(Ecclesia/InfoCatólica) El P. Calderón asegura que la Iglesia «las cuida con el cariño de quien tiene en sus manos la oportunidad de que ese enfermo, esa enferma, pueda saberse amado y, por ello mismo, valorado, digno. Estos misioneros nos enseñan que la vida vale la pena cuando se convierte en servicio, en preocupación, en entrega a los demás, especialmente a los más necesitados y desfavorecidos».
José María Calderón confiesa que «es una pena que, en nuestro mundo desarrollado, con muchos más medios materiales y sanitarios, la vida de la persona no merezca ser cuidada hasta el final, y se decida –como si nosotros tuviéramos la llave de la vida y de la muerte– cuándo la vida de un enfermo ya no tiene valor o sentido». «Frente al enorme valor que se reconoce a la vida en muchas de las culturas en que realizan su labor nuestros misioneros, la ley que el Congreso español aprobó la semana pasada sobre la eutanasia y el suicidio asistido es una prueba más de que el hombre, para nuestra sociedad, tiene valor en la medida en que es útil, de manera que a quien sufre, en lugar de acompañarle y ayudarle a vivir esos momentos con paz y sintiéndose amado, se le puede quitar la vida», indica.
Además, termina dando gracias «a la Iglesia y a los misioneros y misioneras que están en aquellos países lejanos, por darnos esa lección de humanidad y de caridad hacia aquellos a quienes lo único que podemos dar es amor; «lo único», pero lo que todos más necesitamos».