¿Cuándo fue la última vez que te confesaste de tentar a Dios?
Algunas personas apenas escuchan las lecturas en la Misa. Ésos son los buenos y piadosos. Los demás generalmente no las escuchan en absoluto. Supongo que no es necesario probar esto que digo, ya que resulta evidente, pero, para darse cuenta de ello, basta compararlo con un ejemplo de la vida “civil”.
Es cosa sabida que los maridos (todos menos yo, por supuesto, cariño) desarrollan la habilidad de poner cara de atención a las interesantes historias de sus esposas sobre la vecina del tercero mientras piensan en fútbol, trabajo o Teología. Asienten con la cabeza, emiten periódicamente sonidos difusos y poco comprometedores y dicen cosas como “ya”, “claro” o “vaya”. Sin embargo, la ley de hierro de la supervivencia de los más aptos hace que, al cabo de algunos años, los maridos descubran que eso no basta: es esencial tener un piloto automático inconsciente que detecte frases peligrosas o extrañas en la conversación, para pasar inmediatamente de modo Auto a modo Consciente. Me refiero a cosas como “es baratísimo”, “me han dicho que la obra sólo tardaría un mes” o “dice mi madre que estaría encantada de pasar tres meses con nosotros”. Un marido que ignora esas señales está corriendo graves riesgos.