(Vatican.news/InfoCatólica) Conviene advertir que no se trata de un documento conclusivo ni del Magisterio de la Iglesia, tampoco el informe de una encuesta sociológica. No presenta la formulación de indicaciones operativas, de metas u objetivos, ni la elaboración completa de una visión teológica.
El Documento para la Fase Continental del Sínodo (DEC), divulgado este jueves 27 de octubre, es un elemento orientativo, de trabajo, de referencia, para la nueva etapa del proceso sinodal que comenzó el Santo Padre Francisco en octubre de 2021 y se extiende hasta el 2024.
Está compuesto por cuatro capítulos. El primero, «La experiencia del proceso sinodal», ofrece una narración de la experiencia de sinodalidad vivida a partir de la consulta al Pueblo de Dios en las Iglesias locales y del discernimiento de los Pastores en las Conferencias Episcopales. Traza un esquema, describe las dificultades y recoge los frutos más significativos.
El segundo capítulo, titulado «A la escucha de las Escrituras», presenta un icono bíblico (la imagen de la tienda con la que inicia el capítulo 54 del libro de Isaías) y propone una clave de interpretación de los contenidos del DEC a la luz de la Palabra. Los inserta en el marco de una promesa de Dios que se convierte en vocación para su Pueblo y su Iglesia: «¡Ensancha el espacio de tu tienda!». Plantean que la tienda es un espacio de comunión.
En la tercera sección, «Hacia una Iglesia sinodal misionera», articula las palabras clave del proceso sinodal (Comunión, participación, misión) con los frutos de la escucha a los fieles. Los frutos se estructuran en torno a cinco «tensiones creativas» interrelacionadas: la escucha, como apertura a la acogida a partir de un deseo de inclusión radical; el impulso hacia la misión; la corresponsabilidad de todos los bautizados para la misión; la construcción de posibilidades concretas para vivir la comunión, la participación y la misión a través de instituciones que incluyan a personas debidamente formadas y sostenidas por una espiritualidad viva; la liturgia, que permite el ejercicio de la participación y alimenta, con la Palabra y los sacramentos, el impulso hacia la misión.
Por último, el cuarto capítulo, «Próximos pasos», considera dos horizontes temporales distintos. El primero es el de largo plazo, en el que la sinodalidad toma la forma de una «perenne llamada a la conversión personal y a la reforma de la Iglesia». El segundo, al servicio del primero, pero a corto plazo, centra su atención en los encuentros de la etapa continental que se están viviendo.
Entre los puntos y temas abordados, destacan los siguientes.
Ordenación de mujeres
64. Casi todas las síntesis plantean la cuestión de la participación plena e igualitaria de las mujeres: «el creciente reconocimiento de la importancia de las mujeres en la vida de la Iglesia abre la posibilidad de una mayor participación, aunque limitada, en las estructuras eclesiásticas y en los ámbitos de decisión» (CE Brasil). Sin embargo, no concuerdan en una respuesta única o exhaustiva a la cuestión de la vocación, la inclusión y la valoración de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad. Muchas síntesis, tras una atenta escucha del contexto, piden que la Iglesia continúe el discernimiento sobre algunas cuestiones específicas: el papel activo de las mujeres en las estructuras de gobierno de los organismos eclesiásticos, la posibilidad de que las mujeres con una formación adecuada prediquen en los ambientes parroquiales, el diaconado femenino. Se expresan posturas mucho más diversificadas con respecto a la ordenación sacerdotal de las mujeres, que algunas síntesis reclaman, mientras que otras la consideran una cuestión cerrada.
