InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Iglesia en España

30.11.20

Decir las Misas cosas

Hay errores que le alegran a uno el día. Verbigracia, algo que escribió hace poco D. Jorge González en su blog: “es que me escucho año tras año decir las misas cosas”. Obviamente, quería decir las “mismas cosas”, pero escribió misas en vez de mismas y me alegró el día. Este tipo de errores son lo que los sofisticados llaman un desliz freudiano y los sencillos saben reconocer, más bien, como un feliz eco de las profundidades de la fe.

D. Jorge se lamentaba en su artículo de hacer siempre las mismas cosas en su parroquia cada adviento, pero el lamento se le estropeó un poco al escribir sin darse cuenta “misas”. Fue, sin embargo, un error feliz y muy profundo, porque no hay nada que se repita más que la Misa. De hecho, viene repitiéndose todos los días desde hace casi dos mil años, que se dice pronto. Incluso las variaciones que caben en ella se repiten también. Es lo menos novedoso y cambiante que existe en nuestro mundo, y en eso precisamente reside su valor: el sacrificio de Cristo, realizado de una vez para siempre. La eternidad hecha gracia.

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31.08.20

Las nuevas supersticiones en la Iglesia

Nunca deja de sorprenderme que precisamente esta generación tenga la desvergüenza de mirar por encima del hombro a las anteriores y, particularmente, a la Edad Media, la edad de las catedrales y las universidades. Quizá sea aún más sorprendente que ese complejo de superioridad del todo injustificado se haya apoderado también de la Iglesia, que debería tener un poquito más de sensatez que el mundo.

En ese sentido, observo con consternación el resurgir entre los eclesiásticos de antiguas supersticiones, que apenas se diferencian de las mitologías griegas, romanas u orientales. Como siempre ha sucedido en la historia, las nuevas supersticiones usan las palabras que están de moda y apelan a los puntos ciegos del hombre moderno, pero en esencia no son más que una expresión de los mismos instintos supersticiosos del hombre pagano. Las nuevas supersticiones son muy viejas.

Podrían citarse varios ejemplos, pero quizá baste con el más reciente. Esta tarde no he podido evitar un suspiro de cansancio al leer que, sin el más mínimo rubor, los obispos españoles nos sugieren que, de algún modo, la culpa del coronavirus la tienen nuestros pecados contra la ecología:

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25.08.20

¿Ayudar a la Iglesia en sus necesidades?

Pongo el título entre signos de interrogación porque, aunque ayudar a la Iglesia en sus necesidades es un mandamiento universal para todos los católicos, hace tiempo que se escuchan numerosas voces que sugieren que quizá sea mejor retirar esa ayuda en ciertas ocasiones o al menos matizarla.

Algunos señalan, lógicamente molestos, diversos casos en los que se utiliza mal el dinero que los fieles dan a la Iglesia. No solo hay casos de simple despilfarro o empleo del dinero de viudas y huérfanos en inútiles burocracias, campañas e iniciativas o en congresos y viajes superfluos (que ya claman al cielo), sino que incluso hay ocasiones en las que el dinero se usa directamente para mal.

Es más que comprensible que haya numerosos fieles que están hartos y que no deseen colaborar con ese desperdicio o esas conductas poco eclesiales. ¿Quién querría contribuir con su salario a que la Pontificia Academia para la Vida proporcione un púlpito a activistas antipoblación, a que Mons. Sorondo viaje a China y elogie el régimen comunista o a que, en multitud de universidades, editoriales, parroquias y colegios “católicos”, se niegue la doctrina católica? ¿A quién no le indigna que la Conferencia Episcopal norteamericana haga donaciones a organizaciones proabortistas, que los obispos alemanes se reúnan para cambiar la fe de la Iglesia o que haya obispos que paguen sumas millonarias para evitar que salgan a la luz las repugnantes prácticas de algún clérigo?

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23.07.20

Las bulas de la Santa Cruzada y la abstinencia

Vivimos entre las ruinas de antiguas moradas de gigantes y no nos damos cuenta. Hemos olvidado nuestra historia y lo poco que nos queda, en general, son anécdotas retorcidas en descrédito de nuestros antepasados y a mayor gloria del más que mejorable presente. Este olvido se manifiesta en múltiples aspectos de nuestra vida, desde los fundamentales (vivimos, ay, en una era de apostasía) hasta los detalles cotidianos más sencillos.

Estos días pasados hablábamos en el blog de uno de esos detalles de la vida cristiana que muchos desconocen: el hecho de que los viernes son días de penitencia para la Iglesia y, como consecuencia, la obligación que tienen los católicos de guardar la abstinencia de carne todos los viernes del año (si bien, en el caso de España, por mandato de la Conferencia Episcopal, puede sustituirse esa abstinencia por otros sacrificios o limosnas). Más allá del incumplimiento de la norma, resulta curioso este desconocimiento generalizado en España de la propia norma de la abstinencia de los viernes, que señalaron varios comentaristas.

En ese sentido, aparte de lo que dijeron los comentaristas sobre el tema, me llamó especialmente la atención lo que no dijeron. En sus observaciones brillaba por su ausencia una de las raíces más claras del olvido de la abstinencia en España. Especialmente si tenemos en cuenta que este olvido no afecta tanto a otros países, donde el recuerdo de la abstinencia de los viernes (al margen de su cumplimiento o incumplimiento) permanece mucho más vivo. Por ejemplo, en Inglaterra los obispos decidieron recientemente eliminar la posibilidad de cambiar la abstinencia de los viernes por otros sacrificios o limosnas. ¿Por qué, en esto, Spain is different? Para entenderlo, tenemos que remontarnos un poquito, apenas un milenio hasta el origen de las bulas de la Santa Cruzada.

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21.05.20

Necrológica de un tremendo fracaso

En el comunicado de prensa que han publicado los jesuitas españoles por el fallecimiento del antiguo General de la Orden, el P. Adolfo Nicolás, tras unas palabras amables de su sucesor el P. Sosa, se describe su generalato de esta forma:

“A su generalato aportó su conocimiento y sensibilidad de las culturas orientales, la espiritualidad en diálogo con otras religiones y reafirmó el compromiso prioritario por la promoción de la justicia y la reconciliación.

A lo largo de estos años lideró un trabajo de intensa reestructuración de la provincias jesuíticas europeas y americanas y, sobretodo (sic), insistió repetidamente en la necesidad de combatir la superficialidad, trabajando desde la profundidad y la creatividad. A lo largo de su gobierno animó a los jesuitas a redescubrir la dimensión universal de la Compañía de Jesús y a impulsar la colaboración con otros, creyentes o no. Algunos de los acentos de su generalato fueron el trabajo en favor de los más desfavorecidos, la ecología, la reconciliación y el trabajo por la paz como principio irrenunciable; o la educación de los jóvenes”.

Creo que estos párrafos de resumen de su período en el cargo solo pueden resumirse a su vez así: un tremendo fracaso. Por supuesto, quienes los escribieron pensaron que estaban relatando grandes logros, pero ese autoengaño es una muestra más del monumental fracaso al que se estaban refiriendo. No debemos juzgar al P. Nicolás como persona, porque se encuentra ya ante un Juez inmensamente más justo y misericordioso que nosotros, pero se puede y se debe decir que, como general de los jesuitas, su labor fue un completo desastre y estos dos parrafitos lo atestiguan.

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