(Ekai/InfoCatólica) Massimo Franco pregunta al cardenal alemán por la posiblidad de que la renuncia de un Papa se convierta en algo habitual. Su respuesta es muy clara:
«Espero y deseo que no. Hace ocho años me reuní con Francisco y hablamos de ello. Afirmó que no quería que su pontificado fuera más largo que el de Benedicto XVI. Le dije que estaba en contra y le expliqué por qué la dimisión debía ser una excepción absoluta. Se necesitan razones muy importantes para justificarlo. Sin embargo, no puede ser una decisión privada. Es moralmente necesario consultar al Colegio de Cardenales. La renuncia de Benedicto XVI ha introducido una tensión en el principio petrino de la unidad de la fe y la comunión de la Iglesia, que no tiene parangón en la historia y que aún no ha sido elaborado dogmáticamente. Las normas del derecho canónico no son en absoluto suficientes, y los trucos de la diplomacia aún menos. Es muy difícil realizar una convivencia concreta (ndr:entre un papa emérito y el reinante)».
Ante la posibilidad de que los papas eméritos futuros decidan alojarse donde reside actualmente Benedicto XVI, insiste en que no es lógico que se dé esa circunstancia:
«La dimisión debe seguir siendo algo excepcional. Si Francisco dimitiera, crearía una situación más difícil que la actual. La mera proximidad física, la atención de los medios de comunicación, la duración de las vidas paralelas presentan al Papa titular y a su predecesor grandes desafíos humanos».
A la pregunta de por qué no se ha regulado el problema en nueve años, responde:
«No se puede regular. El Papa está por encima de la ley. No puede ser regulado por la ley eclesiástica. Aunque un papa lo hiciera, el siguiente podría cambiar todo porque no está obligado por el derecho canónico.
«En resumen, según el cardenal, el problema es insoluble...»:
«Exactamente. Cualquier Papa puede hacer lo que quiera. Pero algo se puede aprender de la renuncia de Benedicto XVI, que fue uno de los grandes papas, evitando la impresión de un papado paralelo. El que quiera renunciar debe hacerlo sin dejar dudas. Un grupo de "conservadores" me escribió una carta abierta. Alegaron que fui demasiado blando con Francisco, simplemente porque dije que sólo hay un Papa y es él. Es una cuestión de carácter dogmático, no de predilección personal».
Preguntado por cómo debe ser la Iglesia, advierte:
«Debemos tener cuidado de no conformarnos con una ONG, con alguna organización socio-religiosa. La Iglesia debe estar firmemente anclada en Cristo y en los sacramentos, conservando su dimensión trascendente. Debemos preocuparnos por la salvación de las personas, no sólo por la vida temporal. La misión de la Iglesia es ayudar a unir a las personas con Dios. Podemos ser un rebaño grande o pequeño, pero en todas las circunstancias debemos seguir la línea del Evangelio. Obedecer a Cristo primero y luego dar su luz al mundo».
Y a los que piden que la Iglesia se adapte a los gustos del mundo, responde:
«Son consideraciones sociológicas. La Iglesia debe luchar por la verdad. Los valores que debemos predicar son la dignidad humana y la libertad: debemos hablar concretamente contra el aborto y la eutanasia, defender el matrimonio como unión entre un hombre y una mujer, contra el transhumanismo. No debemos traicionar los valores naturales y sobrenaturales. No creo que la mayoría defienda siempre la verdad. A menudo es protegida y expresada por las minorías».
En ese mismo sentido, añade:
«La ortodoxia es sinónimo de catolicidad. El verdadero peligro es una especie de autosecularización de la Iglesia, de falta de santificación de la Iglesia. Pensar en lo que dicen las estadísticas y los medios de comunicación no puede ser un criterio para la Iglesia, que incluso puede ser impopular, porque el populismo no salvará a la Iglesia. No se puede llegar a un falso compromiso con la modernidad a costa de la verdad».
Ante la posibilidad de un cisma, opina:
«Más que un cisma, veo el peligro de una apostasía progresiva. Algunos elementos pueden verse ya en Alemania, con la tendencia a admitir a las mujeres en el sacerdocio o a aceptar las relaciones homosexuales. Sin embargo, en Alemania hay un gran declive de la Iglesia y esto demuestra que no puede ser un modelo para el futuro».
Guerra en Ucrania
En el plano internacional, la Iglesia y el Papa no pudieron hacer mucho para mediar entre Putin y Occidente. ¿Era imposible?
«Podemos dialogar con la Iglesia Ortodoxa, pero no con Putin. Putin estuvo cinco veces en conversación con Francisco, pero es difícil dialogar con alguien que se siente Pedro el Grande, que pensaba más en su propia gloria que en el bienestar de la población pobre. ¿Cómo podemos dialogar con los comunistas imperialistas? Debemos ser claros y firmes con la Iglesia Ortodoxa, pero esto no es fácil, aunque la guerra sea un desastre para Rusia».
Sobre el acuerdo entre la Santa Sede y China, dice:
«Los chinos están llamados a ser discípulos de Jesucristo, pero viven bajo una dictadura en la que no se respetan ni los derechos humanos ni los religiosos. El diálogo con el Partido Comunista Chino no puede proteger solo a los católicos. Hay que explicar a los dirigentes chinos que el hombre no es propiedad del Estado, que no sólo cuenta el poder, sino el bien de la nación. La Iglesia es universal. Hemos tenido una fuerte presencia en Europa y América a lo largo de la historia, pero la historia no ha terminado. Veo en el futuro un compromiso de evangelización en China, en la India, en Japón».
Tras constatar que en EE.UU hay obispos que apoyan a Joe Biden mientras que otros condenan el aborto, el cardenal Müller responde a cuál puede ser el resultado de un futuro cónclave:
«Se podría decir que depende de la voluntad de Dios. Mientras exista Francisco es importante continuar con un debate general y profundo sobre la orientación de la Iglesia Católica. La Iglesia católica es una institución divina que no debe conformarse con las grandes multinacionales. No tenemos que complacer al New York Times o al Foro de Davos, sino anunciar el Evangelio a la gente de hoy. Para hablar al mundo no se debe encubrir la Palabra de Dios, sino anunciar a Cristo, la verdadera luz que ilumina a todo hombre».