Exordio
Me sientan mal las vacaciones. Me deprimen. Yo creo que eso de no ver cada mañana a los niños entrando en el colegio me sienta fatal. Esas caritas son un regalo de esperanza que Dios me entrega cada día. Y sin mis profesores, sin mis niños, sin las familias del colegio, sin mi capilla con el Señor allí presente en el Sagrario… Me siento perdido, mutilado… Es verdad que necesito descansar y que disfruto con mi familia… Pero me falta algo.
Y miro alrededor y se me cae el alma a los pies: corrupción política, miseria ideológica, modernismo religioso, subjetivismo, idealismo, irracionalismo, emotivismo vomitivo… ¡El daño que está haciendo y que va a hacer a los niños la ideología de género! ¡Qué pena! ¡Cuántas vidas quedarán dañadas o destrozadas…!
Para éste, mi nuevo artículo, había pensado en recurrir de nuevo a mi querido Aetandi Gos, con sus cintas magnetofónicas fósiles y sus planteamientos modernistas tan desquiciados como ajustados a la realidad eclesial hodierna. Pero, de momento, lo descartaré: hay lectores a quienes cuesta mucho desentrañar ironías y sarcasmos. También pensé en rescatar al P. Gabriel Vetusto y echarme con él al monte. Incluso pensé en bosquejar una distópica iglesia del 2081 que aceptara el matrimonio sacramental para los LGTBI, el sacerdocio femenino, la intercomunión con los protestantes, el casamiento de los sacerdotes (incluidos los homosexuales); la aceptación de la eutanasia, de los anticonceptivos, de la fecundación artificial, de los vientres de alquiler…
Pero ¿para qué? ¿Merece la pena? Yo creo que no. La realidad supera muchas veces toda ficción.
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