(Riposte Catholique/InfoCatólica) Este es un párrafo del informe del sínodo de la diócesis de Vannes:
Sin embargo, observamos la fuerte existencia de una división generacional en nuestra Iglesia. Hemos identificado un escollo en las respuestas a las síntesis preparatorias: las expectativas de las diferentes generaciones no son las mismas. Las generaciones más antiguas suelen ser críticas con la Iglesia, sus ritos, la sacralidad, el sacerdocio o la vestimenta de los clérigos, mientras que las más jóvenes exigen más trascendencia, claridad doctrinal y visibilidad de los clérigos. Entre otros ejemplos, tenemos la liturgia, donde los jubilados piensan que pueden atraer a los jóvenes excluyendo lo sagrado o la lengua latina, mientras que los jóvenes estudiantes de secundaria nos han expresado su deseo de poder elegir entre la misa en latín y la misa en francés.
El uso del hábito clerical o el lugar de las mujeres parecen ser temas importantes para nuestros mayores, pero la respuesta de los participantes más jóvenes -niños, estudiantes, trabajadores- es que no les importa. Las mujeres están muy presentes en la Iglesia: sacristanes, animadoras, catequistas, miembros del coro, organistas, amas de casa, floristas... Sufrimos en la Iglesia el aplastamiento de todas estas mujeres, escribió un participante. Los ancianos, muchos de los cuales han participado en el sínodo, piensan en la Iglesia del mañana para los jóvenes sin percibir plenamente sus necesidades y expectativas. Esta situación anacrónica es preocupante. Desgraciadamente, en nuestras asambleas, los jóvenes y los mayores se mezclan con dificultad, y por tanto no intercambian pareceres, probablemente porque se nota la ausencia de una generación entre ellos (los de 40-60 años están poco o nada presentes).
Otros elementos de división:
Nuestra diócesis es un territorio turístico con una afluencia de turistas muy pronunciada en el periodo estival en la costa. Es un reto para la población local acogerlos. En los últimos años, sobre todo desde los confinamientos (ndr:por la epidemia), hemos notado una llegada masiva de personas que huyen de las grandes ciudades para cambiar su modo de vida (aspiran a un ritmo más sano). Esta migración genera un importante desequilibrio entre los locales y estos recién llegados con hábitos parroquiales que chocan (elección de cantos para la misa, catequesis para los niños, acceso a los sacramentos a diferentes edades...). Además, las parejas jóvenes son víctimas de las presiones inmobiliarias y se ven obligadas a trasladarse de las ciudades a zonas suburbanas o rurales. Durante años, estas zonas han sido abandonadas por las familias jóvenes: ahora les resulta difícil ocupar su lugar en una Iglesia que se ha convertido en propiedad de los mayores. Estos últimos tienen a veces miedo de ser empujados por estos recién llegados, a pesar de que los intercambios intergeneracionales son ricos y preciosos. Se puede avanzar si hay escucha y benevolencia.