(ElComercio/InfoCatólica) El Arzobispo Montes cuenta que a veces peca de «no decir las cosas más alto y fuerte». Que entre sus «vicios decentes» está «enchufarse una serie 40 minutos» y así anda, con «Fariña» tras «Narcos» y «Vikingos».
Jesús Sanz Montes (Madrid, 1955) es «colchonero», habla dulce y está sin vacunar: «Cuando vinieron a la casa sacerdotal me la ofrecieron, porque allí todos tienen más de 80 años salvo el vicario y yo. Faltaban vacunas y preferí hacerlo cuando me toque por edad para dar la oportunidad a otro».
¿Saldremos mejores de esta?
–Por lo menos aprendidos. La pandemia no tenía cita en nuestras agendas y lo removió todo.
¿No percibe que al principio la encaramos con solidaridad y esperanza, y ahora vence el egoísmo y hartazgo?
–Es que al principio dominaba la incertidumbre. No sabíamos de dónde venía ni cuánto duraría y ante eso respondimos más positivos. Con el paso del tiempo la gente se relaja y entra el escepticismo, que no nos hace bien.
Curioso que la incertidumbre, de la que siempre huimos, saque lo mejor de nosotros...
–Sí. Quieres estar a la altura del desafío, pero ahora ves que se toman medidas que no siempre solucionan gran qué y nos han hecho escépticos porque no tienen trasfondo sanitario.
¿Qué responde a quienes le preguntan que cómo Dios ha permitido un virus tan cruel?
–Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca. Todo lo que sea un atentado contra la naturaleza humana y la creación se vuelve contra nosotros. No puedes imputar a Dios lo que no tiene que ver con él.
¿Sugiere que el virus es una creación humana?
–No está descartado. Sin caer en explicaciones conspiranoicas, se puede haber ido de las manos un experimento o se puede haber hecho calculadamente todo un proceso. Eso está por descubrir.
Dijo que en esta pandemia se han dicho «no pocas mentiras». Ponga ejemplos.
–La mentira como herramienta política es una pandemia que estaba antes del COVID y hay otra pandemia laboral consecuencia de medidas arbitrarias. Cuando para ponerlas en marcha mientes como político en la presentación, en los datos y en la esperanza que ilusoriamente das, es terrible. Usas una desgracia para otras finalidades ideológicas.
¿Tiene más ejemplos?
–Cuando estableces restricciones para la libertad, cercenando la posibilidad de ser criticado y debatir contigo, y evitas al Parlamento, territorial o nacional, con una presentación tramposa. O cuando limitas los movimientos, hay que ver si eso redunda en la pandemia o tiene otra intención.
¿Qué otra intención ve?
–Evitar que la gente salga y se exprese, con mascarilla, distancia y aforo. No está la cosa entre elegir entre barra libre o todo el mundo al zulo.
En septiembre dijo que la pandemia se había gestionado con «sensatez» en Asturias. ¿Qué le ha hecho cambiar de opinión?
–Tengo una relación muy fluida con el presidente del Principado y el consejero de Salud. Hay normativa que me pasaron antes de su publicación y me pidieron consejo en algún momento. A quien me refería es a otro ámbito político. Yo nunca hablo de nombres y siglas, pero hay quien se lo pone como un pin y dice «usted habla de mi». No, yo hago una denuncia no provocativa de trinchera a trinchera y aquí cada cual que se sitúe dentro de esta guerra.
¿Cuál es su trinchera?
–Hablo desde un púlpito de unos valores. «Me he quedado corto»
¿No le han afeado sus feligreses que se posicione tanto?
–He recibido agradecimiento, incluso entusiasmo, diciendo que me he quedado corto y pidiendo que ponga nombres.
¿Se siente en medio de una batalla cultural?
–¡Es que lo estamos! Estamos en una batalla cultural.
¿Cuál es su bando y cuál el enemigo?
–La batalla cultural es que yo, como creyente, recibí lo que Dios nos ha revelado y está en la Biblia.
De eso nació un pueblo que tiene unos valores y se distancia de los «antivalores». La cosmovisión cristiana la debes proponer, con respeto. Si no lo hay, y a veces ha pasado, caes en la teocracia o en la «progrecracia» en la que hemos caído unos y otros. Hay distintas maneras de ver las cosas que cuando dejan de ser complementarias hacen de tu manera de ver una batalla, en la que tratan de vencerte, aniquilarte, borrarte y reescribirte. Imposibilitan que sigas sobreviviendo.
