(LSN/InfoCatólica) En una carta pastoral dirigida a los católicos de la archidiócesis de San Andrés y Edimburgo, el arzobispo Leo Cushley advirtió que la legalización del suicidio asistido «erosionaría aún más la forma en que nuestra sociedad valora la vida humana, que ya ha sido gravemente socavada por el aborto legal».
Rechazó la noción de que la muerte era un asunto puramente privado, escribiendo que «todo lo que hacemos afecta a todos los demás para bien o para mal».
«Nuestra actitud ante la vida, tanto en su inicio como en su final, determinará inevitablemente nuestra forma de abordar la vida en todas las etapas intermedias, lo que a su vez afectará al tipo de sociedad que construyamos juntos», añadió Cushley. «Las leyes que hagamos sobre cómo tratamos a los que se acercan a la muerte informarán gradualmente sobre cómo se valora la vida humana en todos los aspectos».
El diputado escocés Liam McArthur ha dado un paso importante en su empeño por legalizar el suicidio asistido en el Parlamento, al obtener el apoyo de 36 diputados para su propuesta de «muerte asistida para adultos con enfermedades terminales». Ahora podrá redactar un proyecto de ley y presentarlo al Parlamento dentro de unos meses.
Celebrando la noticia, McArthur dijo que el apoyo de sus colegas políticos «ha sido profundamente alentador, y demuestra el creciente reconocimiento de que es necesario acabar con la prohibición de la muerte asistida en Escocia».
El proyecto de ley buscaría «permitir que los adultos competentes que padecen una enfermedad terminal reciban, a petición suya, asistencia para poner fin a su vida».
Sin embargo, Mons. Cushley advirtió que las «consecuencias» de un proyecto de ley de este tipo «probablemente serán graves y de gran alcance, como ya lo demuestra la experiencia en otros países».
El prelado mecionó las permisivas leyes canadienses, belgas y holandesas sobre el suicidio asistido, señalando cómo tales legislaciones habían comenzado con «límites estrictos». «Legalizar la eutanasia enviaría un mensaje a toda la sociedad de que las vidas que conllevan sufrimiento físico y mental, o graves discapacidades físicas, pueden considerarse que ya no merecen ser vividas», dijo Cushley:
«Esto no sólo es erróneo en principio -ya que ninguna vida carece de valor-, sino que también podría tener un efecto terrible y trágico en las personas vulnerables en sus momentos más débiles».
El arzobispo añadió que, al legalizar el suicidio asistido, los «frágiles y ancianos» podrían verse como una «carga» para los demás, o incluso «sentirse presionados para pedir ayuda para acabar con sus vidas».
La oposición al suicidio asistido no necesita necesariamente una creencia religiosa, argumentó Cushley, pero añadió que «a la luz de nuestra fe podemos ver razones aún más convincentes para rechazar la eutanasia».