Pues nos echaremos al monte
El P. Vetusto, don Gabriel Vetusto, abrió el semanario católico Alfalfa y Omega 3 – subtitulado “Una Iglesia sostenible contra el cambio climático y la desigualdad” – y tomó un sorbo de café. Le gustaba el café solo, negro, puro; pero, eso sí: con mucho azúcar. Su abuela lo había acostumbrado desde que era un guajín[1] a tomar el café con mucho azúcar y, aunque los puristas le reprocharan continuamente que lo que tomaba era azúcar con café, el bueno de don Gabriel se remitía a sus antepasados como criterio más que válido para justificar su debilidad: a fin de cuentas, la tradición era la tradición. Y aquella era una usanza muy arraigada en su familia desde la época del estraperlo y las cartillas de racionamiento. Sólo había algo mejor que un café solo con mucho azúcar: un café solo con mucho azúcar y un chorrito de orujo blanco (sin concesiones a las hierbas). Don Gabriel solía decir que había que echar “unes pingarates” al café para calentar el gaznate y avivar el alma. En ningún caso se le podía pasar por la cabeza al P. Vetusto que “unes pingarates” de orujo blanco pudieran ser motivo siquiera de pecado venial.
Después de varias fotografías del Santo Padre abrazando niños, bendiciendo enfermos o siendo bendecido por seminaristas que cubrían, todos a una, la cabeza del Pontífice con sus manos, como si jugaran al burro sobre la coronilla del Papa, sus ojos se posaron en el titular de la página tres: “Acercamiento histórico-crítico a la festividad del Corpus Christi”, por Aetandi Gos, teólogo islandés y especialista en estudios bíblicos. Lo de “Acercamiento histórico-crítico”, al bueno del P. Vetusto no le dio buena espina; pero tal era su devoción y su fe en la presencia real de Cristo en la Hostia Consagrada, tal y como lo expone la Santa Madre Iglesia en el Dogma de la Transubstanciación; tal era su fervor, su temblor, su temor y su amor cada día cuando sostenía en sus pobres manos al Señor Sacramentado, que no pudo resistir el impulso de leer el artículo.
“Hace casi 800 años que se instituyó la festividad del Corpus Christi: allá por el siglo XIII, el 8 de septiembre de 1264, el Papa Urbano IV instituía esta festividad mediante la bula Transiturus hoc mundo. ¿Qué se podía esperar de aquella época medieval oscurantista? (“por mal caminos vamos”, pensó el cura). Por aquel entonces se creía que el pan y el vino de la Eucaristía, por arte de magia, se convertía en el mismo Cuerpo y la mismísima Sangre de Jesucristo. Se creía que las palabras del sacerdote en la consagración transformaba la sustancia del pan y el vino, conservando sus accidentes. Eran tiempos en los que no existían los conocimientos científicos que existen hoy en día. Nada se sabía de física ni de química. Por aquellos años, se difundían incluso mitos y leyendas sobre Hostias que sangraban y se transformaban en tejido cardíaco".
“¡La madre que me parió!”, se dijo para sus adentros don Gabriel.
“Fue Santo Tomás de Aquino el encargado de elaborar los textos para el oficio y la misa propia del día, con secuencias y cánticos tan pasados de moda y tan rancios como el Pange lingua (y su parte final Tantum Ergo), Lauda Sion, Panis angelicus, Adoro te devote o Verbum Supernum Prodiens. Gracias a Dios, ya nadie se acuerda de Santo Tomás de Aquino. ¡Cuánto daño ha hecho la Escolástica al desarrollo de la filosofía y la teología moderna”.
Que le mentaran a Santo Tomás de Aquino fue más de lo que don Gabriel podía soportar. El P. Vetusto enrojeció. Noto una sensación familiar en la boca del estómago. Un dolor agudo, se apoderó de sus huesos y la vena del cuello se hinchó peligrosamente. No daba crédito a lo que estaba leyendo. Estaba a punto de arrojar al fuego de la chimenea el semanario católico para que se quemara con todos los demonios del Infierno. Pero tuvo que seguir leyendo.
