(Bruno Moreno/InfoCatólica) –Monseñor, este libro, Carta a los Jóvenes, está firmado por Xavier Novell, que es el obispo de Solsona. Al igual que ha pasado con los dos últimos libros del Papa, ¿habría que distinguir al obispo del autor del libro o eso no es necesario en este caso?
Quizás un poco sí. Es verdad que digo lo que pienso y no vivo dividido, como si una cosa fuera lo que piensa Xavier Novell y otra lo que piensa el obispo de Solsona, ni mucho menos. Es cierto, sin embargo, que, queriendo hablar a los jóvenes, he compartido con ellos en un formato de carta visiones y teorías pastorales que no tengo pretensión de presentar como enseñanza de la Iglesia. Son el fruto de veinte años de experiencia con jóvenes. En la introducción del libro menciono que incluyo un conjunto de ideas no doctrinales y que se pueden discutir, que provienen de mi experiencia. Así pues, en ese sentido, no tengo pretensión de magisterio, sino más bien de establecer con los jóvenes una conversación.
–¿Por qué ese género epistolar?
Fue una propuesta de la editorial. Me propusieron escribir una carta a los jóvenes y pensé en escribir cinco o seis páginas. Entonces me dijeron que era un libro de cien páginas y pensé “bueno, esto no es una carta” [risas]. También es verdad que hay una larga tradición de que, cuando un obispo quiere dirigirse a sus fieles, les envía una carta pastoral. Esto no es una carta pastoral en sentido estricto, ya que no la he escrito para mis fieles de la diócesis de Solsona, sino para todos los jóvenes que quieran leerla, pero es cierto que la carta es un género propio del obispo cuando se dirige por escrito a los fieles.
–¿Tienen los jóvenes de hoy una cierta fragilidad afectiva?
No es un tema fundamental del libro. En la última parte, sobre cómo construir una vida moral en Cristo, aparece este aspecto. Con todo, es verdad que la generación de jóvenes de hoy vive una afectividad y una construcción de la personalidad con más signos de fragilidad que quizás otras generaciones. Por varios motivos. Uno, por la fragilidad de sus propias familias. Muchísimos jóvenes han visto y sufrido la separación de sus padres. Todos han vivido en un contexto en el que una relación de amor para siempre no es el modelo único, sino una débil posibilidad en un contexto de disolución de la estructura familiar. Por otro lado, hay una iniciación al amor muy superficial, muy sexual y por tanto las experiencias en la adolescencia de algunos jóvenes, muchos más de lo que nos gustaría, son de una falsedad amorosa y afectiva de tales dimensiones que genera una gran fragilidad afectiva, entre otras muchas cosas.
–¿Qué busca con este libro?
Reproducir en él las conversaciones de acompañamiento espiritual que he mantenido con jóvenes a lo largo de estos veinte años. Para mí, el corazón de una pastoral de juventud es un conjunto de medios, de encuentros y de actividades que persiguen que el joven, a través del diálogo personal con un adulto en la fe, llegue a plantearse, buscar y encontrarse con Cristo y que eso cambie su vida.
Creo que hay un medio que no es el único, pero sí es importantísimo: es el acompañamiento espiritual, la dirección espiritual… con los diferentes nombres que ha recibido a lo largo de la Historia. En el libro, no hablo de experiencias pastorales, movimientos, tipos de encuentros, tipos de formación, sino de qué conversación yo establecería con un joven con el que un día te cruzas y descubres una cierta sintonía. Y él piensa: “Este sacerdote, este joven mayor que yo… tengo ganas de hablar con él”. De ahí, hasta la santidad. Ése es el itinerario, en formato diálogo.
–Su libro es una Carta a los Jóvenes, dentro de poco celebraremos la Jornada Mundial de la Juventud. ¿Corremos un cierto peligro en la Iglesia de idolatrar a los jóvenes, como hace el mundo?
En el penúltimo capítulo del libro, hago un análisis de la situación de los jóvenes en España que es deletéreo [risas]. Idolatría a los jóvenes en mi libro, en absoluto. Ese capítulo creo que va a provocar chispas, en el sentido de que mucha gente va a pensar que soy un apocalíptico o que soy una persona que mira a la sociedad actual con una negatividad pasmosa, sólo propia de un principiante, de un ingenuo o de alguien que no es políticamente correcto. Por lo tanto, nada de idolatría. Con un gran realismo, a mi parecer, pero al mismo tiempo los jóvenes son la futura generación y, por lo tanto, hay que ofrecerles una propuesta de futuro radical. Para que no puedan decir: “Los que nos tuvieron que pasar el testigo, nos escondieron un tesoro y no lo pudimos descubrir y así nos va”.