Adúlteros, polígamos, LGTBI, etc
39. Entre los que piden un diálogo más incisivo y un espacio más acogedor encontramos a quienes, por diversas razones, sienten una tensión entre la pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones afectivas, como, por ejemplo: los divorciados vueltos a casar, los padres y madres solteros, las personas que viven en un matrimonio polígamo, las personas LGBTQ. Las síntesis muestran cómo este reclamo de una acogida desafía a muchas Iglesias locales: «la gente pide que la Iglesia sea un refugio para los heridos y rotos, no una institución para los perfectos. Quieren que la Iglesia salga al encuentro de las personas allí donde se encuentren, que camine con ellas en lugar de juzgarlas, que establezca relaciones reales a través de la atención y la autenticidad, y no con un sentimiento de superioridad» (CE Estados Unidos). También revelan incertidumbres sobre cómo responder a ellos, y expresan la necesidad de un discernimiento por parte de la Iglesia universal: «hay un nuevo fenómeno en la Iglesia que es una novedad absoluta en Lesotho: las relaciones entre personas del mismo sexo. [...] Esta novedad es confusa para los católicos y para los que la consideran un pecado. Sorprendentemente, hay católicos en Lesotho que han empezado a practicar este comportamiento y esperan que la Iglesia los acoja a ellos y a su forma de comportarse. [...] Esto es un reto problemático para la Iglesia porque estas personas se sienten excluidas» (CE Lesotho). Por otra parte, los que han dejado el ministerio ordenado para casarse también piden mayor acogida y apertura al diálogo.
Liturgia
38. ...La añoranza de un hogar caracteriza también a los que no están a gusto con el desarrollo litúrgico del Concilio Vaticano II...
91. Muchas síntesis alientan fuertemente la implementación de un estilo sinodal de celebración litúrgica que permita la participación activa de todos los fieles para acoger todas las diferencias, valorar todos los ministerios y reconocer todos los carismas. En este sentido, la escucha sinodal de las Iglesias registra muchas cuestiones que deben abordarse: desde el replanteamiento de una liturgia demasiado centrada en quien preside, hasta las formas de participación activa de los laicos, pasando por el acceso de las mujeres a las funciones ministeriales. «Sin dejar de ser fieles a la tradición, a su originalidad, antigüedad y uniformidad, intentamos que la celebración litúrgica sea más viva y participada por toda la comunidad de creyentes: sacerdotes, laicos, jóvenes y niños, que leen los signos de los tiempos con discernimiento sólido. Los jóvenes intentan encontrar un lugar en la liturgia con los himnos y es positivo» (CE Etiopía).
93. Las síntesis no dejan de resaltar también las principales limitaciones de la praxis celebrativa, que oscurecen su eficacia sinodal. En particular, se subraya: el protagonismo litúrgico del sacerdote y la pasividad de los participantes; el alejamiento de la predicación respecto a la belleza de la fe y la concreción de la vida; la separación entre la vida litúrgica de la asamblea y la red familiar de la comunidad. La calidad de las homilías se señala casi unánimemente como un problema: se piden «homilías más profundas, centradas en el Evangelio y en las lecturas del día, y no en la política, y que utilicen un lenguaje accesible y atractivo» (Iglesia maronita).
Gobierno sinodal
71. El proceso sinodal ha puesto de manifiesto una serie de tensiones, explicitadas en los párrafos anteriores. No hay que tenerles miedo, sino articularlas en un proceso de constante discernimiento en común, para aprovecharlas como fuente de energía sin que se conviertan en elementos destructivos: sólo así será posible seguir caminando juntos, en lugar de ir cada uno por su cuenta. Por eso, la Iglesia necesita también dar una forma y un modo de proceder sinodal a sus propias instituciones y estructuras, especialmente a las de gobierno. Corresponderá al derecho canónico acompañar este proceso de renovación de las estructuras a través de los cambios necesarios en las disposiciones vigentes actualmente.
72. Sin embargo, para que las estructuras funcionen realmente de forma sinodal, deberán estar integradas por personas debidamente formadas, en términos de visión y competencias: «todo el proceso sinodal ha sido un ejercicio de participación activa a diferentes niveles. Para que continúe, es necesario un cambio de mentalidad y una renovación de las estructuras existentes» (CE India). Esta nueva visión deberá apoyarse en una espiritualidad que proporcione herramientas para afrontar los retos de la sinodalidad sin reducirlos a cuestiones técnico-organizativas, sino viviendo el caminar juntos al servicio de la misión común como una oportunidad de encuentro con el Señor y de escucha del Espíritu. Para que haya sinodalidad, es necesaria la presencia del Espíritu, y no hay Espíritu sin oración.