InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Liturgia

6.09.21

La protohomilía perdida

A lo largo de los siglos y a través de las edades, se han escrito numerosos tratados de homilética y oratoria con el laudable fin de ayudar a los sacerdotes a componer sus sermones dominicales. No cabe duda de que estos voluminosos y completos tratados han resultado muy útiles a incontables clérigos a la hora de sostener muebles cojos y encender chimeneas en las largas noches de invierno. No obstante, a pesar de ese carácter a la vez práctico y versátil, común a tantos libros de temas eclesiásticos, se percibe en los tratados modernos una carencia fundamental. Unum eis deest, una cosa les falta: la protohomilía.

Como sabrán los lectores, la protohomilía es un texto de venerable antigüedad que, según diversas tradiciones, establecía a grandes rasgos lo que debía decir cada sacerdote la primera vez que predicase, antes que todas las demás homilías que ese mismo clérigo pronunciaría después durante su vida, porque era absolutamente necesario para que esas homilías posteriores sirvieran de algo. Así se encauzaba bien su labor homilética desde el principio, siguiendo la vía marcada por sus sabios predecesores. A pesar del carácter excepcional y primigenio de la protohomilía, esta podía y debía repetirse posteriormente de vez en cuando, cuando el sacerdote fuera trasladado de parroquia, por ejemplo, o para refrescar su mensaje fundamental en la mente de los feligreses.

Desgraciadamente, la protohomilía, que se ha atribuido a diversos santos Padres y Doctores de la Iglesia, se perdió durante las invasiones bárbaras, persas y musulmanas tanto en Oriente como en Occidente y solo muy recientemente ha sido recuperada, merced a la labor infatigable de sesudos investigadores con los palimpsestos maronitas del lago Baikal. El blog Espada de Doble Filo se complace en ofrecer a los lectores la primera traducción (provisional) al español de este texto, realizada desde el nabateo occidental.

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16.07.21

Primeras impresiones sobre Traditionis Custodes

Supongo que los lectores ya se habrán enterado de se ha publicado un motu proprio del Papa, Traditionis Custodes, que anula todas las disposiciones con las que Benedicto XVI había permitido celebrar según la liturgia antigua a los sacerdotes que así lo desearan. Sobre este tema se escribirá mucho, sin duda, en los próximos días y meses, así que me voy a limitar por ahora a hacer unas breves reflexiones iniciales a vuelapluma.

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24.06.21

De vacaciones por siglos lejanos

Ahora que empieza el verano, me voy a permitir aconsejar a los lectores un libro excelente que se ha publicado hace poco: El nacimiento de la cultura cristiana, de Rubén Peretó Rivas. He estado a punto de decir que es “excelente, pero sencillo”, pero por fortuna me he corregido a tiempo, porque lo cierto es que la excelencia se debe en buena parte a su sencillez. No es nada fácil escribir de forma sencilla y amena sobre algo tan amplio y complejo como el nacimiento de la cultura cristiana, que se extiende por buena parte de la tierra y a lo largo de muchos siglos.

Rubén Peretó, sin embargo, no solo lo consigue, sino que a uno le da la impresión de estar escuchándole contar historias sobre amigos del autor. ¡Y qué amigos! Ya quisiera uno tenerlos, desde Casiodoro, San Benito y Boecio hasta Alcuino de York, San Columbano, San Beda, Casiano o Carlomagno, pasando por muchos otros. Sus historias suscitan la nostalgia por tantas cosas buenas que son nuestras pero se han quedado por el camino y que en muchos casos ya ni siquiera recordamos. Es un libro que despierta el gusto por la oración, la liturgia, la sabiduría y los amigos. ¿Qué más podemos pedir?

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5.06.21

La Misa antigua como piedra de toque

Estos días se habla de que el Papa, en respuesta a las solicitudes de varios obispos italianos, va a modificar la legislación de Benedicto XVI que permitía a cualquier sacerdote celebrar la Misa tradicional, sin restricciones más allá de que hubiera un grupo estable de fieles que la pidieran. Cuando digo Misa tradicional me refiero, por supuesto, a lo que estrictamente hablando se llama la forma extraordinaria del rito romano y a menudo se conoce como la Misa antigua o, de forma muy poco precisa, la Misa en latín (a pesar de que también hay Misas en latín según la nueva forma del rito romano).

Sobre este tema se podrían decir muchísimas cosas, pero creo que un buen punto de partida es darse cuenta de que la Misa tradicional es una piedra de toque muy clara o, según las palabras del anciano Simeón, signo de contradicción para que se manifiesten los pensamientos de muchos corazones. ¿Por qué digo que la Misa antigua es una piedra de toque? Porque, a mi juicio y de manera casi infalible, los que la desprecian, combaten o injurian activamente parecen ser gente que hace tiempo que abandonó de hecho el catolicismo, aunque permanezcan por inercia en la Iglesia o incluso, horresco referens, sean sacerdotes u obispos. ¿Puede haber alguna excepción? Alguna habrá, porque los seres humanos a menudo somos ilógicos, pero será eso, una excepción.

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21.05.21

Fuego del cielo

“En el Antiguo Testamento se habla varias veces del «fuego del cielo», que quemaba los sacrificios presentados por los hombres. Por analogía se puede decir que el Espíritu Santo es el «fuego del cielo» que actúa en lo más profundo del misterio de la Cruz. Proviniendo del Padre, ofrece al Padre el sacrificio del Hijo, introduciéndolo en la divina realidad de la comunión trinitaria. Si el pecado ha engendrado el sufrimiento, ahora el dolor de Dios en Cristo crucificado recibe su plena expresión humana por medio del Espíritu Santo. Se da así un paradójico misterio de amor: en Cristo sufre Dios rechazado por la propia criatura: «No creen en mí»; pero, a la vez, desde lo más hondo de este sufrimiento —e indirectamente desde lo hondo del mismo pecado «de no haber creído»— el Espíritu saca una nueva dimensión del don hecho al hombre y a la creación desde el principio. En lo más hondo del misterio de la Cruz actúa el amor, que lleva de nuevo al hombre a participar de la vida, que está en Dios mismo.

El Espíritu Santo, como amor y don, desciende, en cierto modo, al centro mismo del sacrificio que se ofrece en la Cruz. Refiriéndonos a la tradición bíblica podemos decir: él consuma este sacrificio con el fuego del amor, que une al Hijo con el Padre en la comunión trinitaria. Y dado que el sacrificio de la Cruz es un acto propio de Cristo, también en este sacrificio él « recibe » el Espíritu Santo. Lo recibe de tal manera que después —él solo con Dios Padre— puede « darlo » a los apóstoles, a la Iglesia y a la humanidad”.

Dominum et vivificantem, Juan Pablo II, 1986

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Hoy, viernes antes de Pentecostés, me ha parecido oportuno traer al blog estos párrafos profundísimos de la encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo. Creo que pueden ayudarnos a entender un aspecto que no solemos tener en cuenta de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.

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