21.07.10

Algunos principios ¿irrenunciables? de la arquitectura católica

Tras la interesante discusión en el artículo anterior sobre la iglesia diseñada por Rafael Moneo para San Sebastián, he ido recopilando algunos principios que creo que deberían ser esenciales a la hora de construir una iglesia. Seguro que los lectores pueden sugerir algunos principios más o matizar o criticar éstos.

Como decía un comentarista, no soy ningún experto en arquitectura y supongo que la mayoría de los comentaristas tampoco lo serán. Sin embargo, no creo que eso tenga nada que ver con este asunto. Necesito un arquitecto para calcular la profundidad que tienen que tener los cimientos de mi casa, pero no para decirme si quiero que la casa tenga dos pisos o uno solo, si me gustan las ventanas grandes o pequeñas o si deseo que la fachada sea amarilla o blanca.

Precisamente, lo más importante de estos principios está en resaltar que la construcción de una iglesia no es un problema únicamente arquitectónico. Ni siquiera principalmente arquitectónico, en el sentido técnico del término. La construcción de una iglesia está destinada a lo que va a suceder dentro de ella y todo debe estar dirigido a ese Misterio e inspirado por él.

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20.07.10

Otra iglesia de Moneo no, por favor

Cuando Moneo diseñó la Catedral de la diócesis de Los Ángeles, por no echarme a llorar, intenté ver el lado bueno del asunto. Pensé: “Al menos, tras ver este engendro, ya nadie más le encargará iglesias a este arquitecto. Cara nos ha salido la vacuna, a doscientos millones de dólares, pero sin duda es eficaz, porque después esta monstruosidad el nombre de Moneo irá a formar parte de la lista negra de arquitectos que incluye al diseñador de los cimientos de la Torre de Pisa, al arquitecto de Chernobyl y al que le prometió al faraón Keops que en un par de meses estaba terminada la pirámide”.

Parece ser, sin embargo, que la estupidez del ser humano es insondable (clara prueba, por cierto, de que somos más que meros animales, porque ningún animal tan estúpido podría sobrevivir durante mucho tiempo). Me entero hoy de que Moneo ha diseñado otra iglesia en San Sebastián, en un nuevo barrio junto al río, que se inaugurará próximamente.

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18.07.10

La primera vez

La primera vez que vemos o hacemos algo tiene siempre una fuerza especial para impresionarnos. La novedad llama nuestra atención y hace que nos fijemos en todo, que estemos alerta ante los más pequeños detalles y que grabemos la ocasión en nuestra memoria.

Luego, por desgracia, esa fuerza va siendo combatida por el efecto de la costumbre, que nos va insensibilizando ante lo que vemos. Como es lógico, esas “primeras veces” son especialmente frecuentes de niños: los primeros pasos, el primer día de colegio, la primera vez que se ve el mar… A medida que pasan los años, la frecuencia de esas primeras veces disminuye y, quizás por eso, las apreciamos de una forma especial. Hoy ha sido para mí una de esas ocasiones de “primera vez” para mí en la liturgia.

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15.07.10

La sopa de letras del anglicanismo

Los españoles e hispanoamericanos, normalmente, conocemos muy poco del anglicanismo. Quizá por eso nos cuesta más comprender la relevancia y a la vez las dificultades que implica la iniciativa de Benedicto XVI para permitir la unión con la Iglesia de los grupos de anglicanos que lo deseen.

A mi juicio, esta iniciativa del Papa ha sido uno de los logros más importantes del verdadero Ecumenismo de los últimos cien años, junto con la unión con los siro-malankares, la mejora de relaciones con los ortodoxos desde Pablo VI, la declaración conjunta con los luteranos sobre la justificación o la apertura de conversaciones con las Iglesias Orientales no calcedonianas, por ejemplo. Pero, precisamente por su importancia, se enfrenta a unos enormes desafíos, en particular por lo complejos que son los grupos a los que se dirige.

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13.07.10

Santas varices

Este domingo a media tarde, caminaba por la acera con los niños hacia nuestro coche aparcado, cuando vi que iba por delante de nosotros una monja anciana. Entre que yo llevaba un carrito de niño y que la acera era estrecha, no era posible adelantar, así que fuimos un buen trecho detrás de ella.

Caminaba muy despacio, con las piernas hinchadas y llenas de varices. Apenas podía avanzar lentamente y renqueando un poco, apoyándose siempre en un bastón. Mientras la miraba caminar, sentí por un momento el impulso de tirarme al suelo y besar esos pies cansados y doloridos. No lo hice, como es lógico. Por vergüenza y porque el resultado más probable habría sido que la monja me golpease con el bastón y llamase a la policía. Además, fui consciente de que no era digno de hacerlo.

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