La semana pasada, leí en una biblioteca el nuevo libro de la saga harrypotteriana: Harry Potter y el legado maldito. La acción comienza donde termina el último libro de la serie: con los personajes ya crecidos y casados, de modo que, al menos en parte, los verdaderos protagonistas de la nueva entrega son sus hijos.
La obra tiene dos particularidades. La primera es que es literalmente una obra, una obra de teatro, y no una novela, lo que me intrigó y me animó a leerla. La segunda es que tiene tres autores, ya que a J.K. Rowling se le han sumado un director (John Tiffany) y un dramaturgo (Jack Thorne).
Si tuviera que resumir mi impresión en una palabra, sería: decepcionante. Con instinto infalible, el libro desecha todo el sentido del asombro y de lo maravilloso que hizo que la serie fuera un éxito y se centra en los conflictos adolescentes obsesivos que convirtieron los últimos libros en una pesadez. Todo son quejas, quejas y más quejas, inseguridad, narcisismo y sentimentalismos.
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