25.07.17

Higinio Fernández: "Ese cura sedicioso"

Participante invitado: Higinio Fernández, licenciado en Teología Pastoral Buenista por la Universidad Koinonía de Teología a Distancia y profesor en el Instituto de Ciencias Sociorreligiosas de Parla (Madrid). Está casado y mantiene el blog Todos somos hijos de Dios en Multirreligión Digital.

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Me han llegado noticias de que he sido mencionado en el blog de cierto cura trabucaire y sedicioso con ínfulas de grandeza, de cuyo nombre no quiero acordarme. Para preservar su anonimato, solo diré que tiene apellido de río y que su nombre, de santo que nunca existió, empieza por Jo- y termina en -rge. En cualquier caso, es un personajillo insignificante. Su parroquia ni siquiera tiene categoría suficiente para estar dedicada a una santa y no le han asignado más que una beata. Y por supuesto, su blog no lo lee nadie.

Este curilla pretende… No, requiere… No, más bien exige que le ayude a salir del pozo en que se ha metido él solito. ¡Habrase visto tamaña desfachatez! Por fin se ha dado cuenta de que la trayectoria que llevaba lo conducía al abismo y ahora me pide ayuda, con un artículo titulado. “Estoy echado a perder. Higinio ¡te necesito!”. Patéticamente, se pone a mis pies, suplicándome que lo instruya en el progresismo para poder reciclarse teológicamente.

Mi primer instinto habría sido rechazar de plano su petición y sacudirme el polvo de las sandalias, como hizo el mítico Adán al salir del igualmente mítico paraíso. Sin embargo, ya que estamos en la década de la misericordia y después de mucho reflexionar, he decidido… rechazar de plano su petición y sacudirme el polvo de las sandalias. Sí, en este caso, darle la espalda es lo más misericordioso, porque es culpable del pecado que Pablo, en su carta a los Colonicenses, llamó “el pecado que no se perdona en esta vida ni en la otra". Es terrible, pero lo diré: lo de este cura es imperdonable. Im-per-do-nable.

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20.07.17

Los elogios sin sentido dañan al ser más querido

Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de las Academias Pontificias de Ciencias y de Ciencias Sociales, se esfuerza siempre y en toda ocasión por elogiar al Papa. Es muy comprensible que un buen católico desee lo mejor al Papa, pero, por alguna razón, esos esfuerzos a veces parecen algo forzados y artificiales. Hasta tal punto de que tienen el resultado (sin duda no deseado por el propio obispo) de que, más que defender al Papa, dan la impresión de estar atacándolo.

Ayer, por ejemplo, Mons. Sorondo afirmó que “hoy se está viviendo un momento mágico porque por primera vez el magisterio del Papa, que responde al Evangelio, es paralelo al magisterio de las Naciones Unidas“. Todo indica que, con ello, pretendía elogiar al Papa Francisco, resaltando su relevancia en el ámbito internacional y su protagonismo en los grandes temas éticos y sociales de nuestro tiempo. El resultado, sin embargo, es justamente el contrario.

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16.07.17

¿Conservadores o progresistas?

Tenía la intención de escribir algo en el blog sobre la pésima costumbre de hablar de “católicos progresistas” y “católicos conservadores”, utilizando conceptos políticos que no tienen nada que ver con la fe, en lugar de usar términos verdaderamente católicos, como tradicional y ortodoxo. Por no hablar de que progresismo y conservadurismo no son más que hermanos gemelos, que a menudo resulta difícil distinguir y que comparten el mismo código genético.

Para alivio de mis sufridos lectores, sin embargo, he preferido traducir parte de un artículo muy poco conocido sobre el tema de un verdadero sabio: G. K. Chesterton. Quizá si los católicos españoles leyéramos un poco más a Chesterton nos habríamos ahorrado las últimas décadas de suicidio político y creciente irrelevancia.

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26.06.17

¿No seguimos una doctrina ni una moral?

Quaestio Quodlibetalis XXXIII. Un lector me pidió hace tiempo que comentara una de esas recopilaciones de consejos del Papa que últimamente surgen como setas. En particular, estaba interesado en una de las frases de “Siete lecciones del Papa Francisco para comunicar la fe”, un artículo de Juan Manuel Mora, Vicerrector de Comunicación de la Universidad de Navarra, aparecido en la página Iglesia en directo.

No tenemos tiempo ni espacio para comentar todas las “lecciones” que ofrece Juan Manuel Mora como inspiradas en el pensamiento del Papa en su artículo (que, para mi gusto, resulta además excesivamente pasteloso y adulador). Por lo tanto, nos centraremos La frase que le causaba al lector cierta incomodidad:

“VOLVER A LO ESENCIAL DEL MENSAJE. Los católicos no siguen una doctrina, ni una moral, sino a Jesucristo, que les redime, les libera y les hace felices".

Lo cierto es que no me extrañó la incomodidad del lector con la frase, porque a mí me produjo la misma sensación.

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19.06.17

Creo por las bicicletas

Como bien sabe todo epicúreo que se precie, hacer eses montando en bicicleta es uno de los grandes placeres de la vida. Algunos desdichados solo lo experimentan en la niñez y más tarde lo olvidan, bajo la presión de otros placeres más sofisticados y mucho menos placenteros. Lo cierto, sin embargo, es que puede disfrutarse a cualquier edad si uno conserva la capacidad de admiración común a niños, poetas, filósofos y santos.

En un terreno plano o ligeramente cuesta abajo, la sensación es fantástica. Parece que la bicicleta se moviese sola, deslizándose velozmente al girar, impulsada por el viento o por algún espíritu juguetón que habita en bicicletas, patines y triciclos. Mejor aún, se diría que la bicicleta se hace una sola cosa con su dueño, formando una especie de criatura mitológica, un centauro hombre-máquina, con ruedas en lugar de patas.

Uno podría estar horas disfrutando de la sensación de libertad que ofrece un mundo sin rozamiento, en el que puede moverse a su antojo de un lado a otro y cambiar de dirección sin esfuerzo ni perder velocidad. El cansancio, la inexorable gravedad y los problemas de los simples peatones quedan atrás, olvidados e insignificantes, y el conductor de la bicicleta recorre, triunfante y sin prisas, un reino perfectamente dispuesto para su goce y disfrute.

Como todos los grandes placeres de la vida, es humilde, fugaz y, a los ojos del mundo, intrascendente e infantil. Como todos los verdaderos placeres de la vida, no es casual ni arbitrario, sino que encierra un secreto, un gran Misterio oculto para los que tienen ojos pero no ven y tienen oídos pero no escuchan. Nos habla del cielo.

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