19.03.10

Las aproximaciones históricas como arma contra la fe

La polémica en torno al libro “Jesús. Aproximación histórica” de José Antonio Pagola ha servido para poner de manifiesto una de las, en mi opinión, más graves lacras con que cuenta la teología ¿católica? de las últimas décadas. Me refiero al uso y abuso de la ciencia histórica como instrumento en contra de la fe de la Iglesia. Desde las más diversas aproximaciones históricas en mayor o menor medida deudoras de la obra y la metodología del protestante liberal Rudolf Bultmann -precisamente las más difundidas-, no ha habido un solo aspecto de la dogmática cristológica que no haya sido puesto en duda. Como no podía ser de otra manera, lo mismo le ha ocurrido a las doctrinas católicas sobre la Virgen María.

La estrategia de los autores dedicados a esa tarea es clara: la investigación histórica no tiene por qué tener en cuenta la fe. Por tanto, si a través de la misma se llega a conclusiones diferentes al dogma, pues habrá que relativizar éste o replantearlo de manera que encaje con aquello que nosotros hemos investigado. Y al que le pique, que se arrasque. Y el que no se lo quiera creer, que reviente.

O sea, si a uno de estos investigadores, no se sabe muy bien cómo ni por qué, le da por decir que Cristo tuvo fe en Dios, que no sabía a qué había venido a este mundo y que en realidad su muerte en la cruz fue más bien causada por su rebelión contra el sistema y no por la necesidad de proveer un sacrificio expiatorio para nuestra salvación, pues parece que hay que decir sí y amén. Es más, como el teólogo-historiador de turno sea famoso, lo más probable es que miles de fieles poco formados, bienintencionados o simplemente despistados se sientan “ayudados en su fe” por la obra de dicho personaje. Por supuesto, cabe preguntar de qué fe hablan. Sin duda no es de la fe católica, pero a estas alturas parece que eso importa poco.

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18.03.10

¿Muerte digna?

Se llama “Ley de Derechos y Garantías de la Dignidad de las Personas en el Proceso de la Muerte” y acaba de ser aprobada por el Parlamento de la Comunidad autónoma de Andalucía. Como todas las leyes de ingeniería social tiene un nombre muy pomposo que acaba siendo reducido a una expresión que todo el mundo entiende. Ha ocurrido con la ley del aborto y ocurre con esta, a la que se llama ya la ley de la muerte digna, y de la que veremos si no la acabaremos llamando la ley de la eutanasia andaluza.

Y es que por mucho que digan que el texto legal no aprueba la eutanasia activa, da la sensación de que sí deja la puerta abierta a la misma. No hay más que ver lo que ha dicho la consejera de sanidad del gobierno andaluz. María Jesús Montero dice que se inspiró en el caso de Inmaculada Echevarría. Esa mujer era tetrapléjica y necesitaba de un respirador artificial para vivir. Finalmente, pidió que se lo retiraran y lo logró. Como resultado, murió.

El caso levantó la polémica sobre si estábamos ante un caso de eutanasia o de cese de encarnizamiento terapéutico. También se planteó la posibilidad de que simplemente estuviéramos ante un caso en el que un enfermo se niega a ser “medicado", entendiéndose el respirador como parte del tratamiento. Como quiera que yo no soy experto en bioética, me atengo a lo que dijo la Iglesia sobre ese caso. O sea, me remito al juicio del magisterio. Que de pseudo-especialistas en bioética ya conocemos algunos ejemplos que mejor no seguir.

Creo que todos estamos de acuerdo en que cuando alguien está en una fase terminal de una enfermedad, es apropiado aliviarle los sufrimientos si así lo pide. Ahora bien, no es lo mismo estar muriéndose que querer morir porque la vida que se lleva es muy “complicada” por causa de una enfermedad. Como Inmaculada hay muchas personas en todo el mundo. Sí, dependen de una máquina como otros enfermos dependen de unas pastillas, de un órgano trasplantado, etc. Cierto que todos querríamos vivir con buena salud y sin depender de médicos y tratamientos. Pero la vida es como es. A unos les va mejor, a otros peor. Y el Estado no puede dedicarse a ayudar a morir a los que no quieren vivir. Por esa misma regla de tres, una persona que haya perdido mujer, hijos, padres o hermanos en un accidente, puede decidir que su vida no merece la pena ser vivida y pedir al Estado que le ayude a quitarse de en medio. Si dejamos en manos del hombre cuándo merece vivir y cuándo no, abrimos la puerta a la justificación social del suicidio y todo tipo de eutanasia. Y llegará un momento en que sea el Estado, y no la persona, quien tenga la última palabra sobre quién merece seguir viviendo y quién no.

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17.03.10

A Monseñor Sanz Montes no le va el orvallo

Leemos en el diccionario de la RAE:
Orvallo:
1. m. Ast. y Gal. llovizna.

Llovizna.
1. f. Lluvia menuda que cae blandamente.

