(Libertad Digital/InfoCatólica) Un extenso reportaje de la periodista Sandra León en el diario Libertad Digital muestra la valentía de una «madre normal» que se tuvo que enfrentar a todo el sistema para que naciese su hijo. Muchos padres de hijos con Síndrome de Down y otras discapacidades detectables en el seno materno describen experiencias similares. También la labor que realizan asociaciones como Red Madre y la recientemente famosa, a su pesar, Fundación Madrina.
Como relata Sandra León, la infancia de Rebecca fue de todo menos sencilla. Cuando apenas tenía 6 años, fue violada en Paraguay. Con 12, sufrió otro intento de violación. Aquello le marcó tanto que decidió que no tendría hijos. No sabía si, en sus circunstancias, sería capaz de darles la vida feliz que cualquier niño merece. No quería atormentarles con sus propios fantasmas, así que, cuando al venir a España conoció a su pareja, le dejó clara su determinación.
Sin embargo, el destino la sorprendió con un embarazo 'inesperado' y, aunque al principio se le cayó el mundo encima, no tardó en querer a ese bebé por encima de todo. «La hermana de mi pareja me dijo que tenía que abortar. Tuvimos una discusión muy fuerte y creo que esa fue la primera vez que desperté mi lado maternal, porque ya entonces le defendí con uñas y dientes», recuerda orgullosa.
El delicado estado emocional de Rebecca precipitó el fin de la relación, así que, sin pareja y sin familia cerca que la ayudase, alguien le recomendó acudir a Red Madre, una fundación que, desde hace ya 15 años, se dedica a apoyar a mujeres que se enfrentan a un embarazo imprevisto. Además de escucharla, Esperanza, una de las voluntarias, se ofreció a acompañarla a su primera ecografía. Lo que Rebecca no sabía entonces es que la acabaría necesitando más de lo que ella misma esperaba: «Estuvimos casi 40 minutos en la sala, porque no se le veía bien el corazón. Después, descubrieron un bultito que indicaba que podría tener síndrome de Down».
El inicio de las presiones
A pesar de la noticia que acababa de recibir, el peor golpe vino después. «Me dijeron que me iban a derivar a una cardióloga y que, además, tendrían que hacerme una amniocentesis. Esperanza preguntó si no sería mejor esperar, porque todavía era muy pequeño y no se le veía bien, y la respuesta de los médicos fue que lo mejor era hacerlo cuanto antes para ver qué decisión quería tomar», relata en conversación con LD.
Rebecca dejó claro que, si aquella prueba no servía para darle una solución, era totalmente innecesaria. «Es mi hijo y, venga como venga, le voy a aceptar», aclaró de inmediato. La respuesta de la doctora le provocó dolor y rabia a partes iguales: «Me dijo… ‘Desde mi punto de vista, este niño tiene síndrome de Down. ¿Usted quiere un niño con retraso mental y deforme?’ Esas fueron sus palabras». A partir de ahí, según denuncia, empezaría una presión sin descanso para animarla a «interrumpir» su embarazo. «Me han repetido hasta la saciedad esa frase y yo siempre digo que interrumpir se puede interrumpir la luz, porque la apagas y luego la puedes volver a encender. A un bebé no se le interrumpe, a un bebé se le mata», sentencia indignada.
Sin saber muy bien para qué, finalmente accedió a hacerse la amniocentesis, entre promesas de que era «una prueba invasiva, pero con bajo riesgo». Le dijeron que en ocho días tendría los resultados, pero al día siguiente la llamaron para confirmarle que, además del síndrome de Down, el bebé tenía una cardiopatía grave. Y otra vez las mismas palabras que estaba harta de escuchar: «Si quieres interrumpir tu embarazo, puedes presentarte el lunes sin cita previa». Sin embargo, nadie le explicó los riesgos u oportunidades en caso de querer seguir adelante.
La cabeza le explotaba. Ya no sabía qué era lo correcto y, por un instante, se dejó llevar por la desesperación. «Salí llorando a la calle y me paré delante del puente que hay entre Legazpi y la Glorieta de Cádiz (en Madrid). Cuando estaba a punto de lanzarme, una pareja joven, de unos 16 o 17 años, empezó a hablar conmigo y a preguntarme qué me pasaba. Me hicieron entrar en razón y me ayudaron a bajar, pero la situación seguía siendo la misma», recuerda tratando de contener las lágrimas.