Por lo tanto, un joven que quiera aceptar la propuesta que yo le hago para descubrir la felicidad y, para ello, tendrá que examinar y reconocer los profundos errores, las equivocaciones y las contradicciones que está viviendo. Va a pedir conversión, eso sin duda.
–Cada vez más la juventud es inmigrante, por las tasas de natalidad que tenemos. Da la impresión de que los inmigrantes vienen a perder la fe aquí. ¿En Solsona, se hace algo especial para ayudar en la fe a esos inmigrantes?
Hay parroquias que hacen algunas experiencias, por ejemplo aceptar colocar alguna Virgen patrona de algún país. Hicimos una convocatoria de una Eucaristía de inmigrantes con sus cantos y para crear un grupo de acompañamiento en la fe. Muchos de ellos vienen con una fe muy inmadura, porque en casa su madre era muy devota de una advocación de la Virgen, pero con un gran desorden en la vida moral… Hemos encontrado que para nosotros Latinoamérica es como una comunidad autónoma, pero luego entre Perú y Venezuela, por ejemplo, no se juntan ni por arte de magia. No es fácil una pastoral de todos los latinoamericanos.
Hay algunos que son unos cristianos firmes. Vienen allí a Solsona, que es todo catalanohablante, no entienden nada en la Misa y allí están, de rodillas y comulgando como Dios manda. Muchos otros vienen desestructurados y con una experiencia eclesial más débil, sólo acuden a pedir ayuda en un momento difícil. No es fácil.
–¿Habla también de la vocación o eso sólo es para nota, para el que está ya muy evangelizado?
Hice una opción, que es discutible. Hay cuatro partes en el libro: el primer capítulo trata el encuentro con Cristo, el segundo cómo trabar una amistad con él (Eucaristía, confesión, oración) y el tercero no es la moral cristiana, sino la llamada la vocación, dejando el cuarto para la moral. Es una opción que puede sorprender. Parece que uno, antes de sentir una llamada, tiene que ordenar un poco su vida moral. Y es cierto, pero creo que en este contexto actual, salvo casos aislados de grupos en los que se ha hecho un trabajo pastoral desde niños, muchos jóvenes tienen una experiencia eclesial muy puntual y, en plena juventud, conocen a un amigo, se apuntan a un grupo, participan en una Jornada Mundial de la Juventud, hacen el Camino de Santiago y allí, con un encuentro con Cristo que transforma, surge la pregunta “¿Qué quieres de mí, Señor?”. El joven tiene muy presente esa cuestión de qué puede hacer con su vida. Por eso, muchos jóvenes sienten o huyen de esa llamada antes de haber llegado a articular una vida moral. Hay un capítulo genérico, la llamada a la santidad, y luego tres capítulos específicos: primero el matrimonio, luego el sacerdocio y finalmente la vida consagrada.
–¿Las carencias propias de los jóvenes de hoy afectan también a los seminaristas?
Es verdad que son chicos a los que les asustan las decisiones fuertes y definitivas. Decidir entrar al seminario siempre ha sido difícil: a mí también me costó. Cuento en el libro una anécdota del último seminarista que ha entrado en el seminario en Solsona. Hizo un proceso de discernimiento, vio claramente que el Señor le llamaba, vino a hablar conmigo para comunicármelo, pero seguían las dudas. Estábamos en la puerta de un restaurante muy barato en el que solíamos comer cuando hablábamos, junto a la facultad y le dije: “Abel, ¿qué hacemos? Si tenemos que celebrar algo vamos a otro restaurante mejor”. Y estuvimos un buen rato en silencio ante la puerta del restaurante [risas] y al final dijo: “Al bueno”. Yo le abracé y nos fuimos al bueno. Es verdad, los jóvenes tienen una cierta fragilidad para tomar decisiones determinantes en su vida. Y también después, deciden pero siempre hay una duda, un temor. Por eso, es importante que en los procesos de formación haya una ayuda para la formación afectiva, humana, espiritual. Además, todos los casos de pederastia que han salido a la luz nos exigen claramente un discernimiento sobre los que han de ser pastores en la Iglesia muy delicado.
–Nosotros, como diario electrónico, hemos sido testigos de los cambios que ha supuesto Internet. Por ejemplo, un mayor escrutinio público de lo que sucede en la Iglesia. ¿Eso es algo bueno?
Yo pienso que sí. En estos momentos, quien quiere informarse de lo que ocurre en la Iglesia, no mira la televisión, no lee los periódicos ni escucha la radio, sino que se informa a través de las plataformas como InfoCatólica y otras que existen, que le dan el pulso de la Iglesia de forma directa y constante, casi en tiempo real. Yo creo que es un instrumento muy interesante, porque muchas veces son plataformas muy eclesiales, con lo cual la versión de lo que vive la Iglesia es una versión menos sesgada.
