A veces, la parte humana de la Iglesia me desespera y necesito una buena inyección de oración ante el Santísimo para avivar la esperanza teologal. Ya sabemos que la Iglesia está formada por hombres débiles, falibles y pecadores, pero a veces las barbaridades son tan grandes… Desgraciadamente, es frecuente que incluso altos personajes de la Iglesia hablen como protestantes, supongo que sin darse cuenta.
Veamos un ejemplo de esta semana. A Mons. Pío Vito Pinto, Decano de la Rota Romana, máxima autoridad de la Iglesia católica en procesos de nulidad, le han preguntado en la Universidad San Dámaso si la Iglesia podría estar abrazando la reforma protestante. Y Mons. Pinto responde:
“Lutero destruyó la fe católica de los apóstoles. La Iglesia católica cree que en la Eucaristía está presente Jesucristo, y el protestantismo no cree en la presencia real de Cristo en la comunión. Esta es la gran diferencia".
A la primera frase, nada que objetar. Lutero rechazó una gran parte de la fe católica. Hay decenas y decenas de dogmas, sólo en el Concilio de Trento, que condenan sus herejías.
La segunda frase, sin embargo, es increíble. ¿Cuál es la “gran diferencia” entre el protestantismo y el catolicismo para Mons. Pinto? Que “la Iglesia católica cree que en la Eucaristía está presente Jesucristo, y el protestantismo no cree en la presencia real de Cristo en la comunión". ¡Increíble! Eso apenas tiene nada que ver con la realidad. Lo que Mons. Pinto ha calificado de fe católica es, de hecho, la postura protestante.
Todos los protestantes creen que Cristo está presente en la comunión. Unos piensan que está espiritualmente presente, otros que simbólicamente y otros que realmente (es decir, sustancialmente). Precisamente los luteranos (siguiendo a Lutero) piensan que Cristo está realmente presente en la Comunión, en el pan y el vino (es lo que se llama técnicamente consustanciación, porque la sustancia de Cristo está presente junto con la sustancia del pan y el vino).
La diferencia está en que los católicos creemos en la transustanciación. La sustancia, el mismo ser, del pan y vino se transforman en el Cuerpo y la Carne de Cristo, de manera que del pan y el vino sólo queda la apariencia, los accidentes. Es decir, los católicos somos los únicos que creemos a Cristo cuando dice: “Esto es mi Cuerpo". No “simboliza” mi Cuerpo, ni “recuerda a mi Cuerpo", ni “ahí dentro está mi Cuerpo", ni “es pan y también durante un rato mi Cuerpo", sino real y propiamente “Esto es mi Cuerpo".
Por supuesto, las diferencias esenciales con respecto simplemente a la Eucaristía son mucho más numerosas. Para los protestantes la Misa no es un Sacrificio, ni se puede ofrecer por los difuntos, ni tiene que ser celebrada por un sacerdote (ni existe el sacramento del orden sacerdotal), muchas de las lecturas bíblicas que se leen en ella (deuterocanónicos) ni siquiera son Sagrada Escritura, el credo que se proclama no es más que una orientación, el sagrario no es más que un armario para guardar pan, la adoración del Santísimo es una idolatría, el Corpus es una reliquia escolástico-medieval, se puede comulgar después de cometer cualquier pecado por grave que sea, dar la comunión bajo una sola especie es antievangélico y un largo etcétera. Pensar que la gran diferencia con los protestantes consiste en creer en la Presencia real es no conocer la postura protestante y, a la vez, dejar de lado una enorme parte de la fe de la Iglesia.
Curiosamente, como señalamos en el último artículo de este blog, el otro día Mons. Agrelo dijo que había que dejar de hablar de transustanciación. Y algún que otro comentarista estuvo de acuerdo con él. Pues bien, aquí tenemos el resultado: augustos personajes eclesiales hablan como si fueran protestantes, presentando la postura protestante como si fuera la católica. O no conocen las diferencias entre la fe católica y el protestantismo o son incapaces de expresarlas. ¡Y eso cuando lo que quieren es despejar cualquier duda sobre una posible protestantización de la Iglesia!
Quizá no es extraño que el mismo Mons. Pinto eche pestes de los cuatro cardenales que, lo único que han hecho, es pedir claridad y defender la fe y la moral de la Iglesia sobre el matrimonio y la Eucaristía. No deja de ser irónico, sin embargo, que después de cuestionar implícitamente lo que dice el Concilio de Trento sobre la Eucaristía, se rasgue las vestiduras porque los cuatro cardenales cuestionen “dos sínodos de obispos sobre el matrimonio y la familia ¡no un sínodo sino dos! Un ordinario y otro extraordinario. No se puede dudar la acción del Espíritu Santo". ¿Será que los sínodos consultivos los dirige infaliblemente el Espíritu Santo (una novedad que, hasta donde yo sé, nadie había enseñado anteriormente y que se basa en… nada en absoluto), a diferencia de los Concilios Ecuménicos infalibles, que pueden dejarse de lado tranquilamente?
En fin, volvamos la mirada a Cristo, que para eso estamos en Adviento. Ven, Señor Jesús.