Enanos fascistas

Hay anécdotas curiosas cuando se entra al mundo de la traducción. Una que me hizo gracia es como llama una profesora mía a la tentación de querer imponer un criterio subjetivo, propio y sin justificación alguna a una traducción. El “enano fascista que todos tenemos dentro”, decía. Cosas de ser alta, imagina y uno que se ve en el papel como pocos, con la mala leche habitual aunque, gracias a Dios, no permanente.

Pero el enano fascista no limita su existencia a un ejercicio de prepotencia intelectual emanada de la soberbia. No pocas veces, la autoridad -O una quimera de la misma- nos convierten en un grotesco personaje que impone su criterio, o al menos lo intenta, por encima de toda opinión adversa. De ejemplos no andamos cortos.

Lo del cura de Málaga, don Juan Manuel Parra López, de prohibir cantar el himno de la Legión española al finalizar una misa es sólo una gota en un océano de despropósitos que podemos vivir en la Iglesia a diario.

Curas que niegan dogmas de fe y se quedan tan anchos ; curas que niegan la comunión de rodillas por cualquier motivo, sobre todo porque les da la gana ; obispos que no responden a peticiones de sus fieles para que se les ayude a asistir a misa en la forma extraordinaria… Eso cuando no hacen de la capa un sayo y se inventan media misa ellos solitos.

Ciertamente, Chesterton tenía razón cuando afirmó eso de que “si los fieles católicos han soportado estas homilías durante 2.000 años, es que tiene que ser la religión verdadera”.

Cierto es que la culpa no solo la tienen los curas. Cuando uno llega con pretensiones al sacerdote, lo suyo es tener un poco de sentido común. Si vas tú solo contigo mismo, no tendrás forma en la misa extraordinaria. Lo normal es que se constituye un grupo, y de ahí se debe proveer. La pelota estará en el tejado del clérigo cuando, una vez armado el grupo, se ponga lo que manda la Iglesia por montera. Ahí nos quejamos con una sola voz…

Está claro que cuando uno tiene autoridad, de la buena, de la de verdad, tiene más responsabilidad, y que un abuso en lo alto es mucho más clamoroso que en las pequeñas esferas, pero cuando uno actúa como si su dominio fuese una Taifa, lo normal es hacer el ridículo más completo, y por supuesto que se te tiren al cuello.

Antes la cosa era más tranquila. Ahora con Internet, no te pasan una. Cada uno escribe como y donde quiere, pero cuando uno la hace, la suele pagar.

Por eso debemos tender a la humildad. El Santo patrón de Ginebra, San Francisco de Sales, me viene a la mente. Conocido por su carácter, intentaba ser todo lo manso posible, y no le faltó paciencia para intentar pastorear su diócesis desde Annecy, a unos 40 km. Para mi, pocos ejemplos como el suyo.

+Pax et Bonum.
Miguel Vinuesa