El gobierno de la Curia Romana en tiempos de Ratzinger (última parte)

Ofrecemos nuestra traducción de la última entrega del análisis que ha realizado el vaticanista Paolo Rodari sobre la realidad de la Curia Romana en el Pontificado actual. En anteriores entradas pueden leerse la primera y la segunda parte.

***

Para que el gobierno de la curia romana funcione correctamente es necesario que todos los canales del poder estén bien aceitados, se comuniquen entre ellos sin dificultades y, principalmente, sin que ninguno reme en la parte equivocada. En los recientes casos de mal gobierno vaticano, por el contrario - desde el caso Ratisbona al caso Williamson, por citar dos situaciones conocidas para todos -, se ha tenido la impresión de que fueran muchas mónadas separadas y, al mismo tiempo, incapaces de trabajar en equipo y explicar al mundo, y sobre todo a la Iglesia, la racionalidad de las decisiones tomadas.


Aquellos que, en la curia romana, están llamados a apoyar al Papa en la difícil gestión del poder son principalmente los prefectos de las nueve congregaciones vaticanas. En un tiempo, hasta la reforma realizada por Pablo VI, la congregación de la curia con más poder era sin duda la que, en el anuario pontificio, era llamada “La Suprema”. Es decir, la Congregación para la Doctrina de la Fe. El prefecto era directamente el Pontífice, aquel que cuando afirma una doctrina o un dogma goza del principio de la infalibilidad. Hoy el Papa ha conservado sobre la congregación una actividad de supervisión, si bien la responsabilidad de la congregación es confiada a un prefecto que, cada semana, se encuentra con el Pontífice para tratar las cuestiones más importantes. Y probablemente por el hecho de que con esta congregación Benedicto XVI puede dialogar con más frecuencia que con otras es que ha decidido nombrar prefecto al estadounidense William Joseph Levada: no es brillantísimo pero, sin embargo, es un purpurado fiel.


Actualmente, la Congregación estratégicamente más importante y que necesariamente debe proceder en perfecta sintonía con el Pontífice y con el secretario de Estado es la de los Obispos. El cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación, tiene desde hace tiempo el poder de nombrar a los obispos. Es él, de hecho, quien propone al Papa una terna de nombres para los cargos vacantes decidiendo quién y en qué orden es digno de ocuparlos. Decide los traslados y las promociones de los obispos así como las renuncias por límites de edad. E incluso decide sobre cardenales: en el sentido de que, cuando promueve un obispo a una diócesis que prevé la birreta cardenalicia, lo está promoviendo al cardenalato.


¿Quién es el cardenal Re? Bresciano, tuvo la escalada más importante de su carrera cuando en 1989 Juan Pablo II lo nombró Sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado. En sustancia, el puesto perfecto para suceder a Angelo Sodano cuando éste hubiese dejado la conducción de la misma Secretaría. Sin embargo, cuando el cardenal Lucas Moreira Neves dejó la guía de la Congregación para los Obispos, Re no lo pensó dos veces y aceptó la propuesta de ser su sucesor. En la Congregación para los Obispos, Re adoptó inicialmente una política filo-wojtyliana. Ante el contrapoder respecto al Papa representado por Sodano, él emprendió una política de nombramientos filo-papales, en perfecta sintonía (al menos inicialmente) con Stanislaw Dziwisz y con Camillo Ruini, presidente de la conferencia episcopal italiana. Luego algo cambió. Re, que de por sí ha conservado siempre los números necesarios para sustituir a Sodano en el momento oportuno, una vez que Joseph Ratzinger fue elevado a la Sede de Pedro, comprendió que nunca le sería confiada la Secretaría de Estado. Y aquí, salido de escena Dziwisz y, poco después, Ruini, ha virado hacia una política de mayor disposición con las demandas provenientes de las diversas conferencias episcopales. Expliquemos mejor: en el mundo, más que en Italia, las conferencias episcopales buscan tener un poder real. Las cúpulas de las conferencias y los nuncios vaticanos que se remiten a las conferencias, de hecho, desarrollan una constante política de presión sobre la curia romana para que los obispos de las respectivas diócesis sean nombrados teniendo en cuenta el propio índice de agrado. Y si las conferencias episcopales encuentran un prefecto de los Obispos dispuesto a escucharlas, el juego está hecho.


Si hay un defecto en la larga, y a su modo eficiente, gestión de la Congregación para los Obispos de parte de Re, reside precisamente aquí: en la demasiada condescendencia con las demandas de las diversas conferencias episcopales. Una condescendencia por la que hoy Benedicto XVI paga un precio muy alto. ¿No es por las presiones de la conferencia episcopal austríaca, guiada por el cardenal Christoph Schönborn, que el Papa se ha visto obligado a aceptar la renuncia del obispo auxiliar de Linz, Gehard Wagner? ¿No ha sucedido lo mismo con Stanislaw Wielgus en el 2006, obligado a renunciar 36 horas después de que el Papa lo había nombrado arzobispo de Varsovia? Y, por otro lado, ¿no es por las presiones de los obispos de diversos países del mundo que en los puestos de mando de la Iglesia a menudo no son nombrados los mejores sino aquellos que son más gratos a los líderes de los respectivos episcopados?


