16.12.25

El odium plebis y el cardenal Fernández

Los distintos cánones jurídicos que ha aprobado la Iglesia a lo largo de la historia muestran a menudo una gran sabiduría, que maravilla al lector interesado. Es una sabiduría cimentada tanto en la fe como en la experiencia de siglos y milenios, en criterios a la vez teológicos, jurídicos y de un apabullante sentido común. Un ejemplo podría ser el concepto de odium plebis en lo relativo a los motivos de remoción de un párroco.

Antiguamente, era mucho más difícil que ahora retirar a un párroco de su parroquia. Un buen número de los párrocos, de hecho, tenían la parroquia “en propiedad”, lo que no significaba que fuera literalmente de su propiedad, sino que habían accedido por oposición al cargo de párroco de esa parroquia en particular. En esos casos, el obispo no podía cambiarles sin más de parroquia, como en la práctica sucede ahora, sino que tenía que poner en marcha un arduo proceso canónico de remoción. Como todo tiene sus pros y sus contras, con ello los obispos de entonces tenían menos libertad de acción, pero a cambio los sacerdotes ganaban en seguridad jurídica.

Sea como fuere, uno de los motivos de remoción existentes según el antiguo Código de 1917 era el de odium plebis, es decir, odio del pueblo: el hecho de que el rebaño que debía pastorear el párroco aborreciese al sacerdote en cuestión. Era un criterio practico, porque, si ese aborrecimiento fuera “tal que impidiese el ministerio parroquial útil y no se previese que fuera a cesar en breve” (c. 2147), la labor del párroco se haría imposible y no tendría sentido que continuase al frente de la parroquia.

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5.12.25

¿Por qué descendió Cristo a los infiernos?

Hoy voy a dar una charla sobre el credo de Nicea y he estado leyendo cosas al respecto de varios autores, entre ellos Santo Tomás de Aquino. Me ha encantado en particular su explicación sobre uno de los artículos del credo (que no aparece en el de Nicea, pero sí en el de los Apóstoles): “descendió a los infiernos".

Santo Tomás, sintético y ordenado como siempre, propone cuatro razones por las que Cristo descendió a los infiernos.

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1.12.25

¿Banquete o sacrificio?

Una de las polémicas que siempre me han parecido más extrañas es la de si la Eucaristía es un banquete o un sacrificio. Aparentemente, a algunos lo primero les parece una modernez y a otros lo segundo ni siquiera les suena ya.

Lo cierto es que, a cualquier antiguo israelita, y también a cualquier pagano de la época, le habría costado sobremanera entender siquiera donde estaba el problema. En cierto modo es como si les hubieran preguntado si el fuego quemaba o alumbraba.

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26.11.25

Invitación a tres charlas sobre el Concilio de Nicea

En lo que probablemente haya sido un momentáneo ataque de locura, los beneméritos sacerdotes de la parroquia de Santa María del Parque, en Madrid, me han pedido que pronuncie tres charlas sobre el 1.700º aniversario del Concilio de Nicea, a lo largo de los tres próximos viernes.

Es un tema muy entretenido, repleto de santos espectaculares, herejes liantes y mentirosos, traiciones, teólogos, emperadores, la crisis arriana, destierros, contrataques, confesores con una fe a toda prueba y la Providencia triunfante. A la vez, se trata de un momento crucial de la historia de la Iglesia, no solo porque en Nicea se defendieron los puntos fundamentales de la fe, sino también porque se sentó el precedente que tendrían que seguir todos los concilios ecuménicos posteriores.

Será una visión a vista de pájaro, claro, porque las charlas están destinadas a los feligreses habituales, de modo que trataré de que sean amenas y con un nivel muy sencillo, accesible para todos.

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21.11.25

Agradecer los castigos

No rechaces, hijo mío, el castigo del Señor, ni te enojes por su corrección, dice el libro de los Proverbios. Dios nos da muchos regalos y sus castigos no son el menor de ellos. Necesitamos que Dios nos castigue, como un padre castiga a su hijo preferido, para que aprendamos a rechazar el mal y elegir el bien.

¿Qué padre no castiga? Aquel a quien sus hijos no le importan nada. Mis padres me regañaron y castigaron muchas veces y yo se lo agradezco inmensamente. Si no lo hubieran hecho, me habría convertido en un adulto mimado, egoísta e insufrible. Cualquier hijo con dos dedos de frente se da cuenta de ello.

Mucho más aún, pues, tendremos que agradecer los castigos que Dios nos manda, desde las pequeñas incomodidades cotidianas a las humillaciones, las enfermedades y la misma muerte, que son consecuencia del pecado de Adán y del nuestro, a la vez castigo y pena saludable. Porque Dios así lo ha querido, nos ayudan a convertirnos y son señales para que no nos perdamos en el camino hacia el cielo.

Como es un tema del que no se habla casi nada y por si ayudara a alguien, he escrito para mí y para el blog una sencilla oración con la que agradecer a Dios los castigos que nos regala.

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