(InfoCatólica) El obispo habla a sus fieles de corazón a corazón y les advierte que uno de las falsedades que se está difundiendo en la Iglesia es que Cristo es uno más entre muchos y que no es necesario que su mensaje se difunda a toda la humanidad, algo que hay que refutar las veces que sea necesario: «Debemos compartir la gozosa buena nueva de que Jesús es nuestro único Señor y que Él desea que toda la humanidad en toda época logre la salvación eterna en Él».
Mons. Strickland apela al primer capítulo de la epístola de San Pablo a los Gálatas, en la que advierte contra los que predican un evangelio distinto al verdadero, que deben ser considerados anatema.
El obispo cree necesario reafirmar una serie de puntos de la doctrina católica recordando que la Iglesia no existe para redifinir la fe sino para enseñarla al mundo. Y recalcando que se debe seguir el consejo paulino sobre los que pervierten la fe, los expone:
- Cristo estableció una Iglesia -la Iglesia Católica- y, por tanto, solo la Iglesia Católica ofrece la verdad completa de Cristo y el camino correcto a su salvación para todos.
- La Eucaristía y todos los sacramentos han sido divinamente instituidos, no desarrollados por hombres. La Eucaristía es verdaderamente el Cuerpo y la Sangre, alma y divinidad de Cristo, y recibirle en la Comunión indignamente (p.e, en estado de pecado mortal) es un devastador sacrilegio para el individuo y para la Iglesia (1 Cor 11,27-.29).
- El Matrimonio fue instituido por Dios. A través de la ley natural, Dios ha establecido el matrimonio entre un hombre y una mujer fieles el uno al otro por toda la vida y abiertos a tener hijos. La Humanidad no tiene el derecho ni la capacidad real de redefinir el matrimonio.
- Toda persona humana es creada a imagen y semejanza de Dios, varón o mujer, y todas las personas deben ser ayudadas a descubrir sus verdaderas identidades como hijos de Dios y no apoyadas en intentos desordenados para rechazar su indudable identidad biológica dada por Dios.
- La actividad sexual fuera del matrimonio es siempre un pecado grave y no puede ser tolerada, bendecida o considerada permisible por ninguna autoridad dentro de la Iglesia.
- La creencia en que todos los hombres y mujeres se salvarán independientemente de cómo vivan sus vidas (idea comumente definida como universalismo) es falsa y peligrosa y contradice lo que Jesús nos dice repetidamente en el evangelio. Jesús dice que nosotros «debemos negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguirle» (Mt 16,24). Él nos ha dado el camino, por su gracia, a la victoria sobre el pecado y la muerte a través del arrepentimiento y la confesión sacramental. Es esencial que abrazemos la alegría y la esperanza, así como la libertad, que vienen del arrepentimiento y la confesión humilde de nuestros pecados. A través del arrepentimiento y la confesión, cada batalla contra la tentación y el pecado pueden ser una pequeña victoria que nos lleve a abrazar la gran victoria que Cristo ha ganado para nosotros.
- Para seguir a Cristo, debemos aceptar de buena gana tomar nuestra cruz en vez de intentar evitar la cruz y el sufrimiento que nuestro Señor nos ofrece a cada uno individualmente en nuestra vida diaria. El misterio del sufrimiento redentor -p.e, sufriendo lo que el Señor permite que experimentemos y pasemos en este mundo, ofreciéndoselo a Él de vuelta en unión con su sufirmiento- nos humilla, nos purifica y nos conduce más profundamente al gozo de una vida vivida en Cristo. Esto no signidica que debamos disfrutar o buscar el sufrimiento, pero si estamos unidos con Cristo, según experimentamos nuestros sufrimientos cada día podemos descubir la esperanza y el gozo que existe en medio de los sufrimientos y perseverar hasta el final en todos nuestros sufrimientos (2 Tim 4,6-8)
El obispo constanta que muchos de esos puntos van a ser debatidos o cuestionados en el Sínodo sobre la sinodalidad y que nuestas respuesta ha de ser permanecer firmes en la fe perenne. Y añade:
«Lamentablemente puede que algunos tilden de cismáticos a quienes no estén de acuerdo con los cambios propuestos. Tened por seguro, sin embargo, que nadie que permanezca firme en nuestra fe es un cismático»