(CNA/InfoCatólica) El domingo dio comienzo la 52ª edición del Congreso Eucarístico Internacional en Budapest. En la apertura, el cardenal Peter Erdö pidió «Que el Señor nos conceda poder sentir en estos días que Cristo está con nosotros en la Eucaristía. No deja solos a la Iglesia, a los pueblos y a la humanidad». Después tuvo lugar la Santa Misa presidida por el Cardenal Bagnasco.
Hasta el domingo 12 que será clausurado por Su Santidad el Papa Francisco se desarrollarán distintos actos. Ayer llamó la atención de muchos participantes la intervención del Metropolita de Volokolamsk, Hilarion, que también es presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú y toda Rusia, una especie de «ministro de exteriores» de la Ortodoxia rusa.
En una época en la que incluso muchos católicos desconocen el verdadero significado del milagro que se realiza en cada Eucaristía, Hilarion, con su modo de decir, reafirmaba la presencia real del Señor en la Sagrada Forma, Cuerpo, Sangre, Alma y divinidad. Contrasta con una reciente encuesta en Estados Unidos ponía de manifiesto que la mitad de los católicos creen que solo es un símbolo, una encuesta que puede ser extrapolable al resto de países y que en gran medida es fruto de una deficiente catequesis por parte de los pastores.
Hilarión comenzó recordando que católicos y ortodoxos no tienen intercomunión pero que «ambos sí están convencidos de que en el pan y el vino eucarístico, después de la consagración, no hay una simple presencia simbólica de Cristo, sino una presencia real y completa».
«Nosotros creemos que el pan y el vino de la Eucaristía son el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. La celebración eucarística no es sólo una conmemoración de la última cena, sino también una actualización para cada creyente que participa en ella», aseguró.
El Metropolita explicó que para la Iglesia ortodoxa, «la Eucaristía es lo más profundo, significa conseguir el fin de la vida cristiana, que es la deificación. En el sentido en que cuando recibimos la santa comunión, el cuerpo de Cristo entra en nuestro cuerpo y su sangre fluye por nuestras venas. Como en el mismo Cristo, la naturaleza humana, cuerpo alma y espíritu, estaban unidos con Dios, también la humanidad entera participa en el proceso de deificación».
Aseguró que aunque esta idea de unión tan estrecha e íntima con Dios puede parecer «blasfema para los no cristianos», sin embargo para los cristianos es «el centro de nuestra teología.
«Podemos diferir en la terminología, algunos usarán términos latinos en lugar de los griegos, pero todos, yo diría que compartimos esa profunda creencia en la posibilidad de la unión», aseguró
También alertó del peligro del pecado, que nos aparta de esa posibilidad de esa unión con Dios.
«La paradoja es que mientras que Cristo está totalmente unido a nosotros con su cuerpo y su sangre y su cuerpo y su sangre entran en nuestro cuerpo y nuestra sangre, nosotros no siempre somos capaces de unirnos a Él. Él está en nosotros, pero nosotros, a menudo estamos fuera de Él», destacó.
«Y esto ocurre porque en nuestro día a día no seguimos sus mandamientos, o porque mientras nuestro cuerpo está en la iglesia, nuestra mente y corazón están en otra parte o porque el pecado permanece como una pared impenetrable entre nosotros y Dios», afirmó.
Y después de recordar algunos santos eucarísticos orientales terminó asegurando que «somos simplemente guardianes indignos de la rica tradición que nos llegó del mismo Cristo y de los primeros padres de la Iglesia».