“Afortunadamente, hoy ya no creemos en tales supersticiones. El dogma de la transubstanciación es cosa del pasado y hoy ya nadie cree semejantes supercherías. Los católicos, como los luteranos, creemos en la presencia de Cristo en el pan de la cena pascual, pero se trata de una presencia simbólica y metafórica: “Cada vez que dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo con ellos”. Es un modo de hablar. Igual que alguien puede decir que Elvis Presley vive, los católicos afirmamos que Cristo vive. No hay resurrección histórica. La resurrección es cuestión de fe. Desde mis últimas investigaciones arqueológicas, puedo afirmar que estamos muy cerca de encontrar la tumba con los huesos del Nazareno. Y por fin acabaremos con más de dos mil años de especulaciones y de mitos supersticiosos.
Ya hemos acabado con ese terrible, macabro y sangriento concepto de sacrificio aplicado a la misa y hemos dejado bien claro que el Demonio no es otra cosa que un símbolo inventado por el hombre para explicar el misterio del mal. La Cena del Señor es una fiesta donde se celebra la libertad, la igualdad y la fraternidad entre todos los seres humanos; un lugar de encuentro donde todos deben ser acogidos y abrazados; donde todos deben compartir el mismo pan de la unidad. No tardaremos en cambiar el catecismo para que los homosexuales se puedan casar en nuestros templos; para que todos y todas sean acogidos como hijos amados de Dios. Si se quieren, ¿por qué no habrían de celebrar su amor en la comunidad? La posibilidad de que los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil puedan comulgar sin restricción alguna, cambia todo y abre posibilidades hasta ahora insospechadas. Ya no hay normas ni reglas ni mandamientos. Se acabó con el rigorismo farisaico. Ahora lo que cuenta es la conciencia de cada uno: cada cual es responsable de sus actos. Y la Iglesia no es nadie para meterse en la conciencia de nadie”.
Cuando el padre Vetusto estaba a punto de estallar a causa de la santa ira que lo consumía, en aquel preciso momento, se abrió la puerta de la austera sala de estar del cura trabucaire. Era Pepón, el sacristán, más conocido como “El Cachinos”.
Nadie sabía muy bien de dónde provenía aquel apodo pero la hipótesis más plausible se remontaba muchos años atrás, a los tiempos mozos de Pepón. Se decía que en las Fiestas de Santiago, un foriatu[2] se había atrevido a llamarle “paleto”, más por los efectos de una caja de botellas de sidra mal asimiladas por el señorito (la sidra hay que saber mearla), que por un acto consciente de osadía suicida. Al oír aquel agravio, Pepón, sin mediar palabra, le dio tal guantada con toda la mano abierta que el muchacho capitalino cuentan que voló varios metros hasta caer inconsciente. “Dejólu hechu cachinos”[3], murmuraba la gente entre la admiración y el temor. Efectivamente, Pepón le había roto la cara al forastero de la bofetada que le había pegado. Y tanto se comentó y se divulgó la hazaña de Pepón, tanto se habló de los “cachinos” que habían quedado rotos de la cara del pobre borrachín inconsciente, que el mote de “El Cachinos” le quedó de por vida. Hasta tal punto llegó la fama de su apodo, que muchas veces se presentaba gente en la Sacristía preguntando por el señor “Cachinos”, creyendo que el apodo era en realidad el verdadero apellido del sacristán, que a la sazón era Pérez de primero y Alonso de segundo. Pero a don José Pérez Alonso nadie lo conocía en Vitruvia. Para todos era Pepón, el Sacristán o, simplemente, “El Cachinos”.