Ha dicho «progrecracia».
–Se la leí a Antonio Pérez Henares. Es cuando hacen de una pretendida progresía la única posibilidad de estar y hablar.
El virus fue especialmente cruel con los mayores. ¿Qué debemos aprender de eso?
–Que nos lo han dado todo y hay que cuidarles. Ante la batalla que tiene como horizonte el sí o no de sus vidas, que es la Ley de Eutanasia, nosotros no encarnamos una supervivencia de los ancianos y enfermos terminales como quien quiere momificar a toda costa y con gran sufrimiento. La eutanasia mata. Nosotros decimos que hay que acompañarles.
La ley no obliga. Da la libertad para elegir. Antes reivindicaba la libertad frente al Gobierno.
–La libertad última es de cada uno, pero en la situación de estas personas desesperadas por un dolor insoportable o con miedo, si te acercas con ternura y medidas farmacológicas de índole paliativo, dejan de desesperarse. En vez de eso lo que hace la ley es abrir un cauce para que se precipiten al suicidio o directamente le pones la inyección letal.
Que dar la opción sea precipitar, recuerda a cuando se oponían al divorcio aduciendo que rompería matrimonios.
–No somos partidarios del divorcio, pero tampoco de los infiernos que una convivencia imposible da. Lo que hacemos ahí también es acompañar y a veces así descubrimos que esas personas no se tenían que haber casado y que de hecho no lo estaban pese a que hicieran un rito.
¿En ningún caso justificaría la eutanasia?
–No. Nunca.
¿Veremos manifestaciones ante hospitales como las hemos visto ante clínicas abortivas?
–Ante las clínicas las hemos visto y hay experiencias hermosas al respecto. No decimos sí a la vida y es tu problema. Decimos sí y yo te ayudo. Si llegan ante los hospitales, me parecerán expresiones de libertad de alguien que dice «estáis cometiendo un error».
¿Qué piensa al leer que el Ministerio de Igualdad prepara una norma que permita al menor de edad cambiar de género?
–La batalla cultural tiene diferentes herramientas. Una es la ideología de género y el colectivo desea sopa de letras, LGTBI...«Q», la última que ha añadido esa academia de la lengua. Tienen una ideología que está destruyendo y hay que recurrir. Dicen que tienen unos derechos y al final esos pretendidos derechos terminan siendo una imposición. A una persona de orientación homosexual no la puedes agredir, ridiculizar ni maltratar...
Reconoce que lo han sido.
–Sí, durante demasiado tiempo y no por la Iglesia Católica precisamente. Pero es como el feminismo. ¿Hubo abuso machista? Sí.
¿Durante demasiados siglos?
Totalmente de acuerdo. No estoy con el machismo, me parece una desgracia secular, pero no se rectifica con el feminismo. La vulneración de derechos al colectivo homosexual no se equilibra con la imposición de sus derechos para toda de la sociedad.
¿Ha sido injusta la Iglesia con la mujer?
–Totalmente. Evidentemente. El machismo ha sido una lacra y una desgracia cultural y generacional. Habíamos conseguido lograr casi una verdadera igualdad, por la que yo lucho y que no es una homologación, pero me preocupa que haya podido rebrotar entre los varones.
Prerrománico
¿Se han inmatriculado todo el Prerrománico?
–Matriculamos lo que durante siglos hemos cuidado, construido y puesto al servicio de los demás.
En Asturias se habla de 549 bienes. ¿Revisó la lista?
–Sí señor. En Asturias levemente alguna persona sin título de propiedad ha dicho algo, pero el Gobierno de España que nos estaba enfilando, en un acto que le honra, dijo en enero que toda la labor de inmatriculación fue correcta.
Los Jesuitas acaban de admitir 81 casos de abusos a menores desde 1927. La diócesis de Oviedo reconoce uno. ¿Le choca la cifra?
–Uno ya es demasiado. Cuando tuve conocimiento de una cosa así, actué y al Papa no le tembló el pulso para firmar la dimisión del estado clerical. Abordé ese caso y otro en que la Fiscalía dijo que la niña mintió. Lo dijo ella, no yo.
¿Qué sintió al ver que lo condenaban a siete años y tres meses?
–Una pena tremenda. Primero por la alumna; el jesuita se defendió diciendo que era consentido y ella era menor. Pena por su familia y en tercer lugar, pena por el jesuita que malbarató una vocación preciosa.
Por Ramón Muñiz del Diario El Comercio.