3.07.12

Lo que Newman vio en la Iglesia de los siglos IV, V y VI

Como ya he relatado en numerosas ocasiones, uno de los instrumentos que el Señor usó para devolverme al seno de su Iglesia fue la lectura de sendos libros del Beato Henry Newman. Su “Apologia pro vita sua” y su “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana” (*) fueron determinantes no tanto para que dejara de ser protestante, cosa que me habría sido concedido por el Señor sin la lectura de ambas obras, sino para no quedarme dentro de alguna de las iglesias ortodoxas.

Aunque la “Apologia” fue la obra que más impactó debido a la vívida descripción de la lucha que tuvo lugar en el alma del beato inglés -yo viví algo similar pero en mucho menos tiempo-, lo cierto es que lo que más me ayudó a entender donde estaba la Iglesia del primer milenio fue el otro libro sobre el desarrollo del dogma. Dicho desarrollo -que no alteración sustancial- era una de las señales inequívocas da la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo. Y el mismo desapareció de las iglesias ortodoxas cuando abandonaron la comunión con el Obispo de Roma.

Quiero traer a la consideración del lector un par de párrafos de dicha obra. En ellos el beato resume brevemente lo que con anterioridad ha explicado en relación a la situación de la Iglesia en los siglos IV, V y VI y su comparación con la realidad de la Iglesia en el siglo XIX, que fue el que le tocó vivir a él:

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30.06.12

Me adhiero al juramento antimodernista

Yo, Luis Fernando Pérez Bustamante (*), abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.

En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto.

En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.

En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.

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29.06.12

"¡Viva el obispo que cometió adulterio!"

Debió resultar conmovedor. Al final de la Misa con motivo del 15º aniversario de la creación de la diócesis argentina de Merlo-Moreno, un fiel gritó para que todos le oyeran: “¡Viva Fernando María Bargalló!”. Y todos irrumpieron en un sentido aplauso. Seguro que se escapó alguna lagrimilla.

No en vano, la Misa se había convertido ya en un homenaje al obispo sorprendido en adulterio con una divorciada. El cardenal Bergoglio dijo de él que “trabajó para los pobres y esto le valió la persecución. Trabajó también por los ancianos y para escuchar a los chicos. Hoy tenemos a la Iglesia unida, humanitaria y misionera y venimos a dar gracias por estos 15 años caminando juntos“. De hecho, en la convocatoria previa a la Misa se había dicho que el obispo Bargalló “durante todo este tiempo, ha demostrado la calidad de su vida y corazón“.

Supongo que no es mucho pedir que se encuentre un punto de equilibrio entre la lapidación de los adúlteros y el homenaje hacia los mismos en una Misa oficiada por un cardenal. Basta tener un mero sentido de la prudencia para darse cuenta que da muy mala imagen ponerse a alabar en una celebración eucarística lo bueno que ha hecho un pastor que ha traicionado a su Señor y a su Iglesia liándose con una divorciada.

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28.06.12

El cardenal y el ex-presidente

Esta mañana he podido escuchar en directo el diálogo -más que debate- entre el cardenal Cañizares y José Luis Rodríguez Zapatero, ex-presidente de gobierno. Radio María ha sido, hasta donde yo sé, el único medio de comunicación que ha retransmitido el acto, celebrado en la Universidad Católica de Ávila. El director de la Razón, periódico encargado de idear y organizar el evento, ha fungido como maestro de ceremonia.

El formato de la charla ha sido ágil aunque al mismo tiempo no ha facilitado que los dos contertulios se refutaran sus argumentos. Más bien cada uno de ellos ha expuesto sus tesis de tal manera que más que un debate parecía una conferencia alterna, en el que las partes se iban dando el turno.

Zapatero ha hecho de Zapatero. Es decir, su discurso se ha basado en que la democracia es lo que salva a la humanidad y la libertad es el mayor logro de la modernidad. Por su parte, el cardenal Cañizares ha asegurado que “no hay democracia sin conciencia, sin asentamiento en principios del bien y del mal, sean del credo que sean“.

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27.06.12

Cardenal, ¿piensa usted ir uno por uno?

A finales del verano del año pasado la Iglesia Católica en Austria dejó bien claro ante todo el mundo que tiene un problema interno de magnitud considerable y consecuencias catastróficas. El P. Helmut Schüller, que llegó a ser vicario general de la archidiócesis de Viena entre 1995 y 1999, lanzó el “Llamamiento a la desobediencia", que fue firmado inmediatamente por centenares de sacerdotes austriacos.

En el documento se pedía la ordenación de las mujeres y de las personas casadas, que hombres y mujeres laicos preparados, solteros o casados, puedan oficiar Misa y dirigir iglesias carentes de párroco, que se permitiera que los divorciados puedan volver a contraer un segundo matrimonio religioso y que los protestantes puedan recibir la comunión.

Como ven ustedes, buena parte de esas peticiones son imposibles de conceder ya que afectan directamente a doctrinas pertenecienes al depósito de la fe. Y ni siquiera los Papas tienen autoridad para alterar dicho depósito, del que son sus principales guardianes. Recordemos que, tal y como enseña el Concilio Vaticano II, el Magisterio no está por encima de la Escritura ni de la Tradición:

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