En realidad, a pesar del origen violento de su mote, Pepón el Cachinos era un pedazo de pan. Buen vecino y buena persona donde los hubiere. Era lo que en Vitruvia se entendía por un “paisano”: hombre de palabra; de pocas palabras: las justas pero verdaderas; servicial con todos los vecinos, que lo apreciaban de corazón por su bondad natural, aunque un tanto tosca. El Cachinos llevaba ya muchos años de sacristán de la Parroquia de Nuestra Señora del Buen Consejo. Se dice que en tiempos de Pelayo, una Señora se había aparecido al general sarraceno para aconsejarle que se retirara con sus tropas a tiempo, sin pelear; y que dejaran en paz a los vitruvianos. El consejo era bueno – de ahí la advocación de la Virgen – y aparecía recogido el suceso en la Crónica Lebaniega en un manuscrito hoy perdido. El general moro no hizo caso al buen consejo de la Virgen y los infieles recibieron lo suyo y lo del vecino en cuanto asomaron las narices por las cumbres de Covadonga.
-– Prepárame la garrota, Pepón – le espetó el P. Vetusto en cuanto lo vio entrar por la puerta.
– ¿Tien usté ganes de solmenarle algún garrotazo a alguien, don Grabiel? Mire que estamos en tiempos de pacifismo hippy y si le pilla a usté la guardia civil se le cae el pelo, pater.
– No son los hippies los enemigos, Pepón. Vamos a por los herejes.
– ¿Se va a echar usté al monte, don Grabiel? Mire que esa vieja garrota ya no está para muchos trotes. Y sus hueso tampoco, señor cura.
– Vamos a ser Partisanos de María, por la gracia de Dios. Saldremos por los caminos desfaciendo entuertos y denunciando herejes modernistas. Esto ya no se puede seguir tolerando. Alguien tiene que hacer algo. Como decía San Pío X en la Encíclica Pascendi, “guardar silencio ya no es decoroso, si no queremos parecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes”.
– Amén, don Grabiel. Prepararé la maleta. ¿Por dónde empezaremos nuestro viaje?
– Por el palacio episcopal, Pepón. A ver qué dice nuestro obispo sobre tantos abusos y disparates como se están diciendo y escribiendo hoy en día, que parece que todos los demonios del infierno andan sueltos por el mundo.
La mirada de El Cachinos lo decía todo y valía por todo un discurso de Cicerón: “Abandone usted toda esperanza, don Grabiel”, parecía translucirse en los ojos del sacristán.
El Cachinos salió de la habitación y preparó una maleta con un par de mudas, el hisopo y poco más. Salió a la calle y abrió el maletero del viejo Seat 127, que milagrosamente todavía era capaz de rodar por las carreteras. Pero el escaso sueldo de cura de pueblo no le daba a don Grabiel para cambiar de coche.
Al poco rato, El Cachinos y el P. Vetusto arrancaron el coche y pusieron rumbo a Vetusta, la sede episcopal de la Diócesis.
Con el dogma de la transubstanciación y con la fiesta del Corpus Christi no se juega. Aquella era una línea roja: la línea roja; tal vez sólo comparable con los dogmas marianos (que tampoco se tocan). Si algún hereje pretendía traspasar aquel límite, ya podía correr ligero o aguantar los garrotazos del P. Vetusto. Aquello no lo iba él a consentir sin más ni más. Hasta ahí podíamos llegar. Santidad o muerte.
(Continuará)
22 comentarios
El cachinos contra los cochinos.
Esto promete.
Ofrezco apoyo logístico y unas cachavas de roble navarro capaces de abollar un tanque.
Con los Dogmas no se juega.
Y sí. Santidad o muerte. Las mariconadas se las dejamos a nuestros políticos y a acobardados cristianos que renunciaron a proclamar la Verdad que generosamente les fue revelada para obtener el aplauso y las sonrisas de sifilíticos desdentados.
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Pedro L. Llera
El monte hoy está aquí: en la Red, en Internet. Hace cien años difícilmente nos habríamos podido hacer oír. Hoy, sí.
¿No hablan los herejes a todas horas? ¿Por qué habríamos de callar los fieles a Cristo y a la Santa Doctrina de la Iglesia?
