(InfoCatólica) Los obispos señalan que en el contexto cambiante de nuestras sociedades, y en particular el debate en nuestro país sobre el final de la vida, los católicos piden a Dios la gracia de respetar la vida humana, la propia y la de todos los demás, en sus pensamientos y comportamientos.
Indican además que el mensaje del Papa para la Jornada de oración por los enfermos podría servir de apoyo: «Lo importante, sin embargo, es reconocer la condición de soledad, de abandono. Es una atrocidad que puede superarse antes que cualquier otra injusticia, porque -como nos dice la parábola (del Buen Samaritano)- basta un momento de atención, un movimiento interior de compasión, para eliminarla».
En noviembre del año pasado, la Plenara de la Conferencia Episcopal del país galo aprobó la publicación de la Carta Pastoral «O muérte, dónde está tu victoria?», en la que abordaban algunas de las leyes que afectan a la dignidad de la vida humana. En dicha carta dijeron:
Legalizar el suicidio asistido o la eutanasia, eufemísticamente denominada «ayuda activa para morir», es una propuesta recurrente ante la muerte, o mejor dicho, el deseo de morir. Presentado como una apertura o incluso un progreso, tiene la apariencia de una mayor libertad para cada persona que, se dice, tiene derecho a elegir su muerte en razón de su autonomía. De ningún modo perjudicaría a los demás, se añade, ya que nadie estaría obligado a hacerlo.
Considerarla así es olvidar la dimensión eminentemente social de la muerte, y la solidaridad humana que de ella resulta. Nos guste o no, la elección individual entre el suicidio asistido o la eutanasia compromete la libertad de los demás llamados a realizar esta «asistencia activa al morir». Rompe radicalmente el acompañamiento fraterno brindado; transforma profundamente la misión de los cuidadores. Arruina la fecundidad del símbolo del Buen Samaritano que inspira amor, fundamento de una «sociedad digna de ese nombre».
Y:
Legislar en este sentido significaría obligar a cada uno a hacer una elección individual. Quitaría la verdadera libertad que crece en la relación y que supone asumir lo que somos en verdad, seres mortales que no nos pertenecemos. El solo hecho de proponer tal elección acentuaría el malestar de nuestra sociedad y empujaría a nuestra humanidad un poco más hacia un individualismo mortal. Para nosotros cristianos, esto sería alejarse del plan salvífico querido por Dios: «Reunir en unidad a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11,52).
Entendemos que nuestra fe y nuestra caridad son y serán interpeladas. La fe y la caridad iluminan nuestro camino y guían nuestros pasos ante la muerte y el acompañamiento debido a los moribundos. También piden evitar juicios incompatibles con el respeto debido a cada persona humana. Dan el valor de volver a empezar constantemente a construir una fraternidad, con la gracia de Dios y la ayuda de la comunidad.