Umbral de la Gracia
Sinceramente, a como es el mundo, no creo que a muchos les pudiera interesar lo que escriba una señora de mi edad acerca de Dios o de nada.
Aprendí a escribir a los cinco años, la primera iniciativa fue escribir poemas a Dios, a María, a Jesús y a José. Después, escribí poemas a mis seres queridos, hasta que empecé a dibujar. Y así fue como dibujé y dibujé hasta el día de hoy.
Ahora bien, les decía que no logro explicarme el para qué tengo un blog en Infocatólica; pues, me digo que –si para escribir lo que escribo me lo ha dado Dios- como dije, mejor lo sigo haciendo.
Otra pregunta que ronda en mi cabeza hace tiempo es, para qué Dios me ha hecho experimentar variadas miserias de los consagrados; “Es raro” -me digo- “no debe ser común que una persona cualquiera como yo haya tenido tan diversas experiencias de personas dedicadas a Dios. O, quizá lo sea, no sé”.
Y no es para sacar a la luz los hechos que lo digo, sino para resalta el que, cuando caí en la cuenta y, sin que nadie me lo dijera, empecé a rezar por los ellos. Gran parte de lo que pido a Dios es amor para amarlos sinceramente.
Cuando sobreviene el recuerdo de alguna experiencia desagradable, se me vuelve a desgarrar el alma.
Analizo el dolor detenidamente, no vaya a ser que solo se trate de mi ego humillado, que –de hecho- muchas veces se ha tratado solo de eso; sin embargo, rápido se me quita al mirar mi alma, que nunca ha sido mejor que la de ninguna persona.
Ni mi alma lo ha sido ni la situación eclesial han sido nunca lo que, en nuestro corto entendimiento, hubiésemos esperado.. Y, como el conjunto resulta desolador, mejor se lo confiamos a Dios que permite lo que permite.
Además, sabe Dios cuántas y diversas circunstancias pudieron haber dado con lo que cada uno de nosotros es en este momento. Con lo que es ahora la Iglesia.
Por eso, es de agradecer a Dios que nos regale espíritu de arrepentimiento y perdón hacia nosotros mismo y los demás, particularmente hacia quienes nos hacen sufrir ya que, el sufrimiento, en sí mismo, es un don grandísimo.
Contándole a mi hermano un día algo desagradable que me sucedió con un arzobispo y de lo después, se sirvió Dios para algo bueno, me decía: “Madre superiora (así me llama por cariño), qué cosa puede haber mejor que su dolor haya servido a Dios para distribuir su gracia?
Toda la razón.
Me parece correcto concluir que el umbral que atraviesa la Gracia para llegar a los sacerdotes por los que imploramos, sea ese incomensurable dolor; el que, habiéndolo unido al de Nuestro Señor Jesucristo, se convierte en medio o instrumento de la Gracia.
Quiere decir que, entonces, está bien que mucha de nuestra oración del día, sea implorando bienaventuranzas para los ellas.
“Oh, Jesús, mi buen Jesús: Dame amarte y amarlos cada día más y perdona nuestros pecados”.
Como dije al principio, no sé si algo de todo esto puede interesar a nadie pero igual, lo escribo; no vaya a ser que alguien necesite leerlo y yo, por escrúpulos, haya dejado de hacerlo.