Veinte años de la archidiócesis de Bostón
Hay cosas que ya no me sorprenden y no se me ocurre nada más triste. He leído un interesante artículo del Boston Globe en el que se hace balance de las últimas dos décadas, durante las cuales el cardenal O’Malley ha estado al frente de la archidiócesis de Boston. En el artículo se describen esos veinte años como muy positivos e incluso, en palabras de un profesor de la universidad jesuita Boston College, se dice que “el cardenal O’Malley ha sido un regalo de Dios”.
Para el autor del artículo, el balance positivo se debe sobre todo al tratamiento por el cardenal del tema de los abusos que se habían dado anteriormente en la archidiócesis, una labor que aparentemente justificará que O’Malley sea “recordado” en el futuro y que le valió entrar a formar parte del pequeño grupo de cardenales que aconseja al Papa Francisco. No conozco ese tema, así que no voy a meterme en él, más que para señalar que, como ya es habitual, los 170 millones de dólares (probablemente muchos más) que oficialmente ha pagado la archidiócesis en diversas indemnizaciones no salieron del bolsillo del cardenal ni tampoco de los curas abusadores, sino de los donativos de los fieles. Es decir, una vez más pagaron justos por pecadores.
Sea como fuere, creo que es más conveniente que nos fijemos en otra cuestión que también se trata en el artículo y me parece más importante aún: en los veinte años del cardenal al frente de la diócesis, la asistencia de católicos a Misa en Boston se ha reducido a menos de la mitad. En 2003, unos 316.000 católicos participaban semanalmente en la Misa, mientras que en 2022 esa cifra no llegaba a los 127.000. Supongo que es posible que este año pasado haya subido un poco el número, una vez que se han dejado completamente atrás los efectos de la pandemia, pero aunque hubiera subido un diez o incluso un increíble veinte por ciento, aún no se alcanzaría la mitad de los católicos que asistían a Misa cuando el cardenal llegó a la archidiócesis.