Haz mis pecados ridículos, Señor
En cierta ocasión, el irreverente pero siempre ingenioso Voltaire se jactaba en una carta de la única oración que rezaba: “En mi vida sólo he dirigido una plegaria a Dios, una muy corta: «Oh, Señor, haz a mis enemigos ridículos». Y Dios me lo ha concedido»”.
Aunque, obviamente, no se trataba de una auténtica oración, sino solo de una burla contra sus enemigos, la idea de Voltaire es buena. Pocas cosas aumentan más la moral de los soldados en una guerra que tener enemigos ridículos y dignos de desprecio. En ese sentido, teniendo en cuenta que los cristianos nos pasamos la vida luchando contra el pecado, nos resultaría muy útil ver ese pecado como realmente es: no solo malo y dañino, sino también ridículo y despreciable. El pecador no es un triunfador, sino el más triste y patético de los hombres.
Dándole vueltas a estos temas, he pensado que sería bueno escribir para los lectores una oración para pedir justamente eso a Dios: que haga nuestros pecados ridículos y así facilite nuestra conversión. Espero que les resulte tan útil como lo ha sido para mí.