Se cuentan con los dedos de una mano - y sobran unos cuantos- los medios de comunicación españoles que saben que para los católicos fieles al magisterio de la Iglesia, existen una serie de valores que no son negociables. Ayer, el papa Francisco señaló como uno de los pilares fundamentales de la vida cristiana la “fidelidad a la Iglesia; fidelidad a su enseñanza; fidelidad al Credo; fidelidad a la doctrina, custodiar esa doctrina“. Y hoy mismo, en su discurso a la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Santo Padre ha indicado que “la doctrina tiene como único objetivo servir a la vida del Pueblo de Dios y asegurar a la fe un fundamento cierto” y que “efectivamente, es grande la tentación de apropiarnos de los dones de la salvación que procede de Dios para domesticarlos -incluso con buena intención- a los puntos de vista y al espíritu del mundo“.
Benedicto XVI indicó esos valores no negociables en su exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum Caritatis. El punto 83 reza así:
Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado.
En España hay unos cuantos políticos que dicen ser católicos. Pero desde luego, no hay un solo partido con representación parlamentaria que defienda esos principios no negociables. Todos, absolutamente todos, apoyan la legitimidad del aborto, con las limitaciones que se quieran, y el matrimonio homosexual. Y no pocos pretenden que el Estado intervenga en la educación de los niños y adolescentes pisoteando el derecho de los padres a oponerse a que sus hijos reciban una formación contraria a sus creencias religiosas y morales -eso ocurría con Educación para la Ciudadanía-.
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