25.11.08

Los frutos de la comunión de los santos

Para todos los que llevan tiempo rezando por el bebé de Enrique (Orzowei), las últimas noticias:

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¡¡Queridísimos!!

Os escribo para deciros que la operación del estómago salió bien y ya le han reintroducido la alimentación y que, después de casi 2 meses, han sacado a Pablo de la UCI y está en planta con nosotros. Suponemos que estaremos unos días más (7 ó 10) y ya volveremos a casa.
Muchas gracias por vuestras oraciones, ¡¡aguantad un poquito más!!

Un abrazo

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Me alegro mucho, en primer lugar, por Enrique y su familia, como es lógico. Pero también me alegro por haber podido observar, en este blog, los frutos de la comunión de los santos en acción.

Continuemos rezando por el pequeño y sigamos rezando también, no lo olvidemos, por el marido de RNA y su familia.

Cristo Rey y el cine

Al hilo de lo que celebramos esta semana, he recogido estos breves párrafos del P. Raniero Cantalamessa, Predicador Pontificio, sobre Cristo Rey.

Me ha parecido una forma muy original de enfocar el tema de Cristo Rey, a través de una manifestación de cómo comprende el mundo de hoy ese misterio: el cine y las películas sobre la vida de Cristo.

Al hacerlo, ha mostrado claramente la facilidad que tenemos hoy para contemplar la humanidad y la humildad de Cristo… y la dificultad que encontramos en reconocerle como Señor del mundo, de la Historia y de nuestras vidas.

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Le veréis venir entre las nubes del cielo…

En el Evangelio de este domingo, Pilato pregunta a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?», y Jesús responde: «Sí, como dices, soy Rey». Poco antes, Caifás le había dirigido la misma pregunta de otra forma: «¿Eres tú el Hijo de Dios bendito?», y también esta vez Jesús respondió afirmativamente: «Sí, yo soy». Es más: según el Evangelio de Marcos, Jesús reforzó esta respuesta, citando y aplicándose aquello que el profeta Daniel había dicho del Hijo del hombre que viene entre las nubes del cielo y recibe el reino que nunca pasará (primera lectura). Una visión grandiosa en la que Cristo aparece dentro de la historia y por encima de ella, temporal y eterno.

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23.11.08

¿Por qué no se van de la Iglesia?

Cuando salió a la luz por primera vez el “lío” de la ex-parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías, escribí varios artículos sobre el tema. En uno de ellos, se encontraban los siguientes párrafos, que creo que siguen siendo apropiados, a la luz de las últimas declaraciones de Javier Baeza, en las que este sacerdote habla de que hay que hay que cerrar la Iglesia Católica o de que ellos siguen cometiendo los mismos abusos litúrgicos que antes.

Quizá el comentario más frecuente que he escuchado sobre estas declaraciones es: ¿por qué se empeñan en seguir en la Iglesia? Con estas líneas, intenté enfocar la cuestión de un modo distinto a lo habitual. Curiosamente, la propia página de San Carlos Borromeo recogió, en aquel momento, el artículo, así que algo debieron de encontrar en él que les llamara la atención.

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22.11.08

Teocentrismo absoluto

Al contar en el último artículo que había participado por primera vez en la Misa según la forma extraordinaria del rito romano, un lector, Luis, escribió estas bellas líneas sobre la liturgia tradicional.

Me ha encantado leer los sentimientos de un “enamorado” de la liturgia tradicional. También me ha entristecido un poco ver que la mayoría de las cosas que cuenta Luis están o deberían estar presentes en la forma ordinaria de la liturgia, pero estamos acostumbrados a que ésta se celebre mal, a que no se dé importancia a la liturgia, a que algunos sacerdotes conviertan la Misa en un largo sermón, a que no se utilice nunca la Plegaria Eucarística I (que es el Canon romano e incluye todas las oraciones que ha mencionado Luis).

Estoy convencido de que la liberalización del rito extraordinario, como dice el Papa, contribuirá a que todos los sacerdotes y fieles demos más importancia a cuidar la liturgia, también en el rito ordinario, a vivirla como lo que es, el centro y culmen de la vida cristiana.

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20.11.08

El rito extraordinario: como un niño ante un regalo

A veces me gusta imaginar, con cierta envidia, a alguien que, por ejemplo, nunca haya contemplado una puesta de sol, no haya leído ningún libro de Chesterton o no haya visto el mar y aún pueda saborear estas cosas por primera vez. La novedad nos permite ver las cosas con una mirada limpia y agradecida, disfrutarlas sin darlas por hecho y descubrirlas como lo que son: un regalo que no merecemos. Conforme uno va acumulando años, este tipo de cosas se hacen menos frecuentes y la mayoría de las alegrías y placeres van pasando a la categoría de viejos amigos, que confortan pero no suelen sorprendernos.

Cuento todo esto porque, el sábado pasado, tuve ocasión de estrenar una alegría completamente nueva para mí: la Misa tradicional del rito extraordinario. Viajé a Sevilla con mi mujer y pude asistir a la Misa gregoriana solemne que se celebró en la ciudad del Guadalquivir. Como nunca había participado en una Misa tradicional, según el rito anterior al Concilio Vaticano II, tuve la oportunidad de observarla y participar en ella con ojos nuevos, sin el adormecimiento de la rutina. Con la ilusión de un niño ante un regalo inesperado.

Puesto que ya otros han descrito los detalles concretos de la celebración, me limitaré a relatar mis propias impresiones. Mi primera sensación fue estética, como es lógico. La Misa se celebró en la parroquia de San Bernardo de Sevilla. Como suele ser el caso con las iglesias andaluzas, está pintada por dentro y por fuera de colores alegres y luminosos. Es un templo precioso, barroco-neoclásico, del s. XVIII, con un estupendo retablo en el altar mayor y varios altares laterales.

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