España: se cumple lo que advertimos
Hace casi cuatro años escribí un post titulado “Ante la degradación de la institución familiar”, cuyo contenido viene hoy muy al pelo de la noticia sobre el incremento brutal del número de divorcios en España. Decía yo lo siguiente en octubre del 2006:
Sin duda estamos ante una degradación del sistema familiar que ha constituido el fundamento de la sociedad cristiana. Muchos consideran el matrimonio como un medio de satisfacer sus propias necesidades personales, siendo el cónyuge el instrumento para el placer personal antes que la persona a la que hay que amar y entregarse por completo.
Es como si el amor hacia el cónyuge fuera una especie de préstamo del que se espera obtener lo que se ha dado más los intereses. Por eso, cuando algo falla en ese intercambio comercial de sentimientos, el “fracaso matrimonial” o divorcio es la solución más “fácil” o socorrida. El sistema económico del liberalismo capitalista salvaje está impregnando todos los ámbitos de la vida. Yo te amo si tú me amas y me das a cambio más de lo que yo te doy. Y si “lo nuestro” no funciona, nos separamos y buscamos a otra persona para fundar otra empresa de “sentimientos". Se trafica con sentimientos y los hijos que nacen de ese tipo de matrimonios están condenados a ser los nuevos esclavos del amor interesado de sus padres. De hecho, cuando el matrimonio se destruye, esos niños se convierten en moneda de cambio, siendo llevados de acá para allá para satisfacer las necesidades “sentimentales” de sus padres. Y cuando, como en España, las leyes divorcistas hacen que sea más fácil romper un matrimonio que disolver una empresa, el desastre está asegurado.
Efectivamente, el desastre estaba asegurado. Y ya lo tenemos encima. Cuando la Iglesia dice que la crisis que padecemos no es solamente económica sino moral, las cifras vienen a darle la razón. Muchos se fijan sólo en el índice de parados, en la Encuesta de Población Activa, en el PIB, en el IPC y en mil y uno indicativos económicos más. Pero para medir la temperatura moral de España hay que acudir a las estadísticas sobre abortos, divorcios, tasa de natalidad, malos tratos en el hogar, etc. El resultado no puede ser más desolador. Aunque no estemos a la cabeza del mundo en todas esas cifras, vamos disparados hacia dicho liderato.
La descristianización de España, que no puede disfrazarse tras el fervor popular que se da en algunas épocas del año, está convirtiendo este país en una de las cloacas morales de Occidente. La legislación pro-divorcista y pro-abortista ha contribuido no poco a que la sociedad llegue a creer la mentira de que el divorcio y el aborto son más un derecho que una desgracia a evitar. Cuando se ataca a la familia y a la vida, la sociedad se hunde. No puede ser de otra manera. No existe civilización o nación alguna que pueda sobrevivir si sus familias se rompen y si se asesina a los hijos recién nacidos -como en la Roma pagana de hace siglos- o antes de nacer -como en la España pagana de ahora-.
Hasta ahora las crisis económicas las hemos superado más o menos gracias a la ayuda que las familias prestaban a sus miembros más necesitados. ¿Pero qué pasará en crisis futuras cuando el número de familias estables haya disminuido drásticamente? ¿qué ocurrirá cuando no haya dinero del estado para pagar pensiones gracias a la mortal caída de la tasa de natalidad y los ancianos apenas tengan hijos que se puedan hacer cargo de ellos?
No sé lo que ocurrirá en generaciones futuras. Pero ésta de la que formamos parte, recogerá en su vejez aquello que ahora está sembrando. A saber, soledad, pobreza, abandono, eutanasia voluntaria o impuesta, etc.
Es hora pues de que la Iglesia deje de hablar de nueva evangelización -basta ya de tantos documentos y buenas intenciones- y se ponga a evangelizar de verdad. Primero, a sus fieles, de forma que no se adapten al espíritu de este mundo y se decidan a fundar familias fuertes, estables y numerosas. Luego, a los alejados, a los que se bautizaron e incluso tomaron la primera comunión pero hoy viven ajenos a la fe.
Ahora bien, quede claro que no se les puede presentar un evangelio light. Hay que llamar al pan, pan y al vino, vino. Si lo aceptan, bien por ellos y bien por la sociedad. Si no, pues al menos que sepan cuáles serán las consecuencias de su negativa a entregarse a Dios. Así, cuando les lleguen esas consecuencias, quizás tengan una última oportunidad para convertirse y ser salvos. Aunque sea poco antes de morir. Pero si ahora no predicamos la verdad íntegra, lo que incluye el anuncio profético de a dónde lleva el mal, será a nosotros a quienes Dios pida cuenta por la condenación de gran parte de nuestra generación.
Luis Fernando Pérez