(Cath.ch/InfoCatólica)
El prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos estuvo en la Abadía de St-Maurice para presidir la celebración de los mártires de Agaune. El 21 de septiembre de 2021 concedió una entrevista exclusiva a cath.ch ofreciendo su análisis de la crisis actual en el mundo y en la Iglesia.
Ante la pregunta de si cree que tienen razón los que le acusan de ser intrasigente, el cardenal no rechaza el calificativo, pero explica en qué consiste su intransiencia:
«Dios es exigente, porque el amor es exigente. Si se entiende intransigente en este sentido, sí, estoy de acuerdo. Amar de verdad es morir por los demás. Cristo lo dice. La religión cristiana es exigente. No es fácil. Si queremos entrar en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, no podemos vivir nuestra fe a la ligera. Una fe que rechaza la cruz no es cristiana. Cuando Pedro le dijo a Jesús: «No, la cruz no es para ti», Jesús le contestó: «Ponte detrás de mí, Satanás». Otro pasaje dice: «Si tu mano derecha te ofende, córtala. Si tu ojo te lleva a pecar, arráncalo». Esto es inflexible».
El purpurado reconoce que hay muchos catolicos que hoy viven en medio de la confusión e indica que su tarea es «confirmarlos en la fe, en la medida de lo posible, para que no cambie lo que siempre han creído» ya que el evangelio es el mismo hoy que en tiempos de los apóstoles.
El Prefecto emérito de la Congregacion para el Culto Divino y la Disciplina de los sacramentos, afirma estar plenamente de acuerdo con lo indicado por el papa emérito, Benedicto XVI, en un libro publicado la semana pasada:
«La crisis es múltiple: de fe, de sacerdocio, de Iglesia, pero sobre todo antropológica, agravada por la ideología de género. El hombre se cree capaz de moldearse y crearse a sí mismo. No quiere depender de Dios ni de nadie, excepto de sí mismo. Estoy totalmente de acuerdo con el análisis de Benedicto XVI».
Sarah explica qué se debe hacer, y qué no, con la Tradición recibida:
«Cuando se recibe una herencia, no es para enterrarla, ni para dilapidarla, sino para hacerla crecer. La tradición no es algo fijo. Evoluciona pero sin desarraigarse».
Y advierte:
«Si cada uno actúa como piensa, sin tener en cuenta su historia y su tradición, nos dirigimos a la anarquía».
Al ser cuestionado por el hecho de que el papa Francisco invita a no tener miedo a la novedad, el cardenal responde que hay que seguir siendo uno mismo:
«Si me abro a alguien, no debo desaparecer. Debo mantener lo que soy. Como cristiano, sigo siendo cristiano. Abrirse no es sólo buscar un consenso, sino querer intentar hacer crecer al otro, caminar juntos hacia la búsqueda de la verdad».
También da su parecer sobre el Sínodo sobre la sinodalidad...:
«Lo que cuenta no es el camino, sino la búsqueda de la verdad. La verdad no nace del consenso, nos precede. Si dialogamos, si nos reunimos, es porque buscamos juntos la verdad que nos hace libres. Cada uno viene con su propia visión, sus propias ideas. Pero si soy sincero, tengo que admitir que mi visión es incompleta y estar dispuesto a adoptar la visión del otro, que es más completa y más verdadera».
...y la Asamblea sinodal alemana:
«Si observamos lo que está ocurriendo en el camino sinodal alemán, no sé a dónde nos llevará. ¿Hacia una reinvención total de la Iglesia? ¿Tomaremos lo que cada uno diga para establecer un consenso? La verdad de la Iglesia está por delante de nosotros. No podemos fabricarla nosotros».
El entrevistador le plantea que "sin embargo, la Iglesia está en movimiento, evoluciona, cambia con el paso del tiempo...", a lo que el cardenal responde:
«No, la Iglesia no cambia. Nació del costado traspasado de Cristo en la cruz. Somos nosotros los que debemos cambiar. Si la Iglesia es santa, sólo puede cambiar para ser aún más santa».
Y ante la pregunta "¿No es esto correr el riesgo de la inmovilidad? El Concilio Vaticano II nos invita a discernir los signos de los tiempos", replica:.
«El Vaticano II no dice que la Iglesia deba cambiar».
En cuanto a la liturgia y la verdadera naturaleza de la Misa, el cardenal es tajante. Se ve en la siguiente aseveración del periodista y su respuesta:
«La celebración de la Misa es un sacrificio, pero al mismo tiempo es también una comida fraterna».
«Lo que comemos y bebemos es el Cuerpo y la Sangre de Jesús que se sacrificó por nosotros. Así que la Misa es un sacrificio salvador y no una comida fraternal. Es la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. No es principalmente una comida de convivencia. Debemos insistir en ello».
El cardenal que ha sido responsable durante años de ayudar a los papas en materia litúrgica entra de lleno en la polémica sobre las consecuencias de la reforma litúrgica posconciliar:
Aquí es donde quizás radica la fractura entre los tradicionalistas y la Misa resultante de la reforma litúrgica promulgada por Pablo VI.
Mire cómo celebramos la Misa hoy. A menudo sólo charlamos entre nosotros. El cura habla, habla, sin dejar ningún silencio. En África se baila mucho, se aplaude mucho, pero ¿se puede bailar delante de un muerto? Jesús nos dice: «haced esto en memoria mía». Estamos reunidos, somos felices, pero eso es todo. La liturgia no es para el hombre, es para Dios. Si perdemos la centralidad, la primacía de Dios, entonces la Misa se convierte en una mera comida fraternal.
Si no entramos en el misterio, entonces nos peleamos entre nosotros y cada uno quiere imponer su visión. Es a Dios a quien celebramos, a quien adoramos. Él es quien nos reúne para salvarnos.
A ello añade que no entiende cómo es posible que el resto de religiones no esté debatiendo sobre su forma de celebrar sus cultos mientras que en la Iglesia Católica «gastamos demasiada energía en conflictos litúrgicos innecesarios».
El cardenal recuerda además que el Concilio Vaticano II no pretendió suprimir el latín. Al contario:
«El Concilio Vaticano II lo recomienda explícitamente. La lengua de la Iglesia, de la liturgia, es el latín. Cuando nos reunimos como africanos o con personas de otros continentes, el latín nos une y nos permite celebrar juntos».
Y añade:
«Es un error haber eliminado el latín. Todos los musulmanes rezan en árabe, aunque no sea su lengua. Estamos dividiendo lo que Cristo ha unido. Si ya no hay latín, ¿por qué hablar de una Iglesia latina? Lo mismo ocurre con la música y el mantenimiento del canto gregoriano».
Ante la acusación de que es un opositor al papa Francisco, responde que «es una etiqueta que la gente me pone. Pero nadie puede encontrar una sola palabra, una sola frase que haya dicho o escrito contra él».
Por último, a la pregunta de si no quiere una Iglesa tibia, responde:
«La Iglesia debe hablar un lenguaje claro y preciso que enseñe doctrina y moral. Muchos obispos guardan silencio o dicen cosas vagas por miedo a los medios de comunicación y a las reacciones negativas. Necesitamos pedirle a Dios la gracia para aumentar nuestra fe y crecer en su amor. No rezamos lo suficiente».