El cardenal Re tiene su parte de responsabilidad también en el caso Williamson. Si es cierto que el decreto de levantamiento de las excomuniones a los cuatro obispos lefebvristas lleva su firma, es necesario que asuma la responsabilidad hasta el final, tal vez admitiendo que no se ha hecho una correcta valoración de la criticidad en juego. E incluso sosteniendo con más fuerza los motivos del decreto por él firmado: no la voluntad de reintroducir en la Iglesia una facción anti-judía sino el deseo de derribar una primera barrera en el camino todavía largo que lleva a los lefebvristas a la comunión plena con Roma.


Re ha cumplido 75 años el pasado 30 de enero. En la curia algunos esperaban que hubiera adoptado la misma política hecha propia por su predecesor: se retiró en el 2000, el día en que cumplió 75 años. Si se hubiera hecho así, ya en estas semanas habría sido más fácil hacer renunciar a aquellos jefes de dicasterio llegados a la edad de renuncia: con un prefecto de los Obispos aún en el poder a los 75 años, todo es más difícil. Y lo es aún más con un secretario de la Congregación para los Obispos, el arzobispo Francesco Monterisi, que también tiene 75 años.


La crisis que está atravesando la curia romana está principalmente aquí, a nivel de una gestión de poder poco adecuada a los tiempos y al espíritu del actual pontificado. Luego, es cierto, hay también un problema de comunicación. Existe la dificultad del Padre Federico Lombardi para administrar conjuntamente la Sala de Prensa (Joaquín Navarro-Valls tenía sólo esta responsabilidad), Radio Vaticana, el Centro Televisivo Vaticano y la tarea de asistente del Prepósito general de los jesuitas: demasiados cargos para una sola persona. Pero es un problema que, aunque no es desdeñable – en breve el Papa se encargará de repararlo –, viene después del asunto de mal gobierno.


Partiendo de la Congregación para los Obispos, Benedicto XVI tiene la posibilidad en este 2009 de sustituir a varias personas en la curia romana y de crear así un sistema que sepa seguirlo con mayor lucidez en sus opciones. El 23 de septiembre cumple 75 años el prefecto de la Congregación para los religiosos, cardenal Franc Rodé, y el 8 de agosto los cumple el prefecto de la Congregación para el Clero, cardenal Claudio Hummes. […] Pero ya han cumplido 75 años otros importantes exponentes de la curia. En primer lugar, el estadounidense James Francis Stafford, penitenciario mayor de la Penitenciaría Apostólica. Luego, el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud. Y también el cardenal Renato Raffaele Marino, presidente de Iustitia et Pax. Y, por último, el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristiano, que hoy cumple 76 años.


***

Fuente: Palazzo Apostolico


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

3 comentarios

  
alexis
Muy interesantes las tres entregas. Lo malo, a mi juicio, es que suscitan más interogantes que los que resuelven. Y, sobre todo, queda la impresión de que, como ya he dicho en otras ocasiones, el santo padre, excelente teólogo, inmejorable homileta, y cristiano más que ejemplar, no tiene el carisma de gobierno -en cuanto mando- propiamente dicho. ¿Cómo es posible, si no, que asista impávido a una catarata de errores que salpican seriamente su orientación como pontífice? ¿Cómo entender que mantenga en sus puestos a venerables ancianos metepatas que le dejan en mal lugar como si él fuera un muchacho de 50 años y no un anciano también a quien por ley de vida no le pueden quedar muchos años de pontificado para poder rectificar los despropósitos de sus colaboradores? Los interrogantes se multiplican ad infinitum. saludos.
05/03/09 5:39 PM
  
Hermenegildo
A mí me sorprende mucho lo que se dice del Cardenal Sodano. Yo pensaba que Sodano era un fiel y estrecho colaborador de Juan Pablo II, y ahora resulta que era un "contrapeso" al poder del Papa.
Por lo demás, estoy muy de acuerdo con Alexis.
05/03/09 10:48 PM
  
shilock
Lo de Sodano que pretendía ser un "contrapoder" se comprende muy bien con el tema de la guerra de Iraq. A pesar de sus limitaciones físicas, Juan Pablo II tomó las riendas de la cuestión y Sodano quedó totalmente al margen. De no haber sido como dice nuestro articulista, se le habría dado un lugar de más peso y apariencia. Pero el Papa sabía que sólo si lo gestionaba personalmente -y ante las cámaras- estaba seguro de que su voluntad se expresaba realmente. Aquello fue muy evidente.
06/03/09 12:01 AM

Los comentarios están cerrados para esta publicación.