Advierto que, por increíble que parezca, lo siguiente es una historia real. La he traducido de un artículo aparecido en el Toronto Star, un periódico canadiense generalista.
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«La iglesia anglicana de St. Peter tiene fama desde hace mucho de ser un lugar inclusivo. Parece que es tan abierta que no le cierran las puertas a nadie. Ni siquiera a un perro. Así es como un perro con suerte recibió la comunión de la mujer Párroco provisional, la Reverenda Marguerite Rea, durante una celebración litúrgica por la mañana del último domingo de junio.
Según los asistentes a la celebración en esta iglesia histórica del número 188 de la calle Carlton, en el centro de Toronto, fue un gesto espontáneo, que buscaba conseguir que tanto el perro como su amo, se sintieran acogidos, ya que era la primera vez que iban a esta iglesia. Sin embargo, al menos un feligrés consideró que este hecho era una vulneración de las normas y reglamentos de la Iglesia Anglicana. Presentó una queja ante la mujer sacerdote y ante la Diócesis Anglicana de Toronto sobre el incidente y, desde entonces, ha abandonado la iglesia.
“Respondí al feligrés que la política de la Iglesia Anglicana es no dar la comunión a animales”, afirmó el obispo Patrick Yu, encargado de la zona de York-Scarborough y responsable de la iglesia de St. Peter, que recibió la queja a primeros de julio. “Entiendo que la gente se sienta ofendida. Es algo extraño y escandaloso y nunca había oído que sucediese antes”. “Creo que la reverenda se dejó llevar por lo que creo que es un gesto de bienvenida equivocado”. Intentamos ponernos en contacto con Reverenda Rea repetidas veces, pero no quiso comentar este asunto. “Está avergonzada”, afirmó Yu.
Sin embargo, otros feligreses dicen que esa forma de actuar no intentaba ser polémica. Peggy Needham, sacristán adjunta, estaba sentada cerca de los primeros bancos cuando se le dio una hostia al perro. Era la primera vez que Needham había visto al hombre y a su perro en la iglesia. Le habían invitado a la celebración después de un incidente durante el cual la policía le estuvo interrogando cuando estaba sentado pacíficamente en las gradas de la iglesia, a primeras horas de una mañana durante el fin de semana del G20. Enfadado por esa experiencia, llamó a la puerta de la iglesia para quejarse. Le invitaron a acudir a la iglesia y lo hizo, trayendo a su perro consigo.
Cuando llegó el momento de la comunión, el hombre fue a recibir el pan y el vino, con su perro. “Estoy seguro de que fue una sorpresa para Marguerite, como para todos nosotros”, afirmó Needham. “Pero a nadie le pareció que fuera algo importante, porque no era nada importante”.
Según la información recibida por Yu, el hombre pidió a la reverenda que diera una hostia al perro. Pero Needham afirma que no recuerda que el hombre pidiera algo así. Dice que, más bien, fue la Reverenda Rea la que, instintivamente, se agachó y colocó la hostia en la inquieta lengua del perro. “Creo que fue una reacción natural: ahí estaba el perro, mirando hacia arriba, y ella estaba dando las hostias a la gente y, simplemente, le dio una al perro”, afirmó Needham. “Cualquiera podría haberlo hecho. No es que esté intentado iniciar una revolución”.
Días después, la iglesia y la diócesis recibieron una queja de un parroquiano, que consideraba que la iglesia había ofendido al ritual sagrado. El pan y el vino representan el cuerpo y la sangre de Jesucristo y sólo deben entregarse a los bautizados. El obispo Yu afirmó que, cuando habló con la Reverenda Rea, ella se disculpó por lo que había hecho y dijo que no lo volvería a hacer. “A no ser que haya nueva información de que está dando la comunión a animales, el asunto está cerrado… Después de todo, estamos en el negocio del perdón y las reparaciones”, dijo.
Needham afirmó que la iglesia siempre ha estado abierta para los animales y que, una vez al año, tiene una celebración para bendecir animales domésticos. Por eso, el incidente apenas despertó la atención de los feligreses, excepto uno de ellos. “En su correo electrónico, el argumento de esa persona era que a Cristo no le habría gustado”, señaló Needham, “pero, en mi opinión, a Cristo le habría parecido estupendo. Fue un gesto de humanidad. E hizo sonreír a todo el mundo”.»
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La verdad, no sé qué es lo peor de todo esto. ¿El señor que va a la celebración con su perro sin que nadie le diga que eso no es adecuado? ¿La “reverenda” para quien, obviamente, la comunión no significa absolutamente nada? ¿Todos los feligreses menos uno, a los que ni siquiera sorprende la cosa? ¿El hecho de que el sacrilegio parezca ser lo menos importante de la historia? ¿La sacristana que cree que a Cristo le habría parecido “estupendo” porque hizo sonreír a todo el mundo? ¿El obispo que no da la menor importancia al asunto? ¿El inclusivismo puesto en el lugar de Dios y de la fe?
Sólo hay dos cosas buenas en la historia. En primer lugar, que el pan y vino de la reverenda no eran más que eso, pan y vino. No comete un sacrilegio quien quiere, sino quien puede. En segundo lugar, que estas historias para no dormir, frecuentísimas en la Comunión Anglicana, son un acicate para que los anglo-católicos salgan cuanto antes de ese marasmo de confusión doctrinal y moral en que se ha convertido el anglicanismo.