(Asia News/InfoCatólica) Desde Roma, habla Ali Ehsani, un exiliado afgano que en su libro «Esta noche miramos las estrellas» relató el horror de los talibanes y su odisea personal. Él describe la angustia de las familias cristianas que viven ocultas en Kabul: una ha visto desaparecer al jefe de familia.
No da nombres para no poner en peligro a otras personas, pero es preciso en sus observaciones. Ali Ehsani ahora tiene 32 años, y en esta historia revive lo que sufrió de niño. En los años ‘90, de la noche a la mañana y con solo ocho años, se encontró con su casa destruida y despojado de sus padres, que le habían hablado de Jesús, a pesar de las mil recomendaciones de no decir nada a nadie.
«Esta familia de Kabul, con la que estoy en contacto -dice-, perdió al padre hace dos días: el hombre salió de su casa y jamás regresó. La violencia se propaga incluso en la capital: seguramente descubrieron que el hombre era cristiano y lo golpearon. Su mujer y sus cinco hijos ahora tienen más miedo y se mueven de una zona a otra. Quieren salir del país pero no tienen a nadie que les ayude. Estoy buscando un canal humanitario que se mueva por ellos, quisiera dar a conocer esta historia al Papa Francisco».
Durante años, los cristianos de Kabul han sido una presencia forzosamente solitaria. «Esta familia es de origen turcomano», explica Ehsani, «como yo. Nos conocimos por Whatsapp a través de otro estudiante afgano que vive aquí, en Roma. Él también es cristiano, pero pasó mucho tiempo antes de que tuviéramos el valor para decírnoslo. No hay iglesias en Kabul, así que hace pocas semanas intenté conectar a esta familia por videollamada con una misa aquí, en Italia. Esta gente desbordaba de felicidad. Sin embargo, en los últimos 15 días el clima ha cambiado y ahora sienten que están en peligro».
«Para mí, ver lo que ocurre en Afganistán significa revivir y aceptar las heridas de mi vida», añade Ali Ehsani. Recuerdo que en Kabul, los otros niños, para asustarme, decían: «Vamos a llamar a los talibanes. Hoy veo cómo destruyen la vida de personas que no tienen nada, cómo degüellan a sus familiares: ¿qué clase de humanidad es ésta?»
De ahí su llamamiento: «No dejen a Afganistán solo». El gobierno central no es capaz de controlar la situación. Por otro lado, los talibanes tienen países que los apoyan: Pakistán, Irán e incluso China los ayudan económica, material y políticamente para erradicar la presencia de Occidente en Kabul. En los medios de comunicación locales se pueden encontrar fácilmente noticias de los funerales de paquistaníes muertos en los combates en Afganistán. Al mismo tiempo, se multiplican las atrocidades contra los civiles: en las provincias ocupadas, los talibanes ordenan a las niñas mayores de 14 años que se presenten para ser «regaladas» a los guerrilleros. La comunidad internacional no puede permanecer indiferente, debe actuar con sanciones contra los que apoyan a los talibanes. En Afganistán, todas las personas tienen que poder vivir en paz, con la libertad de expresar su fe».
Esa fe que él recibió precisamente en Kabul. «Mis padres siempre ponían un plato más en la mesa, para los huéspedes. Yo les decía: 'Somos pobres, ¿cómo vamos a invitar a alguien a comer? Y mi padre respondía: 'Jesús compartía todo con los demás’. Entonces yo le preguntaba: »¿Quién es Jesús?«. Y él decía: 'Somos cristianos'. Y no agregaba nada más».