(Asia News/InfoCatólica) En los últimos días, el Tehreek-i-Labbaik Pakistan (TLP), un partido islamista radical, marchó desde Lahore hasta Islamabad, ocupando una de las principales autopistas del país. Los manifestantes y la policía se enfrentaron con violencia, dejaron un saldo de siete agentes muertos y más de cien heridos. Los miembros del LTP exigieron la liberación de su líder, Saad Hussain Rizvi, y que se retiren los cargos de terrorismo presentados contra ellos.
Aunque el gobierno no aclaró oficialmente qué concesiones hizo para poner fin a los enfrentamientos, se filtraron algunos rumores de fuentes locales y los mismos hechos los corroboran. Ayer, por ejemplo, fueron liberados más de 2.000 simpatizantes del LTP detenidos en abril, cuando el partido fue proscrito y tachado de grupo terrorista. A cambio, los radicales aparentemente decidieron retirar su petición de expulsar al embajador francés del país, por la publicación de caricaturas satíricas que representan al profeta Mahoma y que el TLP considera blasfemas. El partido islamista también podrá participar en las próximas elecciones, que se celebrarán en 2023.
Este no es un nuevo modus operandi del gobierno dirigido por el primer ministro Imran Khan. En la historia reciente de Pakistán hubo al menos seis enfrentamientos de calibre entre el TLP y el ejecutivo. Los críticos se quejan de la debilidad del Estado frente a los grupos radicales, que tienen a la nación en sus manos con sus demandas.
Se pretende mantener los acuerdos en secreto y restaurar un partido que hasta hace pocos meses había sido proscrito por el mismo gobierno que ahora vuelve a legitimarlo. Todo ello debilita aún más la posición de Imran Khan, según los analistas de la actualidad política del país.
Sin embargo, no se trata solo de una cuestión ideológica, señala un editorial del diario Dawn, en idioma inglés. El TLP goza de un apoyo abrumador en los centros urbanos: «Tenemos que preguntarnos por qué es tan fácil para cualquier partido político sacar a la calle a tanta gente durante varios días seguidos. ¿Por qué no se impone un coste económico a estos manifestantes, que salen a la calle por tiempo indefinido?»
La economía pakistaní se ha recuperado ligeramente luego de la pandemia de Covid-19, y su PIB registra un crecimiento del 3,5%. Sin embargo, como bien señala un reciente informe del Banco Mundial, las importaciones han crecido mucho más que las exportaciones. Por consiguiente, el país registra un déficit en la balanza comercial: «Pakistán necesita aumentar la inversión privada y exportar más».
Desde que Imran Khan llegó al poder, el precio de la electricidad subió un 49% y el del combustible, un 57%. Los precios del petróleo, la harina y el azúcar son los más altos de los últimos 70 años. Hace pocos días, a pedido de los Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional (FMI), decidió no liberar un tramo de mil millones de dólares. Washington primero quiere asegurarse la cooperación militar y estratégica de Islamabad para combatir el nuevo Emirato Islámico de Kabul. A cambio de liquidez, Pakistán podría ceder su espacio aéreo para luchar contra los terroristas en Afganistán.
Los analistas dicen que Pakistán necesita desesperadamente el dinero del FMI para mantener a flote la economía. «Es demasiado simplista creer que aquí solo interviene la ideología», concluye el editorial de Dawn. «Y no se puede ni se debe culpar a Pakistán por fomentar simplemente la cuestión religiosa, -pero sí es responsable de no ofrecer nada más a su pueblo».