O sea, orvallo es el término que se usa en Asturias y Galicia para referirse a esa especie de lluvia fina tan propia de esas tierras. Pero resulta que a Asturias ha llegado un arzobispo que entiende poco de finuras a la hora de denunciar determinadas cosas. A Monseñor Sanz Montes, cuando le toca hablar del aborto, lo del orvallo se le queda corto. De él se obtienen rayos, centellas, relámpagos y pedrisco. No se anda por las ramas este franciscano de miraba amable y trato cordial:

Lo he dicho más veces: matar al niño dentro de una mujer que lo ha concebido, es sentenciar de muerte a la propia madre como ellas mismas testifican. No lo saben (o fingen no saber) quienes no quieren oír de veras a la comunidad científica ante el dato biológico del comienzo del ser humano, quienes construyen con ideología de holocausto una filosofía y una antropología que no tienen rigor de argumento, quienes con el pretexto de defender unos pretendidos derechos de la mujer pretenden sacar importantes réditos políticos y económicos (no siempre disociados, por cierto). Y así, asistimos al esperpento de unas señoras de escaño y cartera, que brindan con burbujas esta extraña victoria legal: tener más licencia para matar más al ser más inocente e indefenso, al que ni siquiera le permitieron llorar. Triste foto la de las brindantes y cuantos las apoyaron, alegrándose por tan macabros trofeos de caza donde las piezas de cacería son bebés cuyo nacimiento truncaron.

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16.03.10

Monseñor Sáiz Meneses y el "milagro" Terrassa

Terrassa es una diócesis muy joven, fruto de la partición de la sede metropolitana de Barcelona en junio del 2004. Su primer obispo titular, Monseñor José Ángel Sáiz Meneses, cuenta con sólo 53 años de edad, así que, Dios mediante, le queda cerca de un cuarto de siglo por delante para desempeñar su ministerio en primera línea. Su etapa como obispo auxiliar de Barcelona dio todo lo que puede dar la labor de un obispo auxiliar, pero ha sido llegar a Terrassa y empezar a dejar huella. Y no una huella cualquiera, no. Hablamos de una huella fundamental para el futuro de cualquier diócesis: su seminario.

Y es que convertirse en el seminario más importante de Cataluña en tan solo tres años de existencia no debe ser cosa fácil. Pues eso es lo que ha logrado don José Ángel. Obviamente no es sólo cosa suya. Sus colaboradores más cercanos tienen mucho que ver con lo ocurrido. Y en Roma esas cosas se tienen en cuenta. Por ejemplo, su primer vicario general, monseñor Pardo, es hoy obispo de Gerona.

Germinans denuncia hoy el silencio de los medios de comunicación catalanes, incluidos los eclesiales, sobre el “milagro” Terrassa. Es normal. Monseñor Sáiz Meneses, sin tener un perfil ultra-conservador, representa cuál es la línea a seguir por la Iglesia en Cataluña en las próximas décadas, si es que en verdad se quiere que el catolicismo catalán resucite de su actual postración. Y es que por más que el cardenal Sistach esté en un estado de cuasi-levitación tras conseguir que el Papa vaya a Barcelona en noviembre, el futuro de la “iglesia catalana” lo representa mucho mejor el obispo de Terrasa que su arzobispo metropolitano. Y no sólo por una cuestión de edad, que también, sino por la manera de pastorear al rebaño de Cristo en sus respectivas diócesis. No se trata de establecer una rivalidad entre ambos. Se trata de constatar hechos que saltan a la vista. Y el que no los quiera ver, que se tape los ojos.

Luis Fernando Pérez

15.03.10

¿Qué no dirían del Cardenal Caffarra los que se quejan de nuestros obispos?

Lamento enormemente no haberme enterado antes de la “carta-nota doctrinal” que el Cardenal Arzobispo de Bolonia, S.E.R Carlo Caffarra, escribió a finales del mes pasado. Las afirmaciones del prelado causaron no poca polémica en Italia, pero, que yo sepa, nadie se hizo eco de las mismas acá en España. Y es una lástima, porque habría venido al pelo por el tema Bono, católicos y ley del aborto. Y es que si el cardenal Caffarra dice que “es imposible considerarse católico si de uno u otro modo se reconoce el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo“, ¿qué no diría de quien reconozca el “derecho de la mujer a abortar", que es ni más ni menos que lo que hace la nueva ley?

Sin duda tenemos al personal ibérico muy mal acostumbrado. Que los obispos de la Iglesia Católica digan quién, cómo, cuándo y bajo qué circunstancias alguien puede ser llamado católico o disciplinado por la propia Iglesia es algo tan de sentido común que no debería de ser siquiera discutido. Y a todos los que se revuelven contra esa realidad diciendo que “la Iglesia somos todos", les digo que, efectivamente, todos somos Iglesia, pero ya desde el siglo I los cristianos sabían que “deberíamos considerar al obispo como al Señor mismo” (San Ignacio a los efesios), “no hagáis nada vosotros, tampoco, sin el obispo y los presbíteros” (idem a los magnesianos), “el que hace algo sin el obispo y el presbiterio y los diáconos, este hombre no tiene limpia la conciencia” (idem a los Trallianos), “todos los que son de Dios y de Jesucristo están con los obispos… No hagáis nada sin el obispo” (Idem a los Filadelfianos), y “nadie haga nada perteneciente a la Iglesia al margen del obispo… Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo… El que honra al obispo es honrado por Dios; el que hace algo sin el conocimiento del obispo rinde servicio al diablo” (Idem a los esmirneanos). No hace falta comentar esas citas de un obispo que fue ordenado por los mismísimos apóstoles, ¿verdad? Claro que no.

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