19.04.21

Historias de santidad en Chile

A veces pienso que, si fuéramos capaces de ver las cosas como realmente son, nuestros libros de historia cambiarían por completo. Multitud de acontecimientos, tendencias y personajes que parecen ser fundamentales para entender el devenir histórico apenas merecerían una nota al pie, mientras que otros que no se estudian en las universidades necesitarían un curso entero para ellos solos. A fin de cuentas, el acontecimiento central de la historia de la humanidad pasó completamente inadvertido para los historiadores de la época, en un pueblecillo de una provincia remota del Imperio romano.

“La gloria de un país son sus santos” y quizá se podría escribir la historia de cada país, la auténtica historia de un pueblo, al hilo de sus santos. Sería una historia políticamente incorrecta, eso sí, porque de inmediato cuestionaría las modas y falsos dogmas del presente, algo que ningún historiador de prestigio osaría hacer. Sin embargo, merecería sin duda la pena, porque los santos son los únicos que se toman en serio la realidad y, en medio de la penumbra característica de nuestra naturaleza caída, disponen de una luz especial para verla y comprenderla.

En ese sentido, en los años que pasé en Chile, una de las cosas que más me impresionaron fue enterarme de que el país solo tiene dos santos canonizados: Santa Teresa de Los Andes y San Alberto Hurtado SJ. Para un español, acostumbrado a los cientos y cientos de santos de su propio país, algo así resulta difícil de imaginar e incluso causa una cierta tristeza. Por supuesto, cuando uno piensa en ello, lo entiende enseguida, porque Chile apenas tiene cinco siglos de historia cristiana y, además, su lejanía de Roma dificultó mucho los procesos de canonización antes de la época actual.

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15.04.21

No hemos aprendido nada

“Hace más de medio siglo, cuando aún era un niño, recuerdo haber oído a varios adultos dar la siguiente explicación de los grandes desastres que había padecido Rusia: ‘los hombres han olvidado a Dios y por eso sucede todo esto’. Desde entonces, he pasado casi cincuenta años trabajando en relación con la historia de nuestra revolución y, al hacerlo, he leído cientos de libros, recopilado cientos de testimonios y contribuido con ocho volúmenes escritos por mí al esfuerzo de limpiar los escombros que había dejado esa convusión. Sin embargo, si me pidieran hoy que formulase con la mayor concisión posible la causa principal de la ruinosa revolución que acabó con sesenta millones de personas, no encontraría una explicación más precisa que repetir: ‘los hombres han olvidado a Dios y por eso ha sucedido todo esto’”.

Alexander Solzhenitsyn, declaración al recibir el premio Templeton, 1983

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Todavía se ven de vez en cuando personas que, inasequibles al desaliento y a los golpes de la realidad, siguen considerándose comunistas. Recuerdo haber traducido un artículo de una revista técnica más o menos prestigiosa en que un “experto” analizaba cierto tema económico basándose única y exclusivamente en las afirmaciones de Marx sobre el asunto. El artículo producía una extraña sensación de horror, disonancia lógica y compasión. Aunque parezca mentira, no hay ideología tan necia, desprestigiada y suicida que no tenga defensores.

Es una ley inexorable del universo, sin embargo, que cuando uno piensa “no puede haber nadie más tonto”, siempre llega alguien y le demuestra lo equivocado que estaba. Consúltenlo si quieren, porque aparece en todos los buenos libros de Física, con muchas integrales y letras griegas.

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26.03.21

¿En qué sentido nuestra Señora es Corredentora?

Un lector, con el caballeresco nombre de Feri del Carpio, pregunta cuál es exactamente el contenido del título de Corredentora que se aplica a la Virgen y si tendría sentido proclamarlo como dogma. Como me ha parecido un tema interesante, que además es “de actualidad” por las confusas y, me atrevo a decir, desafortunadas declaraciones del Papa Francisco sobre el tema, he pensado que sería bueno dedicarle un breve artículo, para que los demás lectores puedan discutir sobre la cuestión.

Conviene decir, como señalaba el propio Feri, que todos cooperamos con la redención. Así lo dice San Pablo en la carta a los Colosenses: completo en mi carne lo que le falta a la Pasión de Cristo. Esta misión de completar la Pasión de Cristo tiene dos sentidos. Primariamente la completamos en el sentido de que aceptamos libremente y por la gracia la salvación de Cristo a través de la fe, para que los méritos de esa pasión se nos apliquen a nosotros. Es decir, no porque a la salvación que Cristo nos regala le falte nada, sino porque nosotros nos unimos a ella, la recibimos y así nos beneficiamos de ella. Como decía San Agustín, Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Por designio divino, nuestra salvación particular no es automática, sino que depende de nuestra libertad, sanada por la gracia.

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25.03.21

Cambió nuestra suerte

Antes de que en la Iglesia primitiva se conmemorara la Navidad, ya se celebraba la Anunciación. Y no es extraño, porque la Encarnación del Verbo es el quicio del universo y el punto de inflexión del devenir de este mundo, la respuesta del cielo a todas nuestras quejas y preguntas, el día en que se acabó para siempre la soledad y el resquicio por el que Dios entró de lleno en la historia de los hombres.

Como idea, la Encarnación sería suficiente para pasar la vida meditando sobre ella. Como realidad, nos empuja a hincarnos de rodillas y adorar en silencio lo que supera todo conocimiento. Día tras día, rezamos el ángelus, quizá sin pensar mucho lo que decimos, pero acostumbrando a nuestros labios y a nuestro corazón a descansar en el Misterio de los misterios, que lo cambió todo para siempre.

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22.03.21

Una homilía en que se dice algo

Quizá lo peor que se puede decir de las homilías que se escuchan en nuestras parroquias es que una gran cantidad de ellas no dicen nada. Las honrosas excepciones son eso, excepciones. Si les preguntaran a los fieles qué dijo el sacerdote el domingo pasado, la inmensa mayoría no podrían responder nada más que vaguedades, porque a menudo la misma homilía es un cúmulo de vaguedades. Es cierto que frecuentemente los fieles no escuchan, pero también es cierto que no escuchan porque están acostumbrados a homilías que no dicen nada, que no vale la pena escuchar.

La homilía que les presento a continuación no es de esas. De hecho, más bien dice demasiado. Es un sacerdote norteamericano de una pequeña parroquia de Arizona que no ha aprendido a callarse y mantener un perfil bajo, así que es muy probable que le caigan golpes de todos lados, pero nadie puede acusarle de no decir nada. Si de algo estoy seguro es de que todos los que estaban allí le escuchaban atentamente, lo que parece indicar que, cuando se dicen cosas concretas con claridad, en lugar de lugares comunes manidos, la gente escucha.

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