La misa te da sorpresas, sorpresas te la la misa, ay Dios
No, no me refiero a misas con rosquillas y calimocho, versos de Tagore y la hermana Veneranda repartiendo gominolas. Eso se supone que ya lo deberíamos tener superado.
La misma celebración de la eucaristía, la fetén, la que es fiel a la liturgia y al misal, la mismísima misa del domingo, la que no tiene nada que reprocharse en lo litúrgico, lo pastoral o doctrinal, no cabe duda de que se hace diferente según quién sea el celebrante. Porque D. Manuel es de misa rezada, homilía de cinco minutos, y en poco más de media horita podéis ir en paz. D. Justo no sabe entenderse sin predicar por debajo de los quince o veinte minutos y los tiempos de silencio los alarga, alarga, alarga… El P. Senén es de cantos personales: kiries, gloria, diálogo del prefacio, prefacio, palabras de la consagración, aclamaciones, sanctus, agnus… Y al P. Juan le encanta que se cante en cada momento y si no tiene coro se lo hace él mismo.

No siempre es uno el que preside la celebración. Puede suceder que concelebres en la eucaristía, por ejemplo, o que participes como simple fiel en la liturgia. He de reconocer que en ocasiones acabo de los nervios. No me digan por qué, pero hay cosas que me quitan la paz. Que a lo mejor están bien hechas o son convenientes, que en eso no entro, pero que en lugar de ayudarme a entrar en el misterio me sacan de él, de forma que en vez de participar y disfrutar de la ceremonia acabo deseando que aquello termine pronto para poder ir en paz.
El cura Paco, siempre fue Paco para los compañeros, mantuvo siempre su pequeño ten con ten con su madre la Iglesia. No recuerdo cura más fraterno con los curas, ni hombre que quisiera más a su Iglesia. Quizá por eso sufría tanto.