Cada vez que tenía cita con la cardióloga o tenía que volver al hospital para hacerse una ecografía, pasaba noches sin dormir. La ansiedad se apoderaba de ella. El miedo a ser juzgada de nuevo. «Hasta la semana 24 me estuvieron presionando», denuncia. Ese día, estalló: «Cuando vino el médico y me dijo que todavía podía interrumpir mi embarazo, empujé la mano al residente que me estaba haciendo la ecografía, me levanté de la camilla, me estiré la blusa con rabia y les dije: ‘Estoy harta de ustedes, estoy cansada, me están destruyendo psicológicamente. Son médicos y creo que, como en mi país, hacen un juramento para salvar la vida. Desde la semana 12, soy consciente de todos los problemas que tiene mi hijo, pero, venga con una mano o con un solo ojo, yo le voy a aceptar, así que déjenme en paz y respétenme’».
De la presión a la indiferencia
Nunca más le volvieron a hablar de interrumpir su embarazo, pero, según denuncia, a partir de entonces, los médicos la tratan con total indiferencia. «Me tienen marcadísima. El trato es de indiferencia y frialdad. El médico prácticamente ni me habla cuando voy a consulta. No me quieren decir cuánto pesa mi bebe o, si les pregunto cómo va, me evaden todas las preguntas».
Gracias a Red Madre, visita a una cardióloga que le informa con más detalle, sin esconderle los riesgos, pero tampoco las esperanzas. Una visión completa que no ha recibido en el hospital público en el que le hacen el seguimiento y donde, según denuncia, «todo es negro». En la semana 25 ya le dijeron que tenía que ir acompañada, porque era probable que le tuvieran que sacar al bebé, o bien porque ya no estuviera vivo o porque su corazón estuviera cada vez peor. Hoy, sin embargo, Rebecca afronta con ilusión la semana 32 de su embarazo.
Ahora mismo, lo que más le preocupa es la cardiopatía grave que sufre su bebé. «Puede que muera dentro de mí, al nacer, o que viva tan solo unos meses, pero la cardióloga me ha dicho que también hay niños que, tras varias operaciones, hoy tienen 9 años. Y ahí está la diferencia -denuncia Rebecca-. Su trabajo es informar objetivamente de las dos cosas, no solo de una. Informar y respetar tu decisión, cosa que en mi caso no han hecho en ningún momento».
Ella siempre ha contado con el apoyo de Red Madre, pero está convencida de que muchas mujeres no tendrán tanta suerte y acabarán sucumbiendo a las presiones. «Una chica en mi misma situación, pero que esté sola, que no conozca ninguna red, que no tenga ese apoyo, a la que nadie le aliente y le explique que puede salir adelante, es evidente que va a abortar. Hasta yo, que por mis creencias no lo contemplaría nunca, me lo llegué a plantear», confiesa.
La recta final
Si llega a la semana 38, le harán una cesárea y, aunque sabe que no será fácil, no está dispuesta a tirar la toalla. Los psicólogos le han recomendado no comprar cosas para Bastian, el nombre que ha elegido para su bebé, con el fin de evitar un duelo aun mayor en caso de que fallezca. Y, aunque ella insiste en que el mayor apoyo de Red Madre ha sido el acompañamiento, también en esto la fundación le ha tendido la mano: «Me han dicho que no me preocupe de nada, que, cuando el bebé nazca, ellas se encargan de llevarme un carrito al hospital y lo que me haga falta».
Por eso, insta a todas aquellas mujeres que puedan estar en una situación similar a la suya a pedir ayuda. «Tienen que saber que de todo se sale y que un bebé te puede curar hasta la herida más profunda que tengas en el corazón. Que digan sí a la vida, porque no hay mejor cosa que ser mamá y creo que no hay mejor forma de defender el sexo femenino que la maternidad», sentencia.
Hoy, Rebecca nos cuenta feliz que ha retomado la relación con el padre de su hijo. Sin embargo, sabe que, si las cosas no salen bien, siempre contará con la ayuda de esas mujeres que le dieron aliento en los momentos más difíciles, que se han encargado de llamarla prácticamente todos los días aun sin conocerla, que la han acompañado a las ecografías, que le pagaron el abono de transporte cuando no tenía trabajo y que incluso se preocuparon de que no le faltase ropa de premamá.
Por eso, tiene claro que, pase lo que pase, devolverá toda esa generosidad que ha recibido: «Uno siempre se pregunta cuál es su misión en la vida y yo hoy tengo claro que la mía es ayudar a otras mujeres como yo. Si Bastian no vive, me costará salir adelante, pero sacaré fuerzas de donde haga falta y trataré de evitar que otras chicas pasen por lo que yo he pasado. Contar mi historia solo es el primer paso».