13.02.09

Cuidado, que nos lo estamos creyendo

Al volver, hace unos días, de las vacaciones de invierno, los alumnos y profesores de una universidad norteamericana de los Jesuitas, el Boston College, se encontraron con un curioso cambio en la decoración. El Presidente de la Universidad, el padre William P. Leahy, S.J., decidió que ya era hora de que todas las aulas de esta universidad católica tuviesen un crucifijo o un icono. Así que, dicho y hecho, durante las vacaciones se colocó una imagen de Cristo en cada una de las clases.

En primer lugar, quiero decir que ¡bien por los jesuitas del Boston College! Me parece una medida estupenda. En cierto modo, la sensación es agridulce, porque resulta triste que uno se tenga que alegrar por algo que debería ser lo más normal del mundo, pero, en cualquier caso, es un paso en la buena dirección.

No creo que sorprenda a nadie si cuento que, como suele suceder con las buenas ideas, esta decisión del Boston College ha sido duramente criticada. Es posible, sin embargo, que les sorprenda la identidad de los críticos. Las protestas no vienen del nuevo Presidente norteamericano, ni de las asociaciones musulmanas, judías o budistas, ni de grupos ecologistas que denuncien la tala de árboles para fabricar crucifijos de madera. Aparentemente, la crítica más dura proviene de una parte de los profesores de la propia universidad católica.

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11.02.09

En medio de una batalla

He decidido colocar como artículo independiente este comentario que Francisco José Soler dejó en el post anterior, porque su anécdota me ha parecido muy ilustrativa y, sobre todo, porque coincido plenamente con su análisis de la situación y sus conclusiones.

Es curioso que a un grupo de filósofos y científicos no les llame la atención que la inmensa mayoría de los filósofos y científicos de la Historia han creído en la existencia de Dios. Es curioso que en un grupo dedicado a hablar de prácticamente todo, no se pueda hablar de Dios, como si fuera algo vergonzoso u ofensivo. Es curioso que, en una argumentación supuestamente racional, se introduzca una censura totalmente arbitraria e irracional de una posible solución al problema.

Como dice Francisco José, nuestro mundo está inmerso en una batalla cultural entre modos diferentes de entender la realidad y al ser humano. Los cristianos no podemos quedarnos a la defensiva, buscando simplemente que se nos tolere. Tenemos que luchar por que la civilización que surja en el siglo XXI se beneficie de la luz de la Revelación y, para eso, es necesario vivir y anunciar el Evangelio sin complejos. Es necesario que la concepción cristiana de la vida se plasme en obras de arte, en tratados de Filosofía, en una forma más humana de entender el trabajo y las relaciones económicas, en una comprensión de la Ciencia que no cosifique al ser humano…

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10.02.09

Un cuadro algo sombrío

Los aficionados a la pintura sabrán que no existen los colores aislados. Cada pincelada de un cuadro toma su color no sólo del tinte utilizado, sino de todos los demás colores que tiene a su alrededor. Un rojo es mucho más rojo cuando está rodeado de verdes. No es lo mismo utilizar un naranja en una puesta de sol, donde sólo será uno más entre los muchos tonos cálidos presentes, que introducirlo en el entorno gélido y azulado de un campo nevado, donde sobresaldrá de forma llamativa y resaltará con fuerza los demás colores.

Este principio fundamental de la pintura, también nos puede servir para mejorar nuestra comprensión de nuestro mundo, nuestra sociedad y el pensamiento dominante. Algunas veces, las cosas no nos llaman la atención aisladamente, pero, al unirlas con otras, revelan de pronto su importancia fundamental. Voy a contarles dos sucesos recientes, uno bastante conocido y otro no, que espero que nos ayudarán a esbozar un cuadro, algo sombrío de una tendencia actual que me preocupa.

Como se pudo leer en Religión en Libertad hace unos días, una enfermera inglesa, Caroline Petrie, ha sido expedientada por preguntar a un paciente si quería que rezase por él. Es decir, no por evangelizar explícitamente, por presionar o por dar la lata, ni siquiera por poner una cruz en la habitación, sino, simplemente, por preguntarle educadamente al paciente si quería que rezase por él, en ese momento difícil de su vida.

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8.02.09

Tiempo de crisis, tiempo de gracia

Incluí ya en el blog, hace tiempo, la propuesta de un lector sobre cómo deben actuar los cristianos ante la crisis. Hoy les ofrezco la brevísima experiencia personal de otra lectora, Lucía, madre de tres hijas, que se quedó sin trabajo como consecuencia directa de esta crisis económica.

A pesar de la lógica preocupación por su situación, encontró en esa “desgracia", la gracia de tener más tiempo para hablar con el Señor. Durante los últimos meses, ha podido acudir día tras día a rezar ante el Sagrario y a confesarse más a menudo. Es decir, a pasar este tiempo difícil con Aquel que se preocupa por ella.

Me alegra poder decir que, precisamente esta semana, Lucía ha encontrado trabajo. “Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?”

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7.02.09

Un sello para volver a casa

Juan Carlos, lector de este blog, relató su conversión hace unos días en un comentario. Como su relato es largo y sustancioso, he creído oportuno convertirlo en un artículo independiente y publicarlo hoy.

Me gusta especialmente su historia porque podría ser común a millones de españoles, que también han sido bautizados y han recibido la primera comunión, pero no han llegado a tener fe adulta. Sin embargo, ha quedado en ellos un “sello de la presencia de Dios” que los preserva de algún modo para el momento de volver a la Iglesia.

De nuevo se revela, en este caso concreto de Juan Carlos, otro fruto de los últimos años de sufrimiento, debilidad y aparente impotencia de Juan Pablo II. Cada vez estoy más convencido de, a pesar de todas las cosas que hizo ese Papa, lo más importante fue el testimonio del valor infinito que tiene la vida humana a los ojos de Dios, también en la enfermedad, en la vejez y en la cercanía de la muerte.

Finalmente, me han encantado los últimos párrafos, que hablan del poder de la oración para ayudar a encontrar la fe a los que no creen. Hablamos muchas veces de los millones de personas que no conocen a Dios y de que España se está descristianizando, pero ¿cuánto rezamos por esas personas, especialmente por las que conocemos? ¿Ofrecemos a Dios por ellas nuestros sufrimientos y dificultades, como Juan Pablo II?

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