Es verdad que hay alguna plataforma anónima, cuyos objetivos son críticos por sistema contra determinados obispos. En Barcelona está clarísimo, Germinans Germinabit. Yo no leo esta página, pero existe y hay muchísima gente que la lee. Muchas veces la Delegada de Medios me dice “Ha salido en Germinans” y me pasa el papel. Hay como un pacto de silencio y no se puede pronunciar este nombre. Cuando una plataforma no tiene rostro, es anónima, y tiene esa intención a mi juicio tan destructiva de atacar sistemáticamente al Arzobispo de Barcelona y a sus adláteres, entonces creo que no es una fuente de información fidedigna.
–Los obispos catalanes salen mucho más en la prensa que los del resto de España. ¿Es más difícil ser obispo en Cataluña?
¿Es verdad que salimos más en los medios? Yo no tenía esa sensación, ni mucho menos. Quizás por una cierta tendencia de los medios a ver si los obispos catalanes se casan o no con el nacionalismo, que puede tener interés mediático. De eso no nos ocupamos, al menos yo, y creo que el resto tampoco. En cambio, si uno escribe una carta pastoral…
He escrito una carta pastoral para los niños que se preparan para la primera comunión, mi primera carta pastoral y, como es evidente, ha tenido poca relevancia fuera de los medios locales, pero a mí me parece algo maravilloso. Mi primera carta pastoral es un cuento y les digo a mis feligreses: “Ved qué obispo os ha caído encima, que cuando escribe sólo es capaz de escribir un cuento” [risas]. Hubo un milagro, hace mil años en una pequeña parroquia de la diócesis, la Santa Duda de Iborra. Hemos celebrado un jubileo bellísimo y me pareció que con motivo de un encuentro de niños de catequesis que iban a hacer la primera comunión en Iborra, porque es un milagro eucarístico, yo tenía que darles una catequesis y escribí un cuento. Lo hice entre horas, en la semana de la Conferencia Episcopal y digo, por lo bajo, que es lo mejor que hice esa semana [risas]. Un cura hizo los dibujos, estilo manga, simpático e infantil. Lo hemos repartido entre los niños, quieren publicarlo… A mí me parece que lo que es noticia en la vida de los obispos no es noticia para los medios.
–La Iglesia es semper reformanda y supongo que eso es algo que un nuevo obispo ve con especial claridad. ¿Qué cosas están más necesitadas de reforma en la Iglesia en Solsona?
Está clarísimo que es necesaria una pastoral juvenil y vocacional que ayude a los jóvenes a plantearse seriamente la pregunta sobre la vocación. Somos muy pocos sacerdotes, aunque proporcionalmente somos muchos más que en otras diócesis. He hecho unos cálculos que hacen temblar, en veinte años, cuando tenga yo sólo sesenta, habrá en la diócesis cuarenta y cinco curas si no cambia la dinámica. En este momento, hay ochenta y cinco.
Otra cosa es implementar instrumentos de nueva evangelización. Tenemos parroquias que están asistiendo, de forma impasible y pesimista, a la decadencia inexorable. Cada vez menos, cada vez menos, cada vez menos y el último que apague la luz. Y eso no se parece en nada a lo que leemos estos días en los Hechos de los Apóstoles.
En tercer lugar, tolerancia cero con la actitud de contemporizar con personas que permiten e impulsan la secularización interna de la Iglesia. A mi juicio, eso nos ha hecho un daño impresionante. Para no enfrentarnos, para que el obispo sea simpático, para que el sacerdote tal no se ponga en contra, los laicos, quedar bien… La secularización interna en el sentido de gente que está en grupos de Iglesia que no tiene experiencia de encuentro con Cristo, que tiene una versión de fe muy contemporizadora. Hay que tener siempre mucha comprensión, ayudando a estas personas, pero no confiándoles responsabilidades de movimientos, de grupos, de parroquias ni de nada de eso, porque eso, entre otras cosas, es lo que ha hecho que nuestras parroquias decaigan de modo espectacular. Eso es fácil de decir para un obispo, pero mucho más difícil de hacer. Y, para hacerlo, es necesario contar con personas preparadas, con una adhesión eclesial firme, gozosa y alegra. Eso precisa tiempo y, mientras no haya gente preparada, cada uno tiene que arar con los bueyes que le han tocado [risas].
–Una última pregunta. Si en vez de una carta de cien páginas, tuviera que enviar un SMS, un breve mensaje de texto a un joven que lea esta entrevista, ¿qué le diría?
No tengas miedo de encontrarte con Cristo, es lo mejor que te puede pasar en la vida.
Estupendo. Muchas gracias.