Yo no me callo ante los herejes modernistas.
Ah ! El maquis se puede montar de muchas maneras. En internete, en la parroquia, con ese cura que anda por el Concilio Vaticano IV, en la cerveza de los amigos, que ya está bien de arrear siempre y en el mismo sitio eclesial, etc.
Por cierto, se nota que es vd. profesor de literatura. Se le ve la "pluma", la buena pluma ;-)
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Pedro L. Llera
El monte puede ser Internet, como un medio libre para hacernos oír. Ello no es incompatible con la realidad y, mucho menos, con el Sagrario.
Usted puede que sea lo suficientemente valiente (o no depende suficientemente de la Iglesia para vivir) como para "echarse al monte".......pero los curas y sobre todo los obispos y cardenales, quia, viven muy bien.
Por mucho que luchen lo tienen perdido.
Hemos ganado ya.
Lo único que van a conseguir es que la derrota sea más dura. Y eso que no nos gusta pelear
"Por mucho que luchen lo tienen perdido. HEMOS (nosotros los cabestros modernistas) ganado ya"
Y su Reich vivirá mil años
Jaaaaaa jaaa, ( ay, que me da el flato. Bautista: por favor, las sales)
Es usted el Chiquito de la Calzada de este portal, pero menos atractivo físicamente y sin hijos.
JAAAAA JAAAAA JAAAAA
Por cierto: ¿Podría confirmarme el dato de que el pasado mes de mayo hubo más gente en su parroquia leyendo a Pagola que en Fátima rezándole a la Santísima Virgen el Rosario?
Jaaaaa jaaa... Bautista:¡ Dese prisa que me da!
Se queda uno fuera hasta que finalice la "predicación" y luego se vuelve a entrar.
Cuando lo hace uno o dos, no se nota mucho. Si lo hacen 20, sí.
Rezar diariamente Credo,padrenuestro,ave Maria y gloria es una recomendación de San Vicente Ferrer para no ser confundido en los tiempos del Anticristo. ¿ O es que alguien aún no se ha dado cuenta del momento en que vivimos?.
En lo demás....todo tuyo María.
Hay que insistir en que la defensa de la fe tiene como causa el amor. No se trata ni de legalismo, ni de doctrinarismo, ni de intelectualismo, ni de ningún otro "ismo". Amar al prójimo incluye la defensa de la sana doctrina, porque el mayor bien que se puede entregar al hombre es la verdad para que, conociéndola, la ame. Y amar la verdad es amar a Dios y al prójimo.
Está claro, han perdido ya de calle.
Ya no les toleran ni los obispos
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Pedro L. Llera
Hasta aquí hemos llegado. Seguramente hemos perdido la calle. Pero no he perdido el control sobre los comentarios en mi blog. No le publico ni un solo comentario más. Ni mucho menos comentarios vulgares sobre mi Madre.
Lo que es una superstición es atribuir propiedades mágicas al manto de la Virgen.
De ninguna Virgen (si es que quedara alguna)
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Pedro L. Llera
Disculpas aceptadas: faltaría más... pero no confunda la devoción y el amor filial por la Santísima Virgen María con la superstición.
De todos modos, sigue en pie lo dicho: no le publico ni un comentario más. Váyase a otro blog o a otro portal: le recomiendo Religión Digital. Allí estaría usted en su salsa. No publicaré más comentarios suyos. Este es el último. Dios le bendiga y váyase con viento fresco.
Se me ocurre meterme después de unos días en este blog y veo que el "triunfante" modernista me nombra.
Sí. El manto de la Virgen, el océano de la mirada de cierta niña, las consoladoras lianas de una abnegada mujer...
A los modernistas (como a Calvino) les están severamente vedadas las imágenes y expresiones poéticas.
Bueno, les están vedadas tantas cosas...
Pero la "xentiña" no tiene ni idea de qué cosa será esa de la "ortodoxia".
Es que no tienen ni idea.
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