No nos avergoncemos del combate
Sucede a veces que los ancianos, al final de su vida, cuando se les va la cabeza, comienzan a decir barbaridades e incluso insultos, groserías y procacidades. Sus cuidadores y familiares, como es lógico, lo pasan muy mal e incluso pueden escandalizarse de ello, sintiéndose desilusionados, como si esas barbaridades fueran un indicio de que el anciano había estado engañándoles toda su vida. Nada más lejos de la realidad.
Cuando algo así sucede, ya no es el anciano el que está hablando, sino los demonios con los que combatió y a los que mantuvo a raya toda su vida en una lucha sin cuartel. Una vez que su mente, debilitada, ya no está presente para hacerles frente, los demonios rugen y alborotan, intentando desquitarse con su cuerpo enfermo de lo que no pudieron lograr en buena lid. No se trata, pues, de algo de lo que haya que avergonzarse, sino de un timbre de gloria de ese veterano guerrero.