a Dios: “Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias y te suplicamos, Señor Dios nuestro”.
Prosigue la solemne anáfora nombrando por quiénes se ofrece el Sacrificio en comunión con la Iglesia hasta que dice el diácono interviniendo: “Recuerda también, Señor, a aquellos que vienen a la mente de cada uno de nosotros y a todo tu pueblo”, y los fieles lo ratifican repitiendo: “Y a todo tu pueblo”.
Finalmente, concluirá la larga plegaria con una alabanza trinitaria, o doxología, y el solemne “Amén” de todos: “Y concédenos que con una sola voz y un solo corazón glorifiquemos y alabemos tu santísimo y majestuoso nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos”, y todos concluyen: “Amén”.
Vemos cómo en el rito bizantino los fieles intervienen en distintos momentos en la plegaria eucarística, haciéndola suya, viviéndola.
3. Otro tanto ocurre en nuestro venerable rito hispano-mozárabe, tan dado igualmente a la participación de los fieles con respuestas y aclamaciones, con el influjo oriental que asimiló.
Desde la sede (o choros) dirá el sacerdote: “Me acercaré al altar de Dios”, “-A Dios que es nuestra alegría”. Y sube al altar.
El diácono advierte: “Oídos atentos al Señor”, “-Toda nuestra atención hacia el Señor”. El sacerdote, ya en el altar, prosigue: “Levantemos el corazón”, “-Lo tenemos levantado hacia el Señor”. “A Dios y a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, que está en el cielo, demos debidas gracias y alabanzas”, “-Es justo y necesario”.
El sacerdote eleva una extensa acción de gracias que se concluye con el Sanctus: “Santo, Santo, Santo… Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo. Hagios, Hagios, Hagios, Kyrie o Theos”.
Al llegar las palabras de la consagración, como en muchos ritos orientales, el pueblo responderá: “Amén”. Dirá el sacerdote: “Tomad y comed: esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Cuantas veces lo comáis, hacedlo en memoria mía”, y se responde: “Amén”.
Terminada la consagración, el sacerdote con las manos extendidas, dice: “Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga glorioso desde el cielo”, y todos aclaman: “Así lo creemos, Señor Jesús”.
Prosigue la plegaria con una oración, variable en cada Misa, llamada “post-pridie”, a la que nuevamente se responde “Amén”, y la gran doxología con una bendición sobre los dones eucarísticos ya consagrados. Así dice el sacerdote: “Concédelo, Señor santo, pues creas todas estas cosas para nosotros, indignos siervos tuyos, y las haces tan buenas, las santificas, las llenas de vida +, las bendices y nos las das, así bendecidas por ti, Dios nuestro, por los siglos de los siglos”, y los fieles sellan la gran plegaria eucarística respondiendo